Manuel López Sampalo

Erizada en Lunes Santo

Las puertas del templo están abiertas como un abrazo y tras el tumulto de cofrades y vecinos se ve al Cristo de La Misericordia reflejado en un espejo del retablo, y a sus pies, la Virgen de Las Penas

Manuel López Sampalo

Y me pide que le cuente otra vez lo de El Vaporcito. Y le cuento que estaba yo de prácticas en el Diario, una tarde de verano, y uno que fumaba en el balcón dijo que se estaba hundiendo el barco y, anda ya, nadie ... se lo creía. Pero era cierto: se sumergía el viejo ‘ Adriano III ’ atracado en el muelle de Cádiz frente a la casa del periódico, como el toro que busca la muerte junto a la barrera de prensa. Y otro, guasón, se reía mientras se maliciaba que Quiñones se estaría frotando las manos.

Es lunes y como no hay colegio porque es Santo, o eso dicen, vamos a El Parque . Nos bajamos del ‘1’ frente a San Juan de Dios porque quiere ver dónde se hundió el barquito, aunque luego le interesa más El Fénix que corona el edificio homónimo porque dice que le recuerda a un Pokémon, a un tal Moltres.

De camino a lo de los genoveses, pasamos Las Flores y con curiosidad por la historia de El Beni y la explosión, mete la mano con cierta reserva en la boca de un león de Correos . Con el levantazo que sopla, tenía que haber previsto que la verja del Parque estaría cerrada.

El mismo viento, tan práctico, me arranca de las manos el paquete de gusanitos que llevábamos para los patos y como no pasa nada, vamos a La Viña , que allí siempre pasa algo.

Previa visita al castillo de Santa Catalina , nos colamos en el barrio por La Palma . Y allí nos recibe, como un cónsul de la simpatía, el amigo Rafa el de La Tabernita , que aunque hoy esté cerrado sigue trabajando con los suyos en mejorar aún más si cabe su familiar negocio.

Dos pasos más arriba vive nuestra amiga Lorena, que aunque es de Kentucky prefiere las tortillitas de camarones al pollo frito; ella es una Pipi Calzaslargas que habita junto a su gata Frida en un ático que por acceso parece un palomar y por aspecto una jungla. Se asoma desde muy arriba, pelirroja como un incendio, sólo para decirnos que hace mucho viento… Eso sí que es un ave fénix, le comento a mi pequeño acompañante.

Al fondo hay jaleo y nos asomamos. Entonces caigo en que hoy es día grande para los viñeros. Las puertas del templo están abiertas como un abrazo y tras el tumulto de cofrades y vecinos se ve al Cristo de La Misericordia reflejado en un espejo del retablo, y a sus pies, la Virgen de Las Penas .

Justo cuando llegamos, una vecina de mediana edad se arranca con una saeta y ambos, aunque esto no sea lo nuestro, vivimos un momento de emoción. Cuando se apaga el canto, damos media vuelta y resulta que a nuestra espalda está ‘El Kichi’, al que hay que reconocerle que siempre se muestra cercano y respetuoso en estos asuntos. Qué menos.

Regresamos a pie hasta El Lucero para allí tomar el bus. De camino, a las puertas del mercado, nos cruzamos a un mercader de erizos y para matar el hambre y la curiosidad, compro un par de ellos para que los pruebe. Contra pronóstico, le gustan y se come también el mío. Menos mal que el ericero nos dio una cucharilla y no tuvo a bien explicarle cómo se comen con la lengua «como un ‘shosho’, pisha», le dijo un vendedor una vez a un colega sueco.

Cogemos el ‘1’ a la carrera, y una vez sentados me pide que le cuente por enésima vez lo del Vaporcito.

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