José María Esteban

La justa verdad

Este es un país donde las reglas de juego de nuestras convicciones, se hacen cada vez más enrevesadas y dificultosas

José María Esteban

Los caminos se hacen al andar, como dijo el poeta sevillano. Ese andar que produce siempre en nosotros, paso tras paso, la incertidumbre de llegar seguros a los destinos que pretendemos. Una siempre soñada búsqueda final de la difícil y escondida verdad. ...

Este es un país donde las reglas de juego de nuestras convicciones, se hacen cada vez más enrevesadas y dificultosas. Sucede que al intentar aclararnos y redactar muchos artículos, lo principal, que es el sentido común, la sensibilidad, sus consecuencias y la visión de futuro, se escapan de los renglones legales. Decimos que cuanta más legislación tenemos, más fácil es que se nos pierdan la brújula y los objetivos que se procuran. La vida, nuestra vida, es una constante vía de escape aislada y común, que hace intrincado el bosque de nuestras soledades.

Las doctrinas, que deben definirse por los que resuelven arriba, podrían ser al menos, por su altitud, las más claras, entendibles y concluyentes. Pero a veces los resultados de sus acuerdos, se emiten por mayorías frágilmente equilibradas. Si eso es tener certidumbre de lo que se busca, no cabe duda que tengo razón al decir que no existe la verdad absoluta. Está claro que cada cual la tiene personalmente, con sus propios mitos, independientemente de lo que digan las leyes y sus textos. Ejemplos a decenas, no digamos en las olas de la pandemia, donde cada oráculo dice lo que cree.

Para avanzar en nuestras sociedades, lo importante es dejar claro lo que debe hacerse en casos de normal convivencia. Lo malo es cuando, además, se suceden locuras como la de esta maldita enfermedad que apura los cortos recorridos de cada uno y los convierte en situaciones enfrentadas. Saber decir la verdad, no solo supone expresar el libre sentimiento del alma propia, sino desvestirse de los acentos timoratos de los que alrededor buscan otras utilidades. No lo digo en las discrepancias, que son buenas y ayudan a encontrar los caminos, sino buscando el consenso que asegure los pasos, sin tener que dar marcha atrás en muchas ocasiones.

La sentencia, como la dictada últimamente sobre el estado de alarma por el Constitucional, por si todavía andan preguntándose sobre qué escribo hoy, es una débil búsqueda de esas certezas ocultas y extrañamente inéditas. La verdad de los que esperamos digan al final la última y mejor palabra, nos debieran dejar más tranquilos y sosegados, para eso están. No ha ocurrido así. No solo porque el casi empate en las votaciones genere un resultado cuanto menos eso: inseguro, sino porque detrás de ese veredicto vienen intérpretes que, a su mezquino y reducido rédito, traducen los fallos a cuestiones todavía mucho más inconsecuentes, interesadas y laberínticas.

Decía Cicerón: «El que seduce a un juez con el prestigio de su elocuencia, me parece más culpable que el que lo corrompe con dinero». Salvando las distancias entre la republicana Roma y la siempre joven democracia patria, no cabe duda que habrá que aclarar de nuevo esos disensos en los artículos. Posiblemente hacer una nueva ley sobre pandemias, lo que hará es enredar más aún los campos de juego, a pesar de que sea lo que pide el alma común, por lo que pueda venir. Salud, cuidaros y pensad solo en que estemos todos vacunados para ser iguales ante el bicho. Al fin y al cabo, es lo como nos deben mirar las leyes.

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