José Colón

Pocas luces

Hablando de la ciudad y haciendo resumen de las Fiestas, reprochaba, con un aparentemente simple discurso, las pocas luces que el ayuntamiento ha tenido durante la Navidad y la penosidad que ello implicaba para la ciudad

José Colón

Mi madre es jubilada de Tabacalera. Estuvo levantándose a las cuatro de la mañana durante más de veinte años para acudir a su puesto de trabajo en la antigua Fábrica de Tabacos de la Calle Plocia y se vio obligada a cambiar su rutina –de ... sueño, de madre y de vida– hasta que la novelería político-industrial cambió la ubicación y el sistema el día que los gerifaltes decidieron mudarse a las modernísimas instalaciones de la Zona Franca, allá por 1985.

Aún recuerdo la ceremonia de colocación de la primera piedra, protagonizada por Carlos Díaz como alcalde de la época, con gran pompa y correspondiente gañoteo popular –regalado a los trabajadores de la empresa y sus familias– a costa del erario. Resultaría imposible olvidar el atragantamiento que me produjo la rodaja de chorizo que me bloqueó la glotis y estuvo a punto de acabar con mi vida a mis doce añitos si no hubiera sido por el golpetazo en la espalda que me propinó un anónimo operario veterano que, lejos de obnubilarse con los fuegos artificiales y los augurios de progreso proferidos desde los atriles, mantenía los cinco sentidos en todo cuanto le rodeaba y podía asir. Afortunadamante, mi cara violeta y mi estertor se situaban dentro de su campo de visión y actuación y el buen hombre se movió rápido y eficaz, para dicha mía e infortunio de muchos.

Aunque la trayectoria de mis artículos pudiera sugerir lo contrario, nada de lo anterior es metáfora. Como tampoco lo es que mi madre vio alterada su vida –y no les cuento la mía– cuando la nueva fábrica instauró un sistema de turnos rotatorios (mañana, tarde y noche) cuyos efectos, unidos a una desarrollada alergia al níquel, provocaron que sus manos reventaran y su estabilidad emocional mermara, máxime cuando la declarada incapacidad dermatológica para la manipulación del tabaco la relegara al desempeño de funciones distintas en los antiguos depósitos de Tabacalera. Trabajo del que ella no quiere hablar y del cual yo me siento orgulloso porque fue capaz de sacar adelante al primer universitario de la familia con la máxima dignidad.

Pues ella, mi madre, residente en la Avenida de Lebón hasta que dicha calle perdió su nombre (esto es, al otro lado de la vía del tren, en un pisito de 45 metros cuadrados inserto en un barrio obrero, humilde y honrado), la misma que me explicó –tras salir de aquel mítin de Felipe González en el Pabellón Portillo durante la campaña electoral de 1982– que «ser socialista» significaba que yo podría ir a la universidad (sic), acaba de regalarme el título y el motivo de este artículo durante la sobremesa que hemos disfrutado tras la comida de Año Nuevo.

Hablando de la ciudad y haciendo resumen de las Fiestas, reprochaba, con un aparentemente simple discurso, las pocas luces que el ayuntamiento ha tenido durante la Navidad y la penosidad que ello implicaba para la ciudad. Dicha aseveración fue el germen de una exposición generadora de motivos –locales y de más amplio espectro– con la que quería en cierto modo excusar su decisión de votar a una opción política que pusiera orden al caos y sería tachada por esa escombrera sociológica que ha sepultado y defraudado las esperanzas de la clase obrera. La verdadera, aquella que entiende el segundo y tercer párrafo de esta columna y no comprende por qué he mencionado el término ‘metáfora’.

Y es que resulta increíble que estos tipos, los que nos mantienen a oscuras, con todo lo que les ha costado llegar al mando del interruptor, alcancen tanta inutilidad que ni siquiera sepan mantener al lado a quienes se les supone ‘suyos’. Poquitas luces…

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