Ernesto Pérez Vera

La Línea, la flor de mi jardín

Durante más de una década un equipo de jardineros cuidó con denuedo del jardín cortando las malas yerbas y cuidando las buenas

Ernesto Pérez Vera | Instructor de tiro y escritor

La Línea de la Concepción es un amplio jardín con malas yerbas. Negarlo es de género tonto y solo favorece el crecimiento de yerbajos. Pero tiene solución. La tuvo y se demostró. Solo hay que tener algo de memoria y no ser política e interesadamente ... desmemoriado. Durante más de una década un equipo de jardineros cuidó con denuedo del jardín cortando las malas yerbas y cuidando las buenas. Estos jardineros regaban, sembraban, segaban, podaban, abonaban, decoraban, aireaban y fumigaban diariamente todos los tepes de la ciudad. Donde nada crecía o solo había maleza, empezaron a germinar rosas, claves, margaritas, geranios y hasta orquídeas, azucenas y lirios. Sí, donde solo arraigaban cardos borriqueros y vanos yuyos, comenzaron a florecer bellas plantas. No fue fácil arrancar, sementar, velar y recolectar incluso dulces frutos. Ni momentos amargos que vivieron los mantenedores del parque, muchas veces esquivando trampas y sorteando zancadillas de quienes, en teoría, debían apoyarlos. Y así permanecieron día tras día y año tras año durante cuatro trienios, casi siempre durante interminables y agotadoras noches.

Aunque seguían existiendo zonas yermas, porque nada es perfecto ―y tampoco para siempre―, estas ya no eran los extensos páramos de antaño. Eran ya escuetos en justa comparación con las nuevas áreas frondosas donde el verde follaje destacaba y tomaba protagonismo, tanto a través del sentido de la vista como a través del sentido olfativo, por encima de los feos solares, de los áridos terrenos y de las incultivables y baldías tierras donde los miserables gozaban como cochinos en lodazares. Esto fue así y la ciudadanía lo sabe y lo guarda en la memoria. Mala memoria, también hay que decir, puesto que existe lo que yo considero una eterna deuda con los jardineros a los que, por lo que se ve, ni la clase política ni la sociedad linense quieren reconocerle públicamente sus acreditados e incontestables méritos profesionales. Injusto olvido histórico, sin duda alguna. Se constató que con la acertada disposición y visión política, con buenos aparejos, con vastos conocimientos botanista y con el buen hacer comprometido de los jardineros, puede llevarse a cabo un magnífico trabajo botánico y de reconversión paisajística, que con el posterior y debido mantenimiento diario (24/7/365) podría dar origen a un paraíso, a un vergel.

Pero todo se fue al carajo, a la mierda podría decir para ser más fino, cuando un miembro de ralea política despidió a los jardineros y mandó quemar sus herramientas de labranza. Justo lo que tal persona había prometido durante la campaña electoral que, democráticamente, le otorgó el flamante bastón de mando consistorial y un asqueroso saco de semillas podridas.

Y de aquellos polvos, estos lodos.

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