Fernando Sicre

Un energúmeno llamado Sánchez

La Constitución consagra el principio de la unidad en la diversidad, el mismo principio que inspira el proyecto de construcción europea

Fernando Sicre
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La Constitución consagra el principio de la unidad en la diversidad, el mismo principio que inspira el proyecto de construcción europea. La diversidad no la diferencia, es elemento determinante de la cohesión. El problema se plantea cuando la diversidad se trasforma en diferencias insalvables. Una gran parte del problema que padecemos hoy relacionado con Cataluña, radica en la inmadurez y estupidez en grado supino mostrada por el anterior presidente Rodríguez Zapatero, cuando jaleó la aprobación del Estatuto catalán, en los términos que viniera del Parlamento catalán. Como quieran que no hay un tonto sin dos, Sánchez va a terminar haciendo bueno a Bambi pastando apacible en las historias de Walt Disney. A última hora se desdice de su slogan estrella de campaña de las primarias ‘España, nación de naciones’.

Rectifica y manifiesta la plurinacionalidad cultural de España. O sea, ‘España nación soberana donde caben naciones culturales no soberanas como Cataluña o el País Vasco’. Es decir, se ha comido, engullido o tragado su tesis originaria sobre la destrucción del Estado y de España, para decir ahora que no es preciso modificar el artículo 2 de la Constitución. Y éste a toda costa y por encima de lo que sea, quiere ser presidente de mi país. Pobre país, diría Forges.

La palabra nación tiene dos acepciones. La primera es el concepto jurídico político, que equipara la nación como sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado. Es la titular de la soberanía de la que emanan la Constitución y las leyes que regirán el funcionamiento del Estado. Mientras que el concepto de nación cultural o pueblo, refiere a un concepto socio-ideológico, definido como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes, como la lengua, religión, tradición, historia o asentamiento en un determinado territorio. Precisamente ello fue el elemento determinante del término utilizado por el constituyente español en 1978 para calificar la realidad descentralizada de España en nacionalidades históricas y regiones.

El PSOE de la Transición aceptó el concepto de España que reza en el artículo 2 de la Constitución: España como nación indisoluble. Ésta es la idea de España de Felipe González. Sin embargo y a pesar de que en 1979 los socialistas españoles dejaron de lado de manera explícita el marxismo como ideología oficial, siguieron manteniendo las tesis marxistas como instrumento crítico y teórico dentro de la organización del Partido. Tampoco revisaron la retórica marxista-leninista de la «autodeterminación de los pueblos de España». Precisamente ha sido esto lo que llevó a ZP a reeditar el debate ya mantenido en la República sobre la cuestión nacional. Ahora viene Sánchez y nos deja perplejo con su propuesta, reivindicativa de la idea de España como Estado plurinacional, España como ‘nación de naciones’, matizada a última hora. Posiblemente otra cuestión táctica, del que solo tiene ansias de poder.

El socialismo de la Transición encarnado en la figura de González, propulsó un proceso de modernización del PSOE que, con el SPD alemán como referente, diseño como estrategia política hacerse con el centro del espectro político. Los otros dos mequetrefes para desgracia de todos menos de ellos mismos y sus seguidores, inspirados por un proceso de revisión de la Transición, pretenden recuperar una política de enfrentamiento ideológico con el objeto de ensanchar la base electoral del partido por la izquierda. Pero claro, como todo no se puede tener en esta vida, han perdido definitivamente el centro. Supongo que tanto ZP como Sánchez han sido siempre conscientes que la alianza táctica con los nacionalistas vascos y catalanes derivase en un cuestionamiento de la existencia misma de España como nación. Espero que González haga acto de presencia en el debate de las primarias y alegue la recuperación del espíritu de la Transición. Su condición de estadista como también lo fue Schöeder, debiera imbuir a España en una senda que en muchas cosas nos debiéramos equiparar a los alemanes. Y aprendamos la lección dada por éste, plasmada en la reforma constitucional alemana de 2006, en cuyo artículo 21 se dispone que «los partidos que por sus fines o por actitud de sus adherentes tiendan a desvirtuar o destruir el régimen fundamental de libertad y democracia, o a poner en peligro la existencia de la RFA, son inconstitucionales». A gente así los apoyo sin fisuras.

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