Dime que me quieres

Se hace necesario seguir quitando el polvo a la copla, seguir investigando ese fenómeno que ha dado identidad colectiva a generaciones enteras

Que las canciones, que la música en general, genera identidad colectiva y sirve como trasmisor de determinados rasgos culturales de una comunidad es algo totalmente asumido y comprensible, sobre todo, en una ciudad como la nuestra, mediatizada por un fenómeno tan poderoso como el Carnaval ... Esto es algo que tenemos interiorizado de forma natural, y que nos sirve como elemento de conexión de una generación con otra, y en eso estamos todos de acuerdo. Por más años que pasen, seguiremos cantando el vaporcito con la misma devoción con la que lo hacían los hombres del mar hace más de medio siglo, porque los referentes no importan tanto como las referencias. Y aunque ya nadie se acuerda del “Adriano” – ¿dónde andarán aquellos cinco mil salvadores del Vaporcito que lo iban a reflotar?-, siguen sonando las sirenas al verlo pasar, porque es tan pinturero que le dan besitos las olas del mar.

Un pueblo se reconoce en sus canciones –por aquello de que el que canta, sus males espanta, que decía el santo de Hipona- y así ha sido desde que el mundo el mundo. Luego, pueden venir –y vendrán- las lecturas sociológicas y las otras. Las manipulaciones ideológicas y las apropiaciones de símbolos perfectamente reconocibles por todos, como fórmula magistral para el adoctrinamiento. No es nada nuevo. Pasa hasta en las mejores familias. Cada régimen político, sobre todo los regímenes totalitarios, se adueña de la música popular haciéndola suya como vehículo infalible de propaganda, transitando por las mismas carreteras de la sentimentalidad del pueblo. Lo hizo Hitler, lo hizo Lenin y también lo hizo Franco con una de las expresiones musicales de más arraigo entre los españoles de las primeras décadas del siglo XX. La copla, claro.

La copla que nunca fue franquista, por mucho que el proceso de identificación haya sido tan brutal que aun nos cueste descoser los pespuntes por los que la dura posguerra unió a la heredera de la tonadilla escénica y el cuplé –que llegó a estar presente en los ambientes más intelectuales de la II República, con Rafael Alberti y García Lorca como valedores- con el régimen franquista, dándole perversamente la vuelta y bautizándola como “canción española”. La canción española que era la válvula de la olla a presión en la que se cocían los garbanzos más duros de la cartilla de racionamiento; el desahogo de todas las“otras” que quedaron desamparadas tras la primera y más dura represión política; el refugio de mujeres que volvían a espantar sus males cantando aquellas letras que hablaban de libertad, de sueños, de querer –nunca se habla de amor en las coplas, sino de querer-, de tragedias y de soledades y que burlaban –o no- la censura franquista con letras demasiado tremendas incluso hoy, sobre todo para hoy, “no tengo ley que me abone, ni puerta donde llamar, y me alimento a escondías con tus besos y tu pan” decía el “Romance de la Otra”.

Durante la posguerra española la copla fue un producto cultural masivamente consumido. Sus letras hablan de un modelo de mujer opuesto al eterno femenino que fijó y autorizó el franquismo; adúlteras –La Zarzamora-, madres solteras –La niña de Puerta Oscura-, traicionadas –Cinco Farolas-, prostitutas –Ojos verdes-, bebedoras –La Parrala-, mujeres de rompe y rasga como La Ruiseñora… mujeres, al fin, con vida y pensamiento propios que no siempre comulgaban en ayunas los domingos y fiestas de guardar, y que sin embargo, eran toleradas por el régimen, quizá como un entretenimiento, o tal vez como un corolario de moralidad –al fin y al cabo, todas las mujeres protagonistas de las coplas sufren algún tipo de castigo por su conducta transgresora.

Lo cierto es que el escapulario del régimen pendió siempre del pecho de la copla, incluso en los momentos en los que la modernez de la transición la quiso recuperar en sus coordenadas correctas. Ni Lauren Postigo en aquellos “Cantares”, ni Terenci Moix, ni Carlos Herrera, ni siquiera Martirio –por poner solo algunos ejemplos- y tampoco la machacona insistencia de Canal Sur han servido para liberar de tópicos a la mal llamada canción española.

Se hace necesario, por tanto, seguir quitando el polvo a la copla. Seguir investigando ese fenómeno cultural que ha supuesto una identidad colectiva para generaciones enteras de este país y que aún tiene muchos candados por abrir, y muchos muros por derribar. Por eso, y porque en aquella España en blanco y negro, ni todo era tan blanco, ni todo era tan negro, es por lo que se hacen tan necesarias las voces de Matilde Cabello –imprescindible en tantos temas-, Inma Márquez –intérprete de lo que incluso no tiene interpretación- y el piano de Chano Robles, que el próximo martes en el Espacio Literario Fernando Quiñones nos contarán y nos cantarán de lo que fuimos y de lo que somos.

“Dime que me quieres… pero, ¿qué me estás cantando?” es, según sus organizadores, un manual doctrinal femenino de un tiempo pasado que, sin duda, no fue mejor, pero tampoco fue nunca tan presente como ahora mismo.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios