Felicidad Rodríguez

Cultura de vanguardia

Ahora la cultura, la intelectualidad y la adquisición del conocimiento van por otros derroteros

Felicidad Rodríguez
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Don Quijote de la Mancha se tiene como obra cumbre de la literatura y una de las más excelsas creaciones del ingenio humano; en este caso, el que surgió de la pluma de Miguel de Cervantes del que este año se conmemora el 400 aniversario de su muerte y que, dicho sea de paso, no olvidó a Cádiz cuando escribió ‘La española inglesa’. Y, junto al Quijote, las pirámides de Gizeh, el Panteón de Agripa, los guerreros de Xian, la Piedad de Miguel Ángel, la Santa Cena de Leonardo y tantos otros ejemplos de obras universales en las distintas ramas del arte. Sin embargo, ahora uno no sabe realmente a que atenerse con eso de consideración de obra artística, con la denominación de intelectual y, de manera más general, con la propia concepción de la cultura.

Y tan confusa es la cuestión que el personal de limpieza de los espacios culturales debería suscribir una póliza de responsabilidad civil. Porque ya son numerosos los casos en los que las obras de arte expuestas se han tirado a la basura al ser confundidas con desperdicios; ha ocurrido recientemente con las mantas térmicas arrugadas de la exposición Vivienda 6/2016 o con la obra ‘¿Dónde vamos a bailar esta noche?’ que fue, literalmente, limpiada de las botellas y bolsas de plástico desperdigadas por el suelo, al ser confundida con los restos de una fiesta en el museo. Todo un atentado a la creatividad de los artistas, sin contar con los miles de euros públicos perdidos al destruir tan importantes y subvencionadas obras. Además de ese seguro para cubrir riesgos sería deseable que se impartieran cursos de formación, subvencionados también como no podía ser de otra manera, dirigidos a diferentes tipos de público para que aprendamos a valorar las nuevas perspectivas de la cultura, evitando así estropicios como los anteriores, y para que sepamos apreciar las normas vigentes en producción artística e intelectual. De esa manera no nos sorprenderían las obras de los titiriteros de Madrid, obviamente intelectuales teatrales porque ya sabemos que, hoy día, la intelectualidad se adquiere por autoproclamación. Nada de cultivar las ciencias, las letras y las artes, de desarrollar la sensibilidad artística, de adquirir espíritu crítico ni de potenciar los conocimientos, cuestiones todas ellas antiguas y rancias, absolutamente retrógradas. Ahora la cultura, la intelectualidad y la adquisición del conocimiento van por otros derroteros y hay que desechar esquemas ampliamente superados. Ya lo anunció la concejala de Madrid al prometer un cambio radical en el modelo cultural de la capital, promesa que no se ha hecho esperar. Junto a la programación titiritera, también se ha empeñado en ampliar la cultura de los madrileños que estaba totalmente desfasada y equivocada. Y para ello no ha reparado en gasto ni en euros. Así nos hemos enterado que los campos nazis noruegos estaban en Barcelona o que la matanza de Stalin en Katyn se desarrolló realmente en Málaga. Ahora sabemos, entre otras cosas, que Ramón de Madariaga, fusilado en el 36, y el espía anti-nazi Garbo eran franquistas. O que el primer español en romper la barrera del sonido fue responsable del bombardeo de Guernica cuando era soldado de infantería. Toda una lección de cultura, progresista y bien documentada.

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