OPINIÓN

Códigos

Los seres humanos nos vemos obligados a combatir dicha complejidad por medio de reducciones

Los seres humanos, como cualquier otro sistema que ha de sobrevivir en un medio siempre más complejo que él, nos vemos obligados a combatir dicha complejidad por medio de reducciones. A veces esas simplificaciones pecan de excesivas, sobre todo en aquellos casos en que se ... ven amparadas por el ejercicio político del poder.

Como lingüista me raya mucho las tripas cada vez que escucho al político de turno enfangar nuestro idioma con aquello de ‘ciudadanos y ciudadanas’ y la ristra interminable del uso y aun abuso del doble género gramatical. En los primeros cinco minutos ya he desconectado de lo poco o mucho interesante que pudiera llegar a decir. Comprendo que ellos estén obligados por imperativo legal a tal desatino, pero a mí nadie me puede obligar a aceptar de buen grado esa tortura.

La simplificación en este caso peca de ingenuidad, por no decir que se asienta abiertamente sobre la ignorancia. Identificar el sexo con el género gramatical es confundir el atún con el betún, o el culo con las témporas y, si me apuran, hasta los cojones con comer trigo. La lengua castellana, como cualquier otra lengua, es un sistema digital clausurado. Quiere esto decir que los significados asignados a las palabras son arbitrarios, por lo que derivan del lugar que ocupan, en virtud del contraste entre pares de opuestos, dentro de ese código como totalidad y sólo dentro de él. Por tanto intentar encontrarles a las palabras un significado fuera de ese código resulta tan absurdo como querer hallarle cierta utilidad al carburador de un coche instalándolo en el frigorífico. Las lenguas crean su propio ámbito cerrado de significaciones por completo ajenas a la realidad circundante. Las palabras, pues, no tienen sexo, sino solo género, que es una pura categoría gramatical y no una cuestión de vaginas y testículos.

Ya que todo esto apunta a erradicar de nuestro idioma todo rastro de sobaquina machista, tomemos ‘hombre’ como ejemplo. El significado de esta palabra se establece en contraste a ‘mujer’, pero también con respectos a otros pares relevantes como ‘animal’, ‘niño’ o incluso ‘dios’. El significado de ‘hombre’, referido a un concepto y no al macho de la especie humana, no depende, pues, de ninguna clase de testosterona, lo mismo que los de ‘lluvia’ o ‘aurora’ son independientes de cualquier hormona sexual femenina. Tratar de enmendarle la plana, por el procedimiento expeditivo del decreto ley, a la evolución milenaria no sólo del idioma castellano, sino al latín del que deriva y hasta sus mismas raíces indoeuropeas, constituye una aberración de calibre semejante a decidirse a cortarle las orejas a un conejo por parecernos excesivamente largas.

El género es una categoría gramatical (‘morfema’, en la jerga lingüística), cuya única función es la de concertar en base a esta marca la concordancia entre nombre, artículo y adjetivo. Una simple regla de construcción sintáctica, a la que no debe someterse, por ejemplo, el inglés, donde no existen formas diferenciadas de artículos ni de adjetivos con respecto al género. Hace ya varios miles de años que las sociedades urbanas lograron desembarazarse del yugo metafórico que conectaba las formas de los símbolos rituales con sus significados, pero, por lo que se ve, y Freud tendría mucho que decir sobre esto, poderosos residuos de pensamiento mágico continúan vigentes en lo más profundo de nuestras neuronas.

Estoy totalmente de parte de las mujeres en la lucha contra los actos machistas, pero sin que esto me lleve a confundir churras con merinas o mismamente el tocino con la velocidad.

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