OPINIÓN

Nos falta la palabra

El género humano se manifiesta principalmente con el don de la palabra, para acercarse y entenderse

José María Esteban

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Como de toda la vida de aquí, aquella personilla de afuera, no quería que dejáramos pasar un coche que venía por esa calle, mientras escuchábamos la agrupación familiar. El conductor llegaba de su trabajo harto coles, y solo intentaba, con todo el derecho del mundo, aparcar en su garaje. Otros, irracionales, sin el menor pudor ni espera en los servicios públicos, orinaban en tu propia puerta, y al decirles que tu vivías allí te contestaban con clara acritud y desvergüenza: ahora te esperas. También aquel desencuentro con tipos que, en vez de estar educada y respetuosamente callados, querían ser los protagonistas de la fiesta, cuando son los que cantan, no los que escuchan.

Hoy tercer día del IX Congreso Internacional sobre la lengua en Cádiz, me interesa que pensemos sobre la falta de la palabra como base del encuentro. Hay ciertos ritmos de poca consideración y gran inconveniencia con los demás, vinculados a la sociedad. Se nota, no sólo en carnaval o bullas, sino en cualquier manifestación de la vida. Todo anda más molesto. Vean, entre otras Francia o Alemania y sus incómodas huelgas. La forma de relacionarnos en estos tiempos lo propician. Ya no usamos la palabra para encontrarnos, sino los algoritmos y la virtualidad, cuando no la violencia. Las actitudes pierden la conquista y los logros del lenguaje para un mejor futuro. Las inestabilidades son cada vez más desproporcionadas en gestos, formas y falta de respeto.

El género humano se manifiesta principalmente con el don de la palabra, para acercarse y entenderse. Cada época no es comparable a otra. Las relaciones cambian ya que el mundo sigue girando interminablemente. Quizás en los caballitos de sube y baja, se montan más de los que caben. Es como un carrusel nutrido de actores donde el espacio sigue siendo el mismo, pero vamos perdiendo el delicado acento de la comunicación. Cada uno gira por su lado. Hablábamos de la Cultura para conseguir libertades y respeto. Lo que heredamos en estos tiempos, en cierta manera, es: competitividad y pisoteo mutuo en un irreverente espectáculo vital. Apenas hay deberes, sino derechos. Casi nadie es capaz de escuchar y nos superponemos asiduamente en primera persona, sobre el decir del otro. El móvil nos conduce a la inexacta, contradictoria y muy ágil incomunicación. El virus le ha ayudado.

La aventura tiende a una pérdida de valores por el momentáneo y rápido disfrute de la gran fiesta, como vía de escape para sentirnos libres. El insaciable dinero, sin más lenguaje que aumentar las diferencias, medra así más a través del impune engaño, desequilibrándolo todo. Puede ser la educación, que olvidó el NO familiar por el complaciente y fácil SI; o la falta de un ilusionante mundo para el desarrollo personal, sobre todo para la juventud. Tengo claro que cada vez se aplica menos el esfuerzo y la justicia, y contra ello no hay oportunidad o alternativa.

Cuando casi todo se transforma en poco sólido como decía Muñoz Molina, y la débil democracia se resquebraja por doquier, sin ajustarse a una actitud ética y respetuosa, la marea te arrastra y parece que nadas inútilmente a contracorriente. Es como si parte de lo que creemos, se nos fuera desvaneciendo en cada descanso del paseo. No creo que vayan a cambiar los ritmos, porque algunos pensemos que no es bueno que esto siga así. Lo que sí sé y apunto, es que en estos tiempos todo anda más inquieto, avinagrado y nervioso. Parafraseando humilde, limitada y contrariamente a Blas de Otero, nos va quedando la palabra, cada vez menos. Salud y hablemos, pero mirándonos.

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