APUNTE

Una cuarta de agua

Lo que es claro y evidente es que este mundo nuestro va cambiando rápidamente, y no nos da tiempo a coger su nuevo compás

José María Esteban

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Era de esos días soleados y con poco viento, donde la frontera líquida invita a su intenso disfrute. El mar estaba normal y sereno. Sus pequeñas olas y una calmada marea subiente no advertían de ningún peligro. La playa estaba a rebosar, ya en aquellos años sesenta. Los límpidos azules y turquesas de Conil son muy distintos, lo digo porque habito aquellos lugares desde muy niño. Debe ser que el Mediterráneo, alargado hasta San Vicente, se desviste de sus calmados ropajes mareales y se entrega fulgurante y feliz a un Atlántico más bravío e inmenso. Se produce el difícil equilibrio y la mágica visión de una transparencia poco común.

No sé cómo pudo ocurrir. Cuando mi amiga, mayor que yo, me pegó un tirón del pelo y me saco al aire, respiré un cielo lleno de alegría y tranquilidad. Seguramente como siempre pasa, el pánico puede mucho más que la sosegada reflexión para sopesar qué pasa verdaderamente y poder reaccionar de la mejor manera. La vida no nos enseña a vivirla con el lujoso sentido común. Me estaba ahogando en un limitado y escaso palmo de agua. Mejor dicho, no conseguía articular una lógica coordinación corporal, con una respiración pausada y suficiente que pudiera permitir incorporarme y ponerme de rodillas o de pie. Estaba tendido boca abajo, luchando en la espumosa orilla de resaca que me sustraía la verticalidad y que presionaba mis nervios en menos de una cuarta, contra la sencilla realidad.

Aquella experiencia, en un suceso de feliz desenlace, siempre seguirá permanente en mi consciente vital. No fue tanto mi vergüenza cuando me erguí, rodeado de la multitud que siempre morbosamente acude y se agolpa alrededor, convertido frente a los demás en un niño más pequeño de lo que era, sino comprobar la escasa dimensión del mar que me tragaba. Aquella dura sensación de que me estaba ahogando, de verdad, en un vaso de agua, fue demasiado sonrojante. Los movimientos del mar por corrientes inferiores, temperaturas mezcladas, efectos mareales y olas que cada diez segundos operan en el nivel superior, generan remolinos y reflujos que no estamos acostumbrados a gestionar con serenidad y conocimiento.

Lo mismo que hacía cincuenta años, hace unos días, en otro reciente baño este verano frente al mismo pueblo, ni lejos ni cerca de la desembocadura del Salado, esta vez casi con agua tapá, me sentí llevado por nuevas corrientes de resaca que, en el suave nado hacia la orilla, me impedían avanzar como quería. El mar está cambiando mucho. Me comentaba un camarero de Fuguilla, este año van a haber muchos sustos y la gente no es consciente de lo peligrosas que están las playas.

Podrán ser los milímetros que crece el mar; podrán ser los efectos y corrientes, servidumbres del cambio climático; las laderas de arena que se mueven indiscriminadamente; incluso que las aguas cambien sus rumbos o secuencias históricas. La verdad es que en el mar se están produciendo estados de mayor peligro, que nos deben exigir ser más cautos y cuidadosos en el baño. No sabemos el diferencial que se produce entre aguas y como un socavón, nunca apreciado a simple vista, nos amenace oculto. Ni siquiera la experiencia de miles de baños cerca de la orilla, que nos permitían reconocer los sitios y sopesar sus exigencias. No debemos fiarnos y se nos complica cada vez más la situación de mojarnos divertidamente. Podría ser una cuarta de agua o más de un metro y medio, lo que es claro y evidente es que este mundo nuestro va cambiando rápidamente, y no nos da tiempo a coger su nuevo compás. Salud y precaución.

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