Opinión

La ley del mar

En los tiempos que corren, recordar que el Estrecho de Gibraltar es una de las mayores fosas comunes del mundo no está de más

No sé si han visto la maravillosa serie de TVE «La ley del Mar», que con Luis Tosar y Víctor Clavijo a la cabeza narra las vivencias del Francisco y Catalina, barco pesquero de Santa Pola que en 2006 rescató a 51 migrantes en alta ... mar. La serie, que muestra el rostro más amable de la situación, deja de lado la dureza de la falta de alimento y las tensiones que debieron crearse dentro del pequeño pesquero, es una pequeña maravilla que todos deberíamos ver.

En los tiempos que corren, recordar que el Estrecho de Gibraltar es una de las mayores fosas comunes del mundo no está de más. Vivimos en un paraíso para muchos, que se ve a simple vista desde las costas norte de Marruecos. El sueño que casi se toca con la mano y que acrecienta las ansias de cruzar el mar, bravo y duro, para alcanzar la deseada costa europea. Y los motivos que les llevan al mar no son baladí. África hace mucho que se desangra, desde que los líderes europeos decidieron dividirla con escuadra y cartabón sin considerar quién quedaba a cada lado de la línea ficticia.

Ver las imágenes de África hasta mediados del siglo XX, es ver una explotación sistemática en la que los colonos europeos (principalmente ingleses, franceses y belgas) trataban a los negros como meros perros a los que se podía apalear, comprar o mutilar. Algo que nos parece lejano pero que sigue existiendo en pleno siglo XXI. Hace unos años, Manos Unidas junto a Mundo Negro (un portal de noticias africano) hablaba de 21 millones de personas victimas de la trata de blancas; en 2022 las cifras se elevaban a 50 millones de personas.

Personas que tienen su futuro cortado. «El futuro está en los pies» es una de las frases que más me han marcado de la serie. Pero es real: el futuro está en los pies, esos con los que caminan durante meses y años para salir de la barbarie; esos con los que caminan por nuestros campos, bosques y calles buscándose un sustento. Buscando un futuro que su tierra les ha cercenado por las políticas de explotación del continente africano, hoy con gran influencia rusa y china en la compra de sus riquezas; pero también con injerencias, como las de Francia en Malí, que desembocan en guerras en las que mueren siempre los mismos.

Hablamos de la guerra de Ucrania ya que se nos hace cercana; de Israel y Palestina por las implicaciones ideológicas y políticas que tienen ponerse en un bando u otro; pero ¿Cuántos saben que Sudan lleva ya tiempo en una guerra civil? ¿O que las tensiones en Ruanda y Somalia, unidas a la hambruna crónica, está al borde de un nuevo conflicto con ataques milicianos? No vamos a hablar del terrorismo islámico; ni tan siquiera de la trata de blanca y los secuestros de niñas. ¿Quién se acuerda ya de las chicas secuestradas por Boko Haram en 2014 en un colegio? Aún hay más de un centenar de niñas sin aparecer.

Vivimos a este lado de la fosa común, por eso es importante que, de vez en cuando, se nos recuerde las penurias vitales de quienes abandonan todo buscando un futuro que está en los pies. De quienes tienen que huir para sobrevivir. Esos que bien podíamos ser nosotros si hubiéramos nacido 100 km al sur.

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