OPINIÓN

La amenaza de la posverdad

Debemos mantener un espíritu crítico y una mentalidad escéptica, capaz de cuestionar los argumentos que nos rodean y buscar fuentes confiables y verificadas antes de tomar partido

Un un mundo cada vez más polarizado, donde las redes sociales han dado voz a una multitud de opiniones y narrativas, el fenómeno de la posverdad se ha convertido en un desafío inquietante para la sociedad. Esta tendencia, que privilegia las emociones y las creencias ... personales sobre los hechos objetivos, campa a sus anchas en diversos ámbitos, desde la política hasta el entretenimiento.

Uno de los casos más recientes y notorios que ejemplifica esta realidad es la ausencia desde hace semanas de la vida pública de Kate Middleton, la esposa del príncipe Guillermo de Inglaterra. En los últimos meses, la duquesa de Cambridge se ha visto envuelta en una serie de rumores y especulaciones que han puesto en tela de juicio su imagen pública. Desde supuestas infidelidades hasta presuntos desencuentros con la familia real, estas narrativas han sido alimentadas por una amalgama de fuentes poco fiables y teorías conspirativas de dudosa credibilidad.

Sin embargo, este fenómeno que hoy traigo a colación no se limita a las celebridades o la realeza. Durante estos años hemos sido testigos de como esta tendencia ha permeado en ámbitos tan diversos como la política, la ciencia y la salud pública. A modo de ejemplo, recordemos el caso de las vacunas contra el COVID-19, donde una ola de desinformación y teorías, algunas de lo más disparatadas, amenazó con socavar los esfuerzos de las autoridades sanitarias por controlar la pandemia.

Ante esta realidad, es importante que como sociedad nos replanteemos nuestra relación con la verdad y la información ya que, si bien la posverdad no es un fenómeno nuevo, su alcance y velocidad de propagación en la era digital lo están siendo precedentes. Por ello, debemos mantener un espíritu crítico y una mentalidad escéptica, capaz de cuestionar los argumentos que nos rodean y buscar fuentes confiables y verificadas antes de tomar partido.

Bajo mi punto de vista, y quizás por venir de donde vengo, es fundamental valorar la verdad objetiva, basada en hechos comprobables y evidencias. Desde la ciencia hasta la política, la toma de decisiones informadas y responsables depende de una comprensión precisa de la realidad. Por otra parte, cuando la posverdad se convierte en la norma, la confianza en las instituciones y los líderes se erosiona inevitablemente. Si las narrativas emocionales y las teorías conspirativas prevalecen sobre los hechos, la credibilidad de las autoridades y los expertos se ve socavada, generando una peligrosa polarización social y una desconfianza generalizada que amenaza la cohesión de la sociedad.

Quizás lo más grave de este asunto, y sin duda un hecho probado por desgracia, es que la posverdad puede tener consecuencias de calado en la toma de decisiones, tanto a nivel individual como colectivo. Cuando las emociones y las creencias personales se anteponen a los hechos, las decisiones pueden estar sesgadas y carecer de una base sólida, afectando áreas críticas como la salud pública, la economía y la política, con implicaciones potencialmente devastadoras.

Por si fuera poco, la posverdad también puede ser utilizada como una herramienta de desinformación y manipulación. Actores maliciosos pueden aprovechar la tendencia a creer en narrativas emocionales y teorías conspirativas para difundir información falsa y promover agendas particulares, socavando así la democracia, la libertad de expresión y la capacidad de la sociedad para tomar decisiones informadas.

Con todo lo expuesto, reconozco que el caso de Kate Middleton es solo un microcosmos de la posverdad, un recordatorio de que en la era de la información, la verdad es a menudo lo que la gente quiere creer, no necesariamente lo que es. La posverdad no es solo un problema de percepción; es un desafío para la integridad de nuestra sociedad. Por eso nuestra responsabilidad individual y colectiva no debe llevar a cuestionar las narrativas que nos rodean, buscar fuentes confiables y promover un discurso basado en hechos y no en emociones. Aunque este segundo sea siempre más fácil de aplicar para todos.

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