Soberanismo de conveniencia

La revuelta catalana no puede entenderse sin la confluencia de nacionalismo y populismo, unidos por un mismo enemigo

Ignacio Camacho

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Ninguna prospección del resultado de las elecciones catalanas será correcto si no cuenta como parte del bloque soberanista a la franquicia de Podemos. En primer lugar porque Ada Colau, que aunque no sea candidata ejerce el verdadero liderazgo de los Comunes, se ha escorado de forma manifiesta hacia los insurrectos; y luego porque el propio Pablo Iglesias ha señalado a los partidos constitucionalistas –«el bloque monárquico»– como el adversario a batir en primer término. Pero existe una tercera y más importante razón, y es que la defensa del derecho de autodeterminación sitúa a los populistas frente al concepto de soberanía nacional al margen de cualquier otro pronunciamiento.

En este punto esencial no valen ambigüedades ni equilibrios: o se cree o no se cree en el pueblo español como indivisible sujeto político. Ése es el núcleo de la cuestión y la base del independentismo, que entiende que los catalanes son, al margen de los demás españoles, los dueños de su destino colectivo. Al respaldar el fantasmagórico «derecho a decidir», que no está en la Constitución, Podemos se alinea con el soberanismo; da igual que no postule la secesión inmediata si acepta la fragmentación del poder constituyente para reconocer un titular alternativo. No se trata de la posición táctica sino de una cuestión de principios.

Lo que en realidad sucede es que Iglesias no deja de ver en el conflicto catalán una posibilidad de acercarse a su auténtico objetivo , que es la demolición del régimen del 78, e intuye a los nacionalistas como aliados en la medida en que comparten el mismo enemigo. A partir de ahí ha levantado una bandera de conveniencia pese al riesgo evidente –lo cantan las encuestas– de meter a sus votantes de fuera de Cataluña en un lío. Por otra parte está la tentación del poder, de «tocar pelo» en el pujante autogobierno catalán aunque sea mediante un gabinete multipartito. Y por último, la evidencia de que sin la facturación electoral que le proporcionan Colau y sus adláteres, Podemos se desplomaría en el conjunto de España a un puesto marginal sin ningún peso decisivo.

La revolución catalana no puede entenderse sin la alianza entre nacionalismo y populismo; uno ha puesto el horizonte, el programa, y el otro, la herramienta política, la técnica de creación emocional de mitos. Juntos constituyen una confluencia estratégica, un frente de rechazo con enorme potencial desestabilizador y un mismo designio: la liquidación del sistema constitucional, identificado como prolongación autoritaria del tardofranquismo, para alumbrar un proyecto de nueva planta, un régimen distinto.

Por tanto, el que quiera engañarse respecto a la configuración de bloques en Cataluña está en su derecho , pero será un error descomunal pensar que se puede contar en el bando constitucionalista a Podemos. Cualquier cálculo en ese sentido pecará de malintencionado o de ingenuo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación