Se creían sus propias mentiras

En la soledad de su celda, Puigdemont añora su Waterloo particular. Para eso hemos quedado

Ramón Pérez-Maura

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Preparado estaba. El pasado 25 de julio se celebraron varios actos para conmemorar los veinticinco años de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Allá fue el Rey a recordar lo que supuso aquella olimpiada como unión de esfuerzos. Ese día por la mañana el acto era en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat del Vallés. Hacía calor y las autoridades esperaban la llegada del Rey al sol. Uno de ellos, quizá un ministro del Gobierno de la nación, se percató de que el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, no estaba con el resto, sino apartado, acogido a la sombra de un árbol. «¡ President, únete a nosotros!». A lo que éste contestó con sonrisa huidiza: «Yo prefiero estar aquí a la sombra, preparándome...». Alguno de los que lo escucharon ya pensaron entonces que él era consciente de que su futuro pasaba por prisión.

El giro violento que ha dado la situación en Barcelona es el resultado de la desesperación de quienes se creyeron sus propias mentiras. Quienes no pueden creerse que los mandos de la Policía, por más que sigan llamándose Mozos de Escuadra, obedecen las órdenes del ministro del Interior y reprimen esa violencia mientras intentan mantener el orden público. Que es lo que hace la Policía en cualquier país.

El objetivo ahora parece ser apartarse completamente de la ley. TV3 –«La Radio de las Mil Colinas»– llama a la violencia callejera, de lo que supongo que estará tomando nota la Fiscalía. Porque la impunidad de ese medio pagado con mis impuestos es algo clamoroso para lo que el consenso entre el PP y Ciudadanos debería ser suficiente para acabar con las emisiones de esa máquina del odio. Y los secesionistas dicen que ahora sí que hay que investir presidente «de verdad» a Puigdemont. Como ese «de verdad» es imposible, lo que cabe entender es que se pretende ignorar la legalidad vigente y nombrarlo presidente de la nada desde el calabozo de una prisión alemana o española. A eso llama ahora el secesionismo iluminado un presidente «de verdad». Una «verdad» que pretenden poner en práctica a partir del miércoles a las 10.00 horas.

Puigdemont y sus aliados están en el único sitio que podían estar: rindiendo cuentas a la justicia. Cuando nos decían desde Bélgica o Suiza que iban a internacionalizar el conflicto, no se daban cuenta de que en los países serios hay delitos como el de traición a la patria por el que te puede caer cadena perpetua. Ya puede dar gracias Puigdemont de que va a comparecer ante el juez Pablo Llarena, tan bien conocedor de la realidad catalana, y no ante un magistrado alemán. En la soledad de su celda en Schleswig-Holstein, Carles Puigdemont añora su Waterloo particular. Para eso hemos quedado, ex president ...

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