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premios oscar 2013 | mejor película

Prueba de fe

Ang Lee adapta al cine la novela homónima de Yann Martel 'La vida de Pi'

15.02.13 - 13:09 -
Prueba de fe
Escena de 'La vida de Pi. / Archivo

De la voracidad por consumir historias infinitas, mentiras en bucle, la religión... La adaptación cinematográfica de 'La vida de Pi', un relato escindido del hipotético 'update' de 'Las mil y una noches', abunda en uno de los peores vicios del cine espectáculo de nuestro tiempo: la obsesión de la industria por la ilustración milimétrica de todos los elementos que engranan la mecánica del asombro. El público cada vez tiene menos importancia en un proceso en el que la pantalla vomita destellos de luz que retroalimentan su propio ego, aunque sigue siendo necesario para testear los vínculos hipertextuales de un largometraje ejecutado por máquinas insensibles al politeísmo new age que abarrota la novela de Yann Martel.

Sí, la audiencia de 'La vida de Pi' es apenas un sismógrafo emocional contra el que arremeten unas imágenes diseñadas para zombificar la mirada del espectador suspendido en el coma de las gafas polarizadas. Parafraseando la cita gráfica de Leos Carax en la apertura de 'Holy Motors': tenemos que despertar en una conciencia audiovisual que cuestione la perversión de artefactos como 'La vida de Pi', tan endebles en su escritura que un simple visionado en 2D revela los ásperos mecanismos de su composición cinematográfica.

El resultado sería mucho peor sin un patrón tan educado y sensible como Ang Lee -se barajaron los nombres de Jean-Pierre Jeunet y Alfonso Cuarón-, pulcro y eficiente en la modulación de un personaje que declina en rosa el enigma existencial acuñado por Dostoievski. A su manera, la novela de Martel era una versión escapista del dilema de Raskolnikov escrita para un lector amamantado en la dinámica del 'best seller', una evidencia que se manifiesta en una narración que sobre explica todos los párrafos en los que en el espectador duda de la coherencia de la narración. Quizá el mejor ejemplo de su banalidad sea el desembarco en la isla de los suricatos: un maravilloso capítulo digno del mejor Saint-Exupéry que se ve frustrado por el tosco subrayado final.

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