Las pacientes del hospital La Princesa de Madrid, junto a su equipo, en el Camino cerca de Arzúa
Las pacientes del hospital La Princesa de Madrid, junto a su equipo, en el Camino cerca de Arzúa - Miguel Muñiz

Camino tras el (cáncer de mama)

Peregrinan tras vencer a la enfermedad sin ánimo de ser ni «valientes» ni «campeonas». No son las mismas después de este paréntesis en sus vidas: «Pero podemos ser mejores»

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Todas respondieron «sí».

Si la doctora Ballesteros (Mercedes afirma que es incapaz de llamarla Anabel después de que la haya curado) les preguntaba si se animaban a recorrer el Camino de Santiago, ellas asentían con la cabeza. La propuesta era el mejor de los pronósticos. La oncóloga que meses o años antes las había abrazado antes de recetarles cirugía, «quimio» y/o «radio» contra su cáncer de mama, ahora las convertía en peregrinas de un nuevo camino. [Fotogalería: la peregrinación en imágenes]

Son doce. Ana tuvo que volver en la tercera etapa por un desprendimiento de retina. Son desde Nela, con 36 años, a Elia, con 60. Son Belén, Marga, Marta, Blanca, Encarni, Almudena, Loli, Marta, Mercedes y Marimar.

Son madres, son hijas, son esposas. Pero no son «ni valientes ni campeonas», advierten, porque no eligieron nada en esta historia. Todas son pacientes del hospital La Princesa de Madrid, que vio en la ruta jacobea una prolongación de las sesiones de terapia con la psicóloga clínica Montse Alcañiz. Porque con el alta suele llegar el bajón, explica en el trayecto que va de Castañeda a Rúa, en La Coruña.

«Se enfrentaron a un tratamiento largo, duro y que supone un paréntesis en la vida de una mujer joven con su familia y su trabajo. La vuelta a la normalidad cuesta. Por eso queremos ayudarlas a cerrar una etapa y que recuperen algo de lo que esta enfermedad les quita. Que dejen atrás los miedos y la sobreprotección», explica la doctora.

Las conversaciones se suceden cerca de Arzúa, donde la fama del queso obliga a una parada en esta cuarta jornada, la penúltima antes de abrazar al Apóstol, con quien Marta afirma tener «tarifa plana». Avisa de que no busquemos en ella un relato de «sensibilidad», sino de «ironía». Porque para ella, que nunca hablaba con otros enfermos cuando acudía a darse su medicación, los «estadios» son el Bernabéu o el Calderón, no la fase de un cáncer en una vida donde «no todo es ja ja, ji ji», «Ir de compras siempre se me ha dado bien, así que no tengo problema en andar», bromea.

Con su tocaya Marta la grabadora solo registra pasos y carcajadas. Hace año y medio que dejó su día a día como contable por una batalla en la que ella ha sido quien animaba a los suyos. Imaginen una sonrisa morena de oreja a oreja e imaginarán a Marta, que afronta el Camino a Compostela como las vacaciones que no disfrutó en este tiempo.

«Durante el tratamiento solo quieren sobrevivir y cuando se recuperan, todo el mundo les dice que tienen que estar bien. Pero se desinflan sin entender por qué», detalla Montse, que cada tarde, de regreso al hotel que sirve de albergue, dirige una sesión en la que comparten sus emociones también las integrantes del equipo médico de radiólogas, enfermeras o residentes que componen esta marea rosa, el color de las prendas que han estrenado antes del Obradoiro para «salir guapas» en este reportaje.

Algo extraño bajo la camiseta

Belén, de 45 años, relata en un repecho que en 2012, cuando su bebé tenía 9 meses, encaró un cáncer de mamá con metástasis en el cerebro: «No era un cáncer ligerito». «El día que fui a la consulta y la doctora me propuso esto, entendí el mensaje: "¡Estás muy bien! Incluso para hacer el Camino". No me estaba invitando a ir con ella al teatro», ilustra.

Son una de cada ocho mujeres que a lo largo de su vida se notarán algo extraño en el pecho. Como Mercedes, que un día se puso «una camiseta estrechita» y algo se marcaba más de lo normal. Y ahí está seis años después, viendo cómo un hijo en edad de tomar la comunión va cogiendo ya hechuras de hombre. La tasa de supervivencia una década después del diagnóstico es del 85 por ciento, por encima de la media europea.

Mercedes es la «coach» y la «liebre» del grupo. «Rompepiernas», la llaman. Durante los veinte minutos en los que no se achanta con ninguna pregunta, remontamos del furgón de cola hasta la cabeza del pelotón. «He pasado meses malos. Hago el Camino por encontrarme. Por volver a ser la Mercedes de antes». Era profesora de autoescuela y «abarcaba todo» hasta que por su 40 cumpleaños en 2009 le regalaron un diagnóstico que ya se olía. Andariega y eléctrica, cuesta imaginársela con aquella «depre» de la que ya salió.

«Hay cosas peores que esto»

No olvida «la primera vez que le quitaron los vendajes» después de su mastectomía radical. «Era todo piel. Bebía agua y notaba como me bajaba. Sentías que tenías el pecho y cuando te lo ibas a tocar, no estaba ahí», narra mientras aguarda a la fase final de su reconstrucción. Ahora tampoco deja de reír con esa risa como «de haberse fumado dos petas». «Hay cosas peores que el cáncer: un infarto no te da ni una oportunidad».

Loli está de «subidón. Ninguna creíamos que íbamos a poder pasar del primer día. Esto es un reto personal frente a las limitaciones mentales». Hace ocho años le confirmaron un cáncer genético. Superado lo peor de la enfermedad, no encaja el «descuelgue» laboral al pasar de un departamento de recursos humanos con mucho personal a su cargo, a la frustración por «daños colaterales» que la sociedad no ha erradicado.

Y así también Blanca, a punto de los 42. Hace cuatro años terminó su tratamiento y tras este viaje se hará voluntaria de la Asociación Española Contra el Cáncer. O Nela, diagnosticada en 2007: «Y por aquí sigo. Nunca he dejado que la enfermedad me pare». Aunque estuvo a punto de «rajarse», su marido, con el que se casó entre revisión y revisión, la animó a perseverar. El de Elia asumió que el cáncer de mama «era cosa de los dos». Al ser la veterana y haber terminado con los ciclos hace poco, a veces tira del coche escoba para culminar las etapas. Pese al paréntesis, ya ha vuelto a su puesto como enfermera en un centro de salud. «Cada una tenemos nuestra receta». También ha retomado su profesión Almudena, de 47, aunque se le había olvidado «cómo coger una pipeta» en el laboratorio y ahora evita productos como el sulfúrico o el hexano. «Tengo mucha alegría. Siempre he estado bien. No he necesitado terapia», reconoce después de casi dos años en los que ha completado todo el proceso.

«Nunca vuelves a ser la misma, pero puedes ser mejor», aventura Loli.

«Este es nuestro renacimiento».

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