Cuaderno de viaje

Secuestro y extorsión

No es comprensible que haya quien justifique y hasta alimente la actitud de los ganaderos

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El sector lácteo gallego lleva demasiado tiempo viviendo en la cuerda floja, pero eso no debe servir de excusa para justificar su actitud esta semana en Santiago. Lo que han hecho es secuestrar una ciudad, tomando como rehenes a sus vecinos, con la intención de chantajear a las administraciones. ¿Acaso se creen impunes y con potestad para imponer su propia ley?

Igual de lamentable que el intento de extorsión de los ganaderos ha sido la pasiva reacción de algunos en la defensa de los intereses generales. Por mucha simpatía que se pueda sentir hacia un sector en el que todo gallego encuentra sus raíces, no es comprensible que haya quien se ponga de perfil, justifique o hasta alimente este tipo de actitudes.

Es más cómodo mirar hacia otro lado y no enfrentarse a un colectivo que sabe hacer ruido, pero lo sensato sería garantizar que ninguna movilización lesione los derechos del resto de ciudadanos y empresas.

Ningún sector, por muy estratégico que sea, debería tener carta blanca para cortar indefinidamente las principales arterias de comunicación de una ciudad, bloquear grandes áreas comerciales o asediar centros logísticos de distribución. ¿Quién pagará los daños ocasionados? Una cosa es el sagrado derecho de manifestación y otra legitimar estrategias antidemocráticas de coacción.

En todo caso, el problema al que se enfrentan los ganaderos no sólo es de forma. Su gran lastre es que reivindican soluciones viejas para un tiempo nuevo. El fin de las cuotas simboliza el cierre de una era de intervencionismo artificial y la apertura a un mercado más libre, lo que exige un ajuste de oferta y demanda, agravado por el actual contexto de reducción del consumo.

En este contexto, el sector lácteo gallego, lastrado por problemas estructurales históricos, no es capaz de competir vía precios. La única salida es competir en calidad. La tienen, pero no han sabido ponerla en valor.

Más que exigir que el Gobierno bordee la ley para obligar a la industria y a los distribuidores a que les garanticen un precio mínimo y encarezca por decreto el cartón de leche para el consumidor, el reto que deberían plantearse es apostar por proyectos asociativos de transformación que generen valor añadido y convencer al ciudadano de que, en efecto, merece la pena pagar algo más por una leche gallega de mayor calidad.

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