Margo Pool, en su granja de la remota aldea de Santoalla, donde convive con el presunto asesino de su marido
Margo Pool, en su granja de la remota aldea de Santoalla, donde convive con el presunto asesino de su marido - miguel muñiz
«Crimen de Petín»

Las últimas horas de Martin

El voluntario israelí que convivía con el asesinado detalla cómo fueron los días previos a su muerte en la aldea. La esposa del holandés reconoce que la familia de los acusados por el crimen «todavía no me ha pedido perdón»

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La detención la pasada semana de dos hermanos como presuntos culpables de la muerte de Martin Verfondern (fue asesinado en enero de 2010), más conocido como «el holandés de Petín», ha reabierto en este recóndito pueblo orensano las heridas de un enfrentamiento del que todos eran conocedores. La enemistad entre los Verfondern y la familia «del Gafas» —únicos moradores de la decadente aldea de Santoalla— surgió de una pugna por los derechos del monte comunal. El holandés exigía cobrar parte de lo que las empresas madereras que talan en la zona deben abonar a los dueños del monte y la familia de los acusados del crimen, Carlos y Julio, se negaba a compartir las ganancias. El conflicto se enquistó y las amenazas empezaron a ser una constante.

Tanto, que Verfondern dedicó los últimos meses de su vida a grabar cada uno de los encontronazos que mantenía con los hermanos Rodríguez.

Echando la vista atrás, la mujer de Martin confiesa que los temores que su marido le manifestó antes de morir eran reales, aunque ella nunca pensó que la hostilidad en Santoalla pudiera derivar en el asesinato de su esposo y el posterior ocultamiento de su cadáver. «Martin se grababa para defenderse. Temía que lo matasen desde hacía meses», explica Margo Pool a ABC antes de deslizar un «yo no sé si fue Carlos, él es como un niño», en alusión a la discapacidad intelectual del 70 por ciento que padece el autor confeso. El otro detenido, su hermano mayor, está acusado de encubrimiento y tiene prohibido acercarse a Margo, que nunca recibió una palabra de perdón por parte de la vecina familia.

El testimonio de Michael Levy

Volviendo al día del crimen, Margo trata de buscar respuestas. Ella estaba de viaje en Alemania cuando Martin desapareció, pero el holandés no pasaba los días solo en la granja. Con él vivía desde hacía dos meses un voluntario israelí, la última persona que vio a Martin antes de que éste bajase al pueblo a por provisiones. Según narró Michael Levy en una conversación con este diario tras tener noticia del arresto del presunto autor del crimen, los días previos a la muerte de Martin no percibieron ningún peligro más allá de las habituales amenazas. Unos miedos que el israelí conocía bien porque el holandés lo había puesto en sobre aviso. El único momento de tensión con los vecinos se produjo, recuerda, unos días antes de la desaparición. «Julio vino a llamarme la atención porque nuestras cabras habían entrado en su propiedad. Me disculpé porque no había podido evitarlo y la cosa no pasó de ahí», explica Michael.

El día de la muerte de Martin, este voluntario lo vio abandonar la granja a primera hora. Era lo que habían pactado la noche anterior en una charla en la que el fallecido encomendó a Michael el cuidado de los animales durante la mañana. «Serían las 9 cuando escuché que el coche se iba. Miré por la ventana de la caravana y lo vi marchar», asegura. Desde Santoalla, Martin Verfondern condujo unos 13 kilómetros hasta A Rúa. Una distancia corta pero complicada por la carretera de montaña que une esta apartada aldea con el pueblo. Como cada semana, Martin se dirigió al supermercado, a donde llegó en torno a las 10 de la mañana. Una vecina se lo encontró haciendo la compra y el holandés le comentó que antes de regresar a casa se pasaría por el cibercafé desde el que habitualmente se conectaba a Internet y consultaba las redes sociales.

«Se fue porque no había red»

Los testimonios de los empleados de la cafetería «4 caminos» confirman que Verfondern fue al local esa mañana y que su intención era acceder a Internet para gestionar la página de voluntariado a través de la que contactaba con extranjeros interesados en trabajar en su granja. Sin embargo —tal y como confirmaron informes policiales posteriores— esa mañana la conexión en el pueblo falló a causa de una avería que dejó a buena parte de los vecinos sin red. La incidencia fue comentada por Martin con una de las camareras de la cafetería, que no percibió ningún signo de preocupación o temor en su comportamiento. Incluso, rememora, dijo que ya volvería al día siguiente. Los pasos de Verfondern se pierden ahí, en el momento —pasadas las 12 de la mañana— en el que abandona la cafetería para regresar a la montaña.

Como la palma de su mano

Las investigaciones que derivaron en la detención de los dos hermanos concluyeron que Martin recibió un disparo en el interior de su vehículo a la entrada de la aldea a eso de las 3 de la tarde. Se trata, explican quienes conocen la zona, de un lugar solitario en el que un tiro puede pasar desapercibido. Después, se cree que los hermanos trasladaron el cuerpo hasta un lugar «al que sólo puede acceder alguien que conozca el monte como la palma de su mano». La voz de alarma la dio Michael a las 11 de la noche, momento en el que telefoneó a Margo. Llevaba todo el día preocupado pensando que Martin podría haber sufrido un accidente de tráfico subiendo a la montaña. Tras su desaparición, incide el israelí, la actitud de los vecinos de la aldea de Santoalla varió notablemente. «Se volvieron mucho más amables con nosotros», comenta.

Ligado a la tragedia

Transcurridos cuatro años del crimen y seis meses después de que el coche y los restos óseos de Martin fuesen localizados en un remoto paraje, la posible resolución de uno de los asesinatos más enigmáticos de la historia negra de Galicia no coge a nadie por sorpresa. «Es lo que se habló desde el primer momento», reconocen los habitantes de esta tranquila localidad ahora ligada a la tragedia. Quienes conocían al presunto autor de la muerte de Martin dicen de él que es «un chaval que siempre iba con la cabeza gacha y que no hablaba con nadie». Sí su hermano, que incluso invitaba a cafés a los conocidos. Ahora, su familia guarda silencio aunque quienes los tratan de cerca destacan «el difícil momento» por el que están pasando. «Y pensar que todo fue por dinero, que murió por un monte», lamentan.

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