José Jiménez Lozano
José Jiménez Lozano - f.heras
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Se puede seguir contando

José Jiménez Lozano reúne veintisiete relatos en torno al mundo bíblico en «Abram y su gente». Un libro que vuelve la esencia del cuento

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Acaba de aparecer un nuevo libro de José Jiménez Lozano con un título recurrente en su bibliográfica. Pero en realidad se trata de un texto nuevo y distinto en su concepción literaria. Abram y su gente reúne 27 relatos en torno al mundo bíblico que resulta engañoso. Ya la portada -una reproducción de «Abraham, Sarah y el Ángel», de Jan Provost, que se exhibe en el museo del Louvre-, lleva a las apariencias capciosas de Ortega, que veía el retrato de una monja y concluía, ingenuamente, que estábamos ante un tratado de pintura religiosa. Nada que ver con la realidad. Abram como título sólo se explica aquí como una conexión narrativa que, partiendo de la Biblia, devuelve al relato la libertad y frescura que tanto echaba de menos Walter Benjamin en la narrativa de la modernidad.

Efectivamente, sabemos de sobra que ya no se narra como Dickens o Zola. Lo que no supone ningún hallazgo, sino en ocasiones un claro retroceso, pues lo contado semeja una frivolidad o se parece poco a un relato. En este libro de Jiménez Lozano se vuelve a la esencia del cuento, y a las múltiples maneras de narrar sacando siempre agua del pozo. En la introducción del libro -una cita de Gershom Scholem- se nos lleva de la mano a esta realidad del cuento interminable que, a pesar de las repeticiones, «todavía no se ha convertido en historia, y la vida secreta que contiene puede irrumpir mañana en ustedes o en mí».

Como apunté antes, Jiménez Lozano ha escrito en repetidas ocasiones sobre Abraham, Sara, y otras historias bíblicas. ¿En qué se diferencian estos relatos de los otros contados por el escritor abulense? El hecho de que se narre ahora la historia bíblica desde una barbería moderna -la que supuestamente pintó un día Chagall- añade a lo anterior una perspectiva totalmente inédita. En pocas líneas, viene a demostrarnos un montón de supuestos ideológicos y narrativos que pocas veces hallamos en el cuento moderno: que una cosa es la fe y otra muy distinta la cultura, que lo elemental está plagado de filosofía, y que la gente sencilla no especula cuando narra la historia, sino que incide en lo arcano para desvelar a las generaciones futuras su visión más cotidiana y práctica.

Por esto mismo, Abraham o Sara son ahora tan distintos. Aquí, por ejemplo, el padre de los creyentes se ha contagiado del humor y del humanismo de Sara. Se acabaron, por tanto, aquellos celos teológicos, e incluso los absolutismos delirantes del Altísimo. Y es que la barbería, desde la que se cuentan todas las historias bíblicas -las del Viejo y Nuevo Testamento-, está llena de vida, y en ella se desmotan con pragmatismo las situaciones kafkianas y las entelequias humanas. Se trata, en definitiva, de un libro oportunísimo que -aparte los modos griegos o judíos de contar las cosas- se enfrenta a la narración con las mil maneras de una modernidad que, sin perder un ápice las cuestiones capitales, incide en lo esencial de la literatura: que es vida, y que, si no se juega a esta carta, deja de ser literatura.

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