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Bombones de Viena

El Concierto de Año Nuevo, en origen destinado a recaudar fondos para el Tercer Reich, se mantiene en el tiempo y tiene sus propias versiones en Castilla y León

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Cada uno de enero Viena se convierte en una manga pastelera. Vainilla por aquí, almíbar por allá, caramelo por doquier. La ciudad amanece confitada, como si celebrara el día internacional del algodón de azúcar. Visto de lejos, el edificio de la Musikverein parece la casita de chocolate de Hansel y Gretel. Y como en el cuento, todo este artificio de azúcar y este esfuerzo de flores es una trampa. Siempre lo fue. Desde aquel 31 de diciembre de 1939 en el que Clemens Krauss y su amigo Joseph Goebbels pusieron en marcha este producto propagandístico destinado a recaudar fondos para la campaña de invierno del ejército del Tercer Reich y, ya de paso, apagar en lo posible los gritos que llegaban desde unas extrañas reposterías instaladas en las afueras.

Los gritos de los músicos que unos meses antes la Filarmónica de Viena había facturado en un risueño compás de tres por cuatro hacia el infierno de la exclusión, la deportación, y el asesinato. La historiadora Bernadette Mayrhofer nos recuerda sus nombres: Arnold Rosé, Paul Fischer, Moriz Glattauer, Siegfried Friedrich Buxbaum, Josef Geringer, Julius Stwertka… Hoy sabemos que seis de estos músicos sobrevivieron en el exilio con parte de sus familias. Siete fueron asesinados, la mayoría en campos de concentración, y con ellos sus compañeras, sus hijos, sus padres.

Ahora, una vez resueltos estos pequeños detalles, aquel concierto resultó tan eficaz para la glorificación de la raza aria que el uno de enero de 1941 y en sesión matinal, se celebró una segunda edición −por supuesto dirigida por Krauss- que titularon Concierto Johann Strauss. La velada fue radiada por la Grossdeutscher Rundfunk para solaz de su victoriosa milicia, que por entonces bailaba estos valses en la acogedora Viena, claro está, pero también en los palacios de Checoslovaquia, Bohemia, Moravia y Polonia. Así, con tantas vueltas y vueltas, entretenían el hedor de la carne quemada y artísticamente garrapiñada de checos, bohemios, moravos y polacos. ¿Verdad que es dulce?

Bien, si Dios no lo remedia, el próximo jueves el director Zubin Mehta dirigirá a la Filarmónica de Viena en el enésimo Concierto de Año Nuevo. Por primera vez la institución ha hecho público el programa con antelación. No hay sorpresas, la misma bisutería de siempre. Y ni hablar de pedir perdón públicamente por los desmanes, nada sobre remordimientos. Ningún homenaje. No. De ninguna manera. Todavía en 1997, la Filarmónica se negaba a admitir mujeres entre sus músicos; de gente de color, ni hablamos.

Es necesario preservar tan excelsa tradición cultural, y eso sólo se puede llevar a cabo seleccionando la raza. La raza y el sexo. Y, sin embargo, y pese a toda esta infamia, los sondeos estiman una audiencia potencial para este esperpento de quinientos millones de espectadores repartidos por sesenta países. Sorprendente. Incluso aquí, muy cerca, en Salamanca (la Strauss Festival Orchestra actúa en el Centro de Artes Escénicas y de la Música), o en Valladolid (la Orquesta Filarmónica de Praga, en el Zorrilla, y la Orquesta Filarmónica de Valladolid, en el Carrión), se han programado funciones de Año Nuevo, para compartir tan jovial y festivo espíritu.

Ninguno de los ceremoniales propagandísticos diseñados por Goebbels, ninguna de sus tácticas populistas, gozó nunca de tal éxito y persistencia. Sin duda a él le hubiese parecido un auténtico bombón.

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