arando en el mar

Pros y contras de la tasa turística

No es lo mismo que si el turista decide o prefiere bañarse y tomar el sol; cosa que puede hacer en miles de sitios, con la diferencia o el matiz de la distancia

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Los políticos cuando no saben ya de dónde sacar el dinero —una vez que ya han exprimido hasta la extenuación a los ciudadanos vía impuestos—, para seguir gastándoselo en las cosas más variopintas, inútiles, superfluas e interesadas posibles, van y recurren a inventarse nuevos gravámenes a mayor gloria del bolsillo y del ego del político de turno.

No falla: que si el copago farmacéutico, que si la ecotasa, que si la tasa turística. Ellos la imponen, seguidamente la cobran, para, a continuación, si a alguien se le ocurre recurrirla a los tribunales y gana –da igual cuál de ellos de los muchos que existen en España—, o si su mera imposición, aunque legal, valla en detrimento del sentido común o de los intereses generales de la sociedad, se lo pasan por el forro de la indiferencia y el olvido y a buscar otro impuesto de donde seguir chupando, con perdón.

En Canarias, siempre que vienen unas elecciones se vuelve a hablar de imponer la tasa turística. Esta vez ha sido Nueva Canarias (NC) que lo ha llevado al Parlamento regional. En principio, y de forma general, dicha tasa tiene como fin recaudar dinero —se entiende que del bolsillo de los turistas que nos visitan—, para, supuestamente, financiar las campañas de promoción y publicidad que se dan a nivel regional —archipielágico queda mucho más nacionalista—, o para mantener y adecentar un determinado lugar de interés turístico, ejemplo el casco urbano de una ciudad, de un monumento concreto o un parque nacional.

Lo cierto es que en muchos de los casos dicha tasa pasa a incrementar la insaciable sed de las arcas del estado, como cualquier otro impuesto, y a la hora de invertirlo vaya usted a saber dónde termina ubicándose o malgastándose, lo que aún es peor. Si se hiciera de forma correcta, se debería utilizar para mantenimiento, desarrollo y difusión de la ciudad, instalación o lugar concreto del que fuera objeto dicha tasa; fomentar espectáculos culturales, adecentar los alrededores, cuidar las infraestructuras y cualquier otra instalación de la que el turista deba hacer uso y disfrute.

Pero no todos los destinos turísticos son iguales. No es lo mismo un turismo cultural y urbano donde al visitante no le queda más remedio que acudir a determinados lugares si de veras está interesado por ver el museo del Louvre o la torre Eiffel; navegar por el Támesis y ver la Torre de Londres; acudir a contemplar la Sagrada Familia o pasear por el parque Güell; extasiarse viendo el David o la Piedad de Miguel Ángel; o tirar una moneda en la Fontana de Trevi. No es lo mismo que si el turista decide o prefiere bañarse y tomar el sol; cosa que puede hacer en miles de sitios, con la diferencia o el matiz de la distancia, la conectividad, el precio o la seguridad de cada destino.

Si pusiéramos en Canarias una tasa turística, así porque sí, por el mero hecho de sumarnos a una corriente que cada vez está más en alza, podríamos llevarnos la sorpresa de que resultara negativa para la afluencia de turistas; así al menos, y de forma general, lo manifiestan todas las patronales del sector turístico canario. Razones en contra las hay, como no: que el mercado de los turoperadores no lo aceptaría y ellos mueven nada menos que un 70 % de turistas; que no se puede comparar Canarias con otros destinos que sí lo han impuesto como Barcelona o París; o que el sector ya lleva sufridos demasiados aumentos de impuestos ya que el IGIC se incrementó en un 40 %.

Esperemos en el buen juicio del gobierno canario y que por motivos partidistas y de luchas internas no caiga en la tentación de implantar una tasa turística que sería, a todas luces, un error fatal para nuestro futuro turístico y, por extensión, y a la larga, para nuestra economía.

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