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PIRAGÜISMO

El mejor olímpico español de la historia

David Cal consigue la plata en el C1 1.000 tras una soberbia remontada. Con cinco medallas, ya es nuestro deportista más laureado en los Juegos

09.08.12 - 09:19 -
El mejor olímpico español de la historia
David Cal muestra su histórica medalla de plata en el podio. / Efe
Después de ganar su quinta medalla olímpica, una plata en la prueba de C1 1.000 metros, David Cal hizo algo extraordinario. Se bajó de la canoa y, una vez en el pantalán, se tiró al agua. El chico pausado con un arrebato pasional al alcanzar la leyenda de ser el deportista español con más medallas olímpicas de la historia. O eso parecía. «Nada, era una promesa que había hecho, la única», aclaró luego, tan tranquilo como siempre en la cima. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, después de escribir en las aguas del canal de Eton Dorney una de las páginas más emocionantes del deporte español. Después de vencer al viento.
O de que el viento se diera por vencido. El palista gallego y su entrenador, Suso Morlán, llevaban cuatro años estudiando los aires que barren el abierto paraje escogido para ubicar la pista de regatas. Estaban tan preocupados de que las rachas que suelen entrar por la derecha les birlara la gloria de la quinta medalla que encontraron en Lugo un lugar que se le parecía lo suficiente para aprender a dominarlo. Allí en Cervo terminaban los días revisando cómo habían soplado las corrientes en Eton para intentar vivir lo mismo a la mañana siguiente con un día de retraso.
También por ese viento de derechas que perjudica a los zurdos como Cal obligándoles a emplear más energía para corregir el rumbo, buscaron entrar en tercera posición en la semifinal. Para remar ayer por la calle 7, la más resguardada. Pero ni siquiera el viento iba a estropearle al gallego su último paso a la gloria. Cuando los canoístas se colocaron en la línea de salida, el viento que esperaban no estaba allí. En su lugar soplaba otro más suave, menos molesto.
Lento arranque
Así que, finalmente, el día de su cita con la historia, en la pista estaban sólo Cal y los rivales, que decidieron que la carrera iba a ser frenética desde el comienzo. «Pensaba que la cabeza iba a ir un poco más lenta», decía después el gallego.
En esa arrancada desbocada, se quedó atrás y cruzó el primer punto de control, el de los 250 metros, en quinta posición, a casi dos segundos de la cabeza. La explosividad nunca ha sido su fuerte. Cuando después de Pekín desapareció la distancia de 500 metros del programa olímpico, en la que tiene dos platas (2004 y 2008), hizo algunas pruebas en la nueva incorporación, los 200 metros, y enseguida vio que no era lo suyo. «Normalmente no me pongo nervioso, pero cuando vi que los dejaba ir tanto pensé: huy, eso ya es mucho dejar, que la gente aprieta», decía después sobre ese comienzo Morlán.
De todas formas, la carrera hasta ahí se parecía a otras del gallego, en las que ve distanciarse a los primeros para luego remontar. En el segundo punto de control, el de los 500 metros, Cal pasó en sexta posición, a más de dos segundos ya del uzbeko Vadim Menkov. En el último punto de control, 750 metros, tres cuartos de la prueba consumidos, el gallego remaba ya con tres segundos de retraso respecto a la cabeza, en ese momento el alemán Sebastian Brendel. Tensión entre la tropa española en las gradas del canal. Compañeros, amigos, su hermana, su novia, decenas de banderas.
«Yo también sufrí mucho -confesó después, ya con la medalla al cuello-. Salí un poquito atrás, y me fui guardando fuerzas». Eso es lo que no sabía la grada, que temblaba al verle fuera del podio, cada vez más lejos de la quinta medalla olímpica a medida que se consumían los metros de la prueba. La zozobra de los que miraban quedaba, sin embargo, reducida a una simple fórmula sobre la piragua de la calle 7, abajo en el agua. «Sabía que tenía fuerza para cambiar. Al final cambié y todo fue bien», resumía Cal.
Desde arriba, Morlán ofrecía una explicación más técnica a esos extraordinarios últimos 200 metros del gallego, en los que fue devorando rivales hasta cruzar la meta en segunda posición, a menos de un segundo de Brendel. «Iba contando las paladas, y cuando vi que subía la frecuencia me dije: vale, ya está. Cuando llega a 70 o 71 por minuto al final, no hay nadie que pueda aguantarle el ritmo», explicaba el entrenador.
Sólo el alemán Brendel se libró de ese salvaje arreón de Cal en el último tramo. «Yo tenía pensado estar un poquito más cerca de la cabeza, pero a veces las carreras no salen como tú quieres. Las sensaciones que tenía eran para ir a ese ritmo», dijo luego el canoísta, que quiso dedicar la quinta medalla, el paso a la leyenda «a toda esa gente que está por detrás y que muchas veces ni se ve ni se conoce: a mi entrenador, Suso; al médico, Fernando Huelin; a mi familia; a mis amigos; a la gente del Club Naval de Pontevedra, a la del club de Mar Ría de Aldán. Ellos hacen que todo esto sea posible».
Con esa calma, con ese control, dejó atrás a Arantxa Sánchez Vicario y a Joan Llaneras, con los que hasta ayer estaba empatado a cuatro medallas olímpicas (oro en C1 1.000m y plata en 500m en Atenas y dos platas en esa pruebas en Pekín). Casi sólo se permitió el salto al agua, algo que nunca había hecho. Casi. «Una cosa es que sea tranquilo y otra cosa es que no me emocione. Sí que me he emocionado un poquito», reconoció.
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