Sebastián González regresaba de ver al Obispo. Había decidido, como secretario de la Hermandad Obrera de Acción Católica, referirle al prelado en persona que tenía evidencias de que se estaba torturando a compañeros en algunas comisarías de la provincia, y rogarle de paso su intermediación. La reunión fue tensa y estéril. El joven, militante de los movimientos cristianos de base, volvió desalentado a casa. «La Policía ha venido a buscarte tres veces», le advirtió un vecino, cuando subía aún por las escaleras. Sebastián le explicó apresuradamente la situación a su esposa, pero no le dio tiempo a más. La brigada político social pateó la puerta, lo identificó y se lo llevó a empujones a comisaría. Era el 4 de junio de 1974. Tres y media de la madrugada.