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Miércoles, 26 de abril de 2006
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CULTURA
CARLOS IGLESIAS DIRECTOR Y ACTOR
«Un inmigrante es de ninguna parte»
Debuta como director con 'Un Franco, 14 pesetas', una sentida crónica de su infancia en la Suiza de los años sesenta
«Un inmigrante es de ninguna parte»
DE PROMOCIÓN. Carlos Iglesias. / LA VOZ
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DATOS PERSONALES
Carlos Iglesias nació en Madrid en 1954 y se formó en la Real Escuela de Arte Dramático.

La trayectoria: En la década de los ochenta se dedicó fundamentalmente a la interpretación en distintos montajes teatrales. La fama, sin embargo, le llegó con la televisión. Sus personajes de Pepelu, en Esta noche cruzamos el Mississippi, y Benito, en Manos a la obra, le dieron a conocer al gran público.

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Carlos Iglesias es un hombre con dos vidas, dos historias y dos patrias. No tiene dos corazones de puro milagro. Su más tierna infancia la pasó en Suiza, un lugar de postal y con olor a chocolate, donde emigró su padre en la década de los sesenta «para ganarse el pan como mecánico fresador». Después volvió a España, «un lugar feo», y el mundo se le vino encima. No entendía nada. Sólo sentía. Y añoraba. El hombre que se dio a conocer gracias a sus personajes de Pepelu, en Esta noche cruzamos el Mississippi, y Benito, en Manos a la obra, debuta como director en la gran pantalla con Un franco, 14 pesetas, una emotiva película que se estrena el 5 de mayo y que aborda la inmigración desde la amabilidad y la ternura. En la propuesta de Iglesias, no hay nada que entender, sólo sentir.

-En los años sesenta, ¿qué se podía comprar en Suiza por un franco?

-No lo recuerdo muy bien. Sé que el alquiler de la casa de mis padres eran cuarenta francos; supongo que, en proporción, daban bastantes cosas por un franco.

-Por aquel entonces, recibían clases de educación sexual en el colegio.

-Así es. Recuerdo que levanté la mano en una de las clases y, de una forma muy ingenua, dije que a los españoles nos traían las cigüeñas. En seguida me di cuenta de que algo extraño estaba pasando, sobre todo por la cara que puso la profesora. Y los críos me miraban con una admiración.... Lo de la cigüeña no se contaba en Suiza, ¿allí nacían bajo las coles! La maestra fue a hablar con mi padre y le dijo que se podían hacer dos cosas: o me lo contaba él, o se encargaba ella del tema. Evidentemente, mi padre se quitó el problema de encima y se lo pasó a la profesora.

-¿Rodó la película para revisitar su infancia?

-El rodaje fue maravilloso y me ayudó a recuperar unas sensaciones indescriptibles. Puede abrir la ventana de mi cuarto y ver el mismo paisaje que contemplaba de niño. Allí estaba todo, incluso los olores, los mismos que me llevé de regreso a España.

-¿Fue más difícil partir o regresar?

-En mi caso, la vuelta fue complicadísima. Yo era un niño y Suiza me pareció asombrosa. Había bosques, lagos y ríos, lugares de ensueño para divertirse. Pero también hubo momentos duros. El primer día en el colegio fue terrible, porque no sabía ni una palabra de alemán. Aun así, la vuelta fue mucho más traumática. Al contrario de lo que ocurría cuando estábamos en Suiza -sabíamos que era un lugar de paso-, volver a España significaba quedarse. Quiero decir que habíamos llegado a la meta, pero la meta era muy triste.

-¿Le costó perdonar a sus padres por haber vuelto?

-Sí. Yo les preguntaba qué necesidad tenían de regresar a un sitio tan feo, donde las cosas eran tan complicadas. Ellos se excusaban de que en España estaba la familia, los abuelos... Pero con el tiempo dejas de hacer preguntas y llegas a asumir que perteneces aquí.

-¿Qué se le quedó en Suiza?

-Aunque suene un poco pomposo, se quedó una parte de mi alma.

-¿Han visto sus padres la película?

-Todavía no, les llevaré al estreno.

-¿Qué cree que dirán?

-No lo sé. Supongo que les hará reflexionar y recordar aquella época. De todas formas, aunque no la hayan visto, hemos hablado mucho de ella. Mi padre y yo nos hemos sincerado como dos adultos. Yo le interrogaba, le pedía que me explicara qué sentía, qué pensaba... Fue una experiencia muy gratificante.

«Un extraño»

-¿Un inmigrante no se siente completo ni en su país de origen ni en el de acogida?

-Eso es lo que intenta transmitir la película. Un inmigrante es de ninguna parte. Yo, que tengo 50 años, me he pasado toda la vida añorando Suiza. No he vuelto porque soy hijo único y porque quiero muchísimo a mis padres, no quería dejarles solos.

-Volver al país de origen y sentirse como un extraño...

-¿Es lo que me pasó a mí! Me sentí durante mucho tiempo como un extraño y me pasaba días y días comparando cosas.

-¿La búsqueda de la mejor opción?

-¿Claro! Es una sensación brutal. He empujado a todos mis amigos a viajar a Suiza, a verla conmigo. A través de mi mirada se enamoraron del país. Hombre, habrá algunos que prefieran el folclore, calles feas y tener una paella cerca.

-¿Le choca que en España haya rechazo a los inmigrantes cuando los españoles han estado haciendo las maletas cada dos generaciones?

-Es el germen que mueve la historia de 'Un Franco, 14 pesetas'. Me vi en la necesidad de contar cómo nos habían tratado en otros lugares, y lo hice lo mejor que pude. La película invita a la reflexión, pero poco podrá hacer una cinta que llegará, en el mejor de los casos, a dos millones y medio de personas.

-¿España es racista o clasista?

-Un poco las dos cosas. El nuevo rico es muy clasista y muy racista. Hablamos de la mentalidad de una gente que siempre ha estado sirviendo a otros, y ahora, de repente, les sirven a ellos. La inmensa mayoría de los inmigrantes que me contaron su historia me dijeron que «nosotros no éramos como los que vienen ahora». Eso me dolió. Creo que con el tiempo han idealizado el pasado. ¿Por qué? Porque había españoles que no sabían hacer la O con un canuto, sin oficio y beneficio, que no eran capaces de coger un tenedor en la mesa.

-¿Volvería a Suiza?

-Sí, pero una vez allí echaría de menos esto. No se puede estar en dos sitios a la vez. Quiero mucho a mi país, por eso lo critico.



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