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Martes, 25 de abril de 2006
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La larga mano de Al Qaeda
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Aunque la policía egipcia no se pronunció anoche sobre la autoría del atentado, todos los indicios apuntan a algún grupo islamista, probablemente Al Qaeda, la organización que lidera Osama bin Laden y que en el pasado ya se atribuyó otros atentados similares cometidos por beduinos arraigados en la península del Sinaí.

Con 70 millones de habitantes, Egipto es el país árabe más poblado y el centro cultural de Oriente Próximo, una circunstancia que lo convierte en uno de los objetivos más apetecibles y estimados por las organizaciones terroristas islámicas.

El Estado egipcio cuenta con una amplia red policial por todas las ciudades y pueblos del país que, normalmente, y salvo excepciones puntuales, consigue mantener a raya a los radicales del interior de Egipto, quienes en los últimos años apenas han podido cometer algunos atentados aislados.

El empuje del islamismo egipcio se vio corroborado en las recientes elecciones legislativas en las que los Hermanos Musulmanes consiguieron multiplicar por cinco los escaños que tenían en la pasada legislatura.

Como el Egipto continental está fuertemente protegido por la policía, los islamistas extranjeros han tratado con éxito de abrir una brecha en la península del Sinaí, una zona donde no hay Ejército y la presencia policial está limitada por los acuerdos de Camp David con Israel.

Sus aliados

Los aliados de los islamistas extranjeros son los beduinos. Durante las últimas décadas, la mayoría de estos nómadas se han asentado en las ciudades y pueblos de la zona y se han especializado en el tráfico de drogas y de armas y en la trata de blancas.

Los islamistas extranjeros entran en contacto con los beduinos y negocian con ellos una cantidad de dinero o de drogas a cambio de que los beduinos cometan los atentados. Los propios islamistas les proporcionan los explosivos y les dicen los objetivos a atacar.

Los atentados buscan poner en evidencia las servidumbres del régimen y llevar al primer plano el sistema represor que ha hecho imposible la vida de los islamistas, por temor a que la apertura del sistema les conduzca una victoria electoral como ya sucediera en Argelia.



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