El año para la paz en Irak y Siria

Los mayores conflictos bélicos siguen concentrados en Oriente Próximo

Francisco de Andrés

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Transcurridos los primeros meses de 2018, el mapa de los conflictos más peligrosos del mundo sigue concentrando las alertas en la región de Oriente Próximo , lo que parece casi como una foto-fija desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los poderosos se enseñan los dientes y esgrimen su arsenal atómico , pero en último término la disuasión nuclear funciona. El riesgo de un conflicto generalizado a escala mundial se juega en cambio en el tablero de los conflictos bélicos convencionales, en el que se observan cuatro guerras en ebullición –Siria, Yemen, Libia y Afganistán –, al menos una docena en estado incandescente y con bajo perfil mediático, y cinco en relativa fase de regresión.

Con un criterio más amplio de conflicto, en fechas recientes el Ministerio de Asuntos Exteriores español ofreció su propio mapa de peligrosidad en el mundo pensando en el viajero nacional. La lista de países a evitar bajo cualquier circunstancia incluye doce (los cuatro citados, más Irak, Malí, República Centroafricana, Somalia, Sudán del Sur, Burundi, Eritrea y Papúa Nueva Guinea ), donde la violencia protagonizada por grupos armados forma parte del paisaje desde hace años. Es la llamada lista negra. En rojo aparecen los países a los que se desaconseja viajar salvo en caso de extrema necesidad. Por primera vez, en la lista del Ministerio español aparece Venezuela , que comparte ese dudoso honor junto a países como Egipto, Corea del Norte o Pakistán .

El año 2017 protagonizó una de las mejores noticias de la década para la paz mundial. Fue el año de la derrota del autoproclamado «califato» yihadista de Daesh , que llegó a controlar un territorio en Siria e Irak de la extensión, aproximadamente, del Reino Unido. Desde esa plataforma física y logística –que le dio un prestigio excepcional en los círculos radicales de todo el mundo islámico–, el movimiento armado del «califa» Al Bagdadi fue capaz no solo de enfrentarse a los ejércitos iraquí y sirio, sino también de organizar atentados terroristas en Europa y Estados Unidos .

La caída de Daesh, casi tan rápida como su ascensión en 2014, podría marcar este año un cambio de ciclo en los dos grandes conflictos armados mundiales: el de Irak, que se remonta a la invasión norteamericana de 2003 y al derrocamiento de Sadam Husein; y el de Siria, producto de la Primavera Árabe de 2011 tras el levantamiento contra el también dictador laico Bashar al Assad.

El conflicto iraquí se encuentra en un proceso cercano a su fin en el plano estrictamente bélico, tras la caída de los últimos feudos de Daesh en el país y la pragmática decisión de los kurdos de no presionar –por ahora– en favor de la creación de un Estado independiente en la actual región del Kurdistán. La rivalidad entre chiíes y suníes no está superada, pero el peligro se centra en la presencia de militantes kurdo-turcos del PKK en algunas zonas de Irak . El presidente turco, Erdogan, ha exigido a Bagdad que les expulse o desarme y amenaza con llevar a cabo otra intervención armada como la que lleva a cabo en estos momentos en Siria, con imprevisibles consecuencias para la frágil paz iraquí.

Nuevo monstruo terrorista

La eventual transformación de Daesh en otra realidad peligrosa –tras la inminente pérdida de su territorio– o su eventual confluencia con Al Qaida para crear un nuevo monstruo terrorista mundial es, hoy por hoy, tema de debate académico. La guerra se apaga y el odio sectario de hace diez años entre suníes y chiíes reduce la intensidad debido a los esfuerzos integradores del Gobierno de Bagdad . Atrás quedan los tiempos en los que los jóvenes iraquíes se tatuaban para que sus cuerpos pudieran ser reconocidos en caso de morir o de ser mutilados en un atentado terrorista.

En Siria, 2018 puede ser también el año de la paz después de siete años de agotadora guerra civil que han dejado más de 300.000 muertos , un tercio de ellos civiles. El régimen del presidente Bashar al Assad controla ya dos tercios del país , tras los éxitos conseguidos con el a poyo de Rusia y de Irán y la caída de los bastiones principales de Daesh. El compromiso del presidente Trump de evitar a toda costa una participación norteamericana en la guerra como la que se produjo en Irak – «no boots on the ground», todo menos enviar tropas es el lema – acerca la posibilidad de un acuerdo de paz, con Al Assad, Rusia e Irán como claros vencedores.

La profecía de Idris

Yemen es una prolongación de la guerra por poderes entre Arabia Saudí e Irán, que también se libra en Siria, por la hegemonía suní o chií en Oriente Próximo. El conflicto civil que se arrastra a gran escala desde marzo de 2015 no tiene las dimensiones letales del de Siria, pero amenaza con crear una crisis humanitaria de enormes proporciones –tal como advierte la ONU– debido al bloqueo de ayuda humanitaria impuesto por las autoridades saudíes.

Libia es otra de las palestras bélicas donde miden sus fuerzas todas las corrientes árabes, y algunas occidentales por razones económicas –el petróleo – y geoestratégicas: su condición de puerto de salida hacia Europa de refugiados árabes y emigrantes económicos subsaharianos . Desde la muerte de Gadafi, Libia es uno de los mayores estados fallidos del planeta, donde unos 1.700 grupos armados, entre ellos no pocos islamistas, controlan territorios y barriadas y conforman un complejo puzzle.

El caso libio está muy bien ilustrado por una anécdota histórica. Cuando en los años 60 las compañías de petróleo encontraron yacimientos de crudo en el país, se atribuye al rey Idris de Libia la siguiente frase: «Ojalá hubieran encontrado agua. El agua empuja al hombre a trabajar. El petróleo les lleva a soñar» . La sabiduría del desahogo real se ha mostrado clarividente, y está en la raíz de muchos de los problemas y conflictos de la región.

En Afganistán , primer productor mundial de opio, Estados Unidos libra su guerra más larga: 16 años, y ninguna perspectiva de un final rápido. Los talibanes siguen recuperando territorio y poder psicológico, ante un gobierno desmoralizado y dejado a su suerte por las nuevas directivas de la diplomacia de Donald Trump.

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