La izquierda brasileña, en el banquillo

La nueva sentencia contra Lula da Silva ahonda la crisis del PT tras la llegada al poder de Bolsonaro

Rousseff y Lula da Silva en Sao Paulo, en abril del año pasado AFP

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El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva (2003-11), de 73 años, ha dado otro mazazo al Partido de los Trabajadores (PT), grupo que encabezó durante 13 años y que marcó el giro hacia la izquierda en Suramérica. La nueva sentencia de casi 13 años de prisión por corrupción y blanqueo de fondos dejan fuera de la carrera política a su líder más importante que, si no es castigado por otro proceso, no podrá verse totalmente libre hasta los 96 años, con la posibilidad de dejar la cárcel a los 81.

La nueva condena se refiere a desvíos para la reforma de una finca en Atibaia, cerca a la ciudad de São Paulo, que Lula y su familia frecuentaban. Lula está preso desde abril del año pasado en una celda especial de la Policía Federal por irregularidades en la propiedad de un piso triplex frente al mar en Guarujá, también en São Paulo. Por esa condena, Lula, que era favorito en las encuestas, fue inhabilitado en la disputa presidencial de octubre. Lula se enfrenta a otros seis procesos.

Si en el caso de Guarujá las pruebas contra Lula da Silva son frágiles, en el de Atibaia hay evidencias de que las constructoras Odebrecht y OAS asumieron cuentas de unos 236.000 euros en la reforma de la finca, registrada a nombre de amigos de Lula, sus testaferros. El triplex fue subastado el año pasado y la finca debe ser expropiada con la misma finalidad.

El desafío para la izquierda brasileña no consiste solo en recuperarse del golpe a su principal líder, sino también en encarar la fuerza del sentimiento anti-PT que se consolidó con la elección del ultraderechista Jair Bolsonaro , la figura política más popular de la historia brasileña desde Lula, y su antagonista completo.

En las urnas, el PT aún está vivo y con la condición de partido relevante en el Parlamento. El grupo más importante de la izquierda brasileña disputó la segunda vuelta con un candidato que representa una renovación, el filósofo Fernando Haddad , de 56 años. Exalcalde de São Paulo, Haddad, que fue uno de los ministros más importantes de Lula, con un reconocido trabajo en la educación, perdió frente a Bolsonaro con un porcentaje respetable. Mientras Bolsonaro llegó a la presidencia con el 55% y casi 58 millones de votos, Haddad, obtuvo un 45% y 47 millones de apoyos, lo que no es poco para un partido con 13 años en el gobierno, que afrontó el desgaste de una destitución, la prisión de su líder, y pesadas acusaciones de corrupción.

En la Cámara de Diputados, el viejo PT tiene el mayor grupo, con 56 congresistas, por delante del antes minúsculo Partido Social Liberal (PSL), de Bolsonaro, con 52, y promete ser la piedra en el zapato del nuevo mandatario al votar contra reformas prometidas en campaña, como la impopular reforma de pensiones, que plantea la jubilación a los 65 años, con 40 de servicios comprobados para tener derecho al 100% del sueldo.

Nuevas fuerzas

La derrota más simbólica del PT en la elección de octubre, sin embargo, fue la de la expresidenta Dilma Rousseff al Senado. Destituida del Gobierno en su segundo mandato, en 2016, Rousseff sorprendió incluso a los petistas al perder un escaño, que consideraban ganado, y quedar en cuarto lugar en la disputa del estado de Minas Gerais. Rousseff, que fue criticada incluso entre petistas por sus dificultades para el juego político, sufrió el derrumbe del partido a partir de junio del 2013, cuando los brasileños protestaron en las calles contra el despilfarro del Mundial de Fútbol y de las Olimpiadas, y las primeras acusaciones de corrupción en la Operación Lavacoches.

Un símbolo de ese fracaso fue la victoria arrolladora de Janaína Paschoal, que venció en el congreso paulista con más de 2 millones de votos, ofuscando hasta a diputados nacionales y a los hijos de Bolsonaro. Paschoal fue la abogada que firmó en 2015 la petición de destitución de Rousseff y una de las que empuñó la bandera antiPT. El desafío de la izquierda brasileña no estará apenas en la reconquista de electores, sino también en enfrentarse a una ultraderecha que se construyó a su sombra, y que nunca fue tan fuerte.

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