Francisco de Andrés

La cabaña del tío Tom

Prfotesta en Nueva York por la muerte de George Floyd EP

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En «La cabaña del tío Tom», la novela «best seller» del siglo XIX en Estados Unidos publicada poco antes de la guerra civil, uno de los personajes blancos afirma en el barco que lleva al protagonista negro hacia el sur: «La parte más espantosa de la esclavitud es, en mi opinión, su atrocidad ante los sentimientos y el afecto: la separación de las familias, por ejemplo». La autora, Harriet Beecher Stowe, no podía siquiera imaginar que, 250 años después, la lacra de la destrucción de las familias llevada a cabo por la esclavitud –maridos separados de sus mujeres quizá por tener dueños distintos, hijos separados de las madres para convertirse en sirvientes de los del propietario–, iba a mantenerse tan viva en la comunidad afroamericana, como un estigma que a veces parece una maldición.

La realidad sociológica de la segregación de la comunidad negra en Estados Unidos se impone sobre cualquier estereotipo. Los esclavos traídos de África fueron los primeros, después de los ingleses, en ocupar Norteamérica. Y sin embargo los recientes inmigrantes hispanos y asiáticos les llevan mucha delantera en materia de integración.

El problema racial salta a la vista muy pronto cuando se vive en EE.UU. Los matrimonios mixtos, las parejas de blanco y negro, tan habituales en Hollywood o en los informativos de la televisión, no existen. Forzar esas uniones sería además violentar la realidad y la libertad personal. El problema de rechazo por el color de la piel es grave. Pero más grave aún es el alto índice de divorcios entre los propios afroamericanos. El varón rompe con su mujer, los hijos crecen solo con el cariño materno en el núcleo familiar, pero sin el ejemplo paterno. Hay un déficit de sentido de la autoridad, y en –el caso de los hijos varones– también de modelo.

El conflicto racial en Estados Unidos, en particular el que se refiere a la comunidad negra, es complejo, pero solo una política de fomento de la unidad familiar –con medidas económicas y educativas para empezar– puede sentar las bases para que se supere con el paso del tiempo.

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