Carmen de Carlos - EN EJE

«Correazos»

El expresidente que hizo su propia Constitución y permaneció más tiempo que ningún otro en el poder está condenado en rebeldía

Simpatizantes del expresidente Correa protestan este lunes en el exterior de la Corte Nacional de Justicia, en Quito Efe

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A «correazos» prometía Rafael Correa que expulsaría a los corruptos en la campaña de 2006. El abanderado del Socialismo del siglo XXI se enfrentaba entonces al multimillonario Álvaro Noboa, el empresario bananero al que atribuían capacidad de sobra para comprar la deuda pública de Ecuador. Las encuestas anticipaban que el economista, con maestría en Lovaina, se alzaría con la Presidencia en primera vuelta. Correa estaba pletórico y convencido de ser el triunfador de una noche que se haría más larga de lo previsto. El combate a la «corrupción» era su gran baza electoral junto con la promesa –incumplida– de que terminaría con el dólar como moneda de curso legal. Entusiasta, atractivo y con una personalidad arrolladora, el candidato de ojos verdes terminaría metiéndose en el bolsillo a los ecuatorianos aunque necesitaría de un balotaje (quién lo tuviera en España) para ser presidente.

La derrota en la primera vuelta frente a Noboa mostró el rostro de un Correa iracundo y rabioso. Sería un anticipo de su infinita soberbia. Mientras, su adversario, pese a los sondeos en su contra, sentía que ya estaba dentro del Palacio de Carondelet (conservo una nota de puño y letra suya, firmada como virtual presidente).

Buena parte de la prensa nacional e internacional se dejó seducir por las palabras de Correa. No haría falta mucho tiempo para que se arrepintiera. La persecución e incitación a la violencia contra los medios de comunicación y los periodistas críticos sería marca de agua de su década en el poder (2007-17). Aún faltan por esclarecer muertes en extrañas circunstancias de colegas y la connivencia del hoy prófugo de la justicia de Ecuador con las FARC.

Ironías del destino, el antecesor de Lenín Moreno se convirtió en el gran protector de ese eco global de garganta profunda –que no periodista– que fue Julian Assange. Al australiano le dio asilo en la Embajada de Londres donde se entrevistaban, «on line», en actos donde el narcisismo de uno competía con el del otro.

El expresidente que hizo su propia Constitución y permaneció más tiempo que ningún otro en el poder está condenado en rebeldía. La última sentencia, por corrupto, le inhabilitó esta semana para presentar su candidatura en las elecciones de 2021. La ley, a veces, es así, hasta en Ecuador da correazos de justicia, sin mirar quien los recibe.

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