Las historias detrás de las caras de la inmigración
Serham, el sirio - LUIS DE VEGA

Las historias detrás de las caras de la inmigración

Alemania es el destino favorito, pero cada refugiado alimenta su propio proyecto

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Alemania es el destino favorito, pero cada refugiado alimenta su propio proyecto

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  1. Serham, el sirio: Huir de los yihadistas de Estado Islámico

    Serham, el sirio
    Serham, el sirio - LUIS DE VEGA

    Serham cumplirá en diciembre los 50. Camina solo por la vía de tren que llega a Hungría desde Serbia. Atrás dejó hace cinco meses sin aparente melancolía su ciudad, Raqqa (Siria), convertida en uno de los bastiones de los terroristas del Estado Islámico. No deja de hacer el gesto de pasarse la mano por el cuello como si se lo fuera a cortar para explicar porqué ha venido a Europa. «Están degollando a la gente por estupideces como beber o por fumar. Por cierto, ¿quieres un cigarro?».

    Ha dejado a su familia repartida entre Líbano y Turquía con idea de reagruparlos cuanto esté estabilizado en Bélgica. «Yo quiero ir a Bélgica porque todo el mundo quiere ir a Alemania», comenta. Muestra un viejo pasaporte de 1995 con el que espera que le acojan, pero no quiere prestar su huella dactilar como exigen las autoridades de Budapest. Tiene miedo de quedarse atrapado en este país.

  2. Rafat, el karateka: La medalla que cuenta

    Rafat, el karateka
    Rafat, el karateka - luis de vega

    Campeón de kárate y entrenador del equipo nacional sirio Rafat Alkard dejó atrás dañado por los bombardeos su gimnasio en Deraa, al sur del país. «Mi ciudad no era para vivir». Emprendió viaje hacia Europa con su mujer y seis hijos de entre doce años y tres meses. A sus 46 años se le ve fuerte y en forma. Encabeza, con uno de sus hijos a los hombros, una columna de medio centenar de personas.

    Es uno de los muchos que ha roto el cordón de los agentes húngaros y echado a correr entre campos de maíz y girasoles. Pero asegura que no ha tenido que hacer uso de su cinturón negro Sexto Dan para seguir su camino. Entre parada y parada cambian pañales y dan biberones. «La verdad, no sabemos hacia dónde vamos». Pero siguen avanzando. Como la mayoría, piensan en Alemania.

    La improvisación es tal que al periodista le cuesta creer que hayan llegado todos juntos y en aceptables condiciones hasta estas alturas del viaje. «Te enseñaré una cosa», dice Rafat. Abre la mochila y muestra orgulloso una veintena de medallas, muchas de competiciones internacionales, de las que se ha negado a separarse.

  3. Hala, la embarazada: Que la niña sea alemana

    Hala, embarazada de nueve meses, y su marido Rami
    Hala, embarazada de nueve meses, y su marido Rami - LUIS DE VEGA

    Hala, de 25 años, se ha pasado su noveno mes de embarazo de viaje. Y no un viaje cualquiera. Acaba de cruzar de Serbia a Hungría, pero viene desde Alepo, en el norte de Siria y uno de los principales escenarios de la guerra en ese país. Tras cruzar en barca a Grecia, un médico le hizo un chequeo en ese país y comprobó que todo estaba bien.

    Hala apenas puede andar, lo hace apoyada en su marido, Ramy, de 26 años. Ambos son ingenieros. Han llegado a un punto donde los recoge la Policía húngara para trasladarlos a un campo donde son identificados todos los inmigrantes y demandantes de asilo. Ambos hablan en inglés amablemente con alguno de los agentes, pero no parece que sea posible ningún trato preferente.

    La joven acaba tirada en el suelo, en medio del campo con una esterilla y un cojín como toda comodidad. La ilusión del matrimonio es que el bebé que esperan, que es una niña y se llamará Zeina, nazca en Alemania. Mientras, Ramy acaricia a Hala, la cuida y no se separa de ella.

  4. Kamal, el kurdo: Siete idiomas en la mochila

    Kamal, el kurdo
    Kamal, el kurdo - LUIS DE VEGA

    Kamal Mohamad, de Amedi (Kurdistán iraquí) y 21 años, es de los que abiertamente afirman que se quieren ganar la vida en Europa. No habla de la guerra. A pesar de su juventud cuenta que ha trabajado de todo y que no tiene pensado pedir asilo. «Es difícil que me den el estatuto de refugiado». Va hacia Bélgica, donde dice que está su novia, aunque su sueño es dar el salto a Canadá. «Pero donde me acepten me quedo», señala.

    Asegura que nunca fue a la escuela pero es capaz de hablar siete idiomas gracias a la televisión (kurdo, árabe, francés, inglés, turco, persa y griego). Varios los pone en práctica durante el rato que está con el reportero. En 2013 llegó a Grecia para buscarse la vida y, como muchos otros extranjeros, pasó unos días en la cárcel de Aladapón por no tener papeles. «Es un país bonito, pero ahora allí no se puede vivir».

    En Salónica un kurdo le tatuó los brazos. No tiene prisa en llegar a su destino. Lo que tiene claro es que no piensa dejar sus huellas dactilares a las autoridades húngaras porque entiende que lo retendrán. La entrevista tiene lugar en territorio serbio, a pocos metros de Hungría, de donde Kamal regresó hace unas horas cuando fue interceptado en una carretera.

    Se mueve con ayuda del GPS del teléfono móvil, herramienta indispensable para muchos de los que estos días tratan de esquivar a la Policía y optan por carreteras secundarias o caminos. «Adiós, amigo». Kamal se despide con unas palabras en español. ¿Y este idioma no lo cuentas? «Todavía no. Ni el italiano, que también sé algo».

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