El presidente de Ruanda, Paul Kagame
El presidente de Ruanda, Paul Kagame - afp

Dilatar Gobiernos a golpe de Constitución

Mientras el Parlamento de Ruanda aprueba una reforma que permitirá al presidente Paul Kagame aspirar a un tercer mandato, medidas similares despiertan violentas protestas en el continente

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La reforma constitucional aprobada esta semana por el Parlamento de Ruanda, que permitirá al presidente, Paul Kagame, aspirar a un tercer mandato, ha vuelto a sacudir los cimientos del poder y la democracia regionales. Conforme a la Carta Magna, el número máximo de términos presidenciales en el país africano se encontraba limitado a solo dos. Por ello, Kagame, elegido en 2003 y en 2010, debería abandonar la jefatura del Estado al término del presente mandato.

Sin embargo, la modificación del artículo 101 de la Constitución, refrendada con el apoyo de 79 diputados —de los 80 que conforman el Parlamento—, concede a Kagame la posibilidad de extender su poder más allá de 2017.

La medida, a falta de ser apoyada en referéndum popular (aunque nadie dude que esto se produzca), se anuncia, curiosamente, mientras otra polémica reforma constitucional percute el bazo democrático de la región: En la vecina Burundi, el mandatario Pierre Nkurunziza, candidato por el gubernamental CNDD-FDD, confía en alzarse con la victoria en los comicios de la próxima semana; una decisión que los partidos opositores consideran que amenaza la estabilidad del país, tras el fin de una guerra civil de doce años en 2005.

De acuerdo a lo establecido en la Constitución hasta su reciente reforma, Nkurunziza, como en el caso de Kagame, no podría haberse postulado de nuevo, después de haber cumplido, en este caso, dos mandatos de cinco años.

No obstante, las protestas que en los últimos días sacuden Burundi suponen un serio aviso a navegantes regionales, sobre futuras propuestas para extender su poder de forma eterna.

Ya el pasado octubre, tras ser acorralado por una oleada de violentas manifestaciones que exigían su salida del poder, el entonces presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, presentaba su dimisión después de 27 años al frente del poder.

«No se puede realizar un cambio fundamental sin cierto grado de locura. En este caso viene de la falta de conformidad. Del coraje de dar la espalda a las viejas fórmulas, el coraje para inventar el futuro». A Thomas Sankara, autor de la cita anterior y una de las figuras más reverenciadas de la política africana, el futuro le duró poco. El 15 de octubre de 1987, Sankara, por entonces presidente de Burkina Faso, fue asesinado a los 37 años en un golpe de Estado orquestado por un antiguo compañero de armas. Ese mismo día, el propio Compaoré asumió el liderazgo del país africano. Comenzaba así una de las dictaduras más duraderas del continente. De 1987 hasta el pasado octubre.

En la actualidad, en todo el oeste de África (al contrario de los casos de Burundi y Ruanda, al este), solo dos mandatarios han extendido su Gobierno a un tercer mandato: Faure Gnassingbe, en Togo, y Yahya Jammeh, en Gambia, en el poder desde 1994 y quien a finales de diciembre se enfrentó a una intentona golpista.

Hacia el fin del tercer mandato

Precisamente, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Ecowas) lanzaba en mayo una propuesta para impedir que los gobernantes regionales extendieran su Gobierno en un tercer término. Sin embargo, la medida fue vetada por Togo y Gambia. En este sentido, el objetivo del proyecto era rebajar la tensión en la región, donde cinco países (caso de la propia Burkina Faso o Costa de Marfil) están llamados a las urnas en los próximos meses, y evitar así futuras crisis políticas. De igual modo, en marzo, el presidente de Senegal, Macky Sall, anunciaba la convocatoria de un referéndum con un simple objetivo: reducir a cinco años los mandatos presidenciales; cuya duración actual es de siete. Para el mandatario, la medida está encaminada «dar ejemplo» a los líderes continentales.

«¿Han visto a algún presidente que recorte su mandato? Yo lo haré», se vanagloriaba Sall.

Cierto es, que resulta complicado encontrar un ejemplo del enunciado anterior. Más sencillo, del contrario. Éste es el caso del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, quien ya ha anunciado su intención de continuar en el cargo hasta el límite constitucional de 75 años (el líder cuenta con 70 primaveras, 28 de las cuales en el poder). O del dictador zimbabuense Robert Mugabe. A los 91 años, algunos habrían optado por jubilarse, pero Mugabe prefiere celebrar pantomimas electorales. En las últimas, en julio de 2013, su partido volvía a acaparar el poder.

Otros prefieren disipar cualquier duda sobre su retiro. Enfermo de un paternalismo excesivo, el camerunés Paul Biya (30 años de comandancia) ha sesgado cualquier alternativa a corto plazo con las recientes acusaciones de corrupción a sus máximos rivales dentro del partido; como los exministros Titus Edzoa y Jean-Marie Atangana Mebara.

«Debemos seguir el programa de consolidación de nuestra democracia». La palabrería tendría hasta gracia si no perteneciera a Teodoro Obiang, gobernante de un país -Guinea Ecuatorial- donde el 75% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el 35% morirá antes de cumplir los 40 años, y el 58% no cuenta con acceso a agua potable.

Valga entonces un simple paralelismo: desde 1979, fecha del ascenso al poder de Obiang en Guinea Ecuatorial, en Senegal, por ejemplo, su población ha visto desfilar hasta cuatro jefes de Estado diferentes.

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