abc
Twitter

Ríete del racismo: los cómicos sudafricanos encuentran en las diferencias raciales su mejor gag

Blancos, negros, judíos, zulús… nadie escapa al humor irreverente de la ‘stand-up comedy’ sudafricana, cuya fama alcanza ya a Estados Unidos. Aplican una receta infalible: reírse de lo prohibido

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El teatro de Soweto, el antiguo gueto negro de Johannesburgo, está hasta los topes para presenciar el concurso anual de nuevos cómicos de Sudáfrica. Entre el público domina la población local y alguna que otra pareja blanca –no saben que durante las próximas tres horas serán parte del espectáculo-. Hace sólo unas semanas que la peor ola de xenofobia en el país desde 2008, alentada por el rey zulú, acabó con la vida de media docena de personas y desencadenó la huida de miles de extranjeros hacia Congo, Zimbabue, Mali o Mozambique.

Las cosas en el país no marchan bien, pero aquí la gente ha venido a reír. El anfitrión de la gala, Kagiso Lediga, calienta motores: «¡Bienvenidos! Veo mucha variedad… ¿Cuántos zulús hay aquí? -El público responde con un estruendo- ¿Y cuantos de Zimbabue? (Se escuchan algunas voces) Pues antes había muchos más… ¡Y es todo por vuestra culpa!».

Lediga es guionista del ‘Late Night News’, el programa televisivo presentado por el cómico Loyiso Gola en el que un muñeco con rasgos mestizos, Chester Missing, se despacha a gusto con la minoría blanca sudafricana y sus privilegios. La presidenta de la provincia de Ciudad del Cabo, Helen Zille, llegó a tacharle de racista. El show de la tele sudafricana es la muestra de un humor que explota los estereotipos y no deja títere con cabeza. La elección de Trevor Noah como sustituto de Jon Stewart al frente del famoso ‘TheDaily Show’ norteamericano demuestra que los chistes sobre grupos raciales y culturales funcionan casi en todas partes del mundo.

Por el escenario del Teatro de Soweto pasaron hasta 30 aspirantes a cómicos. Negros, blancos, indios y mestizos. Todos, prácticamente sin excepción, incluyeron en sus números cuestiones culturales, raciales o étnicas. Uno ridiculizaba los distintos acentos de los africanos, otro se mofaba de los extranjeros. Uno contaba la historia del coro de un colegio afrikáner –la minoría blanca artífice del apartheid- y cómo escondían detrás del piano al único estudiante negro, vestido con pieles de leopardo. «Me encantan los blancos –decía otro-; tratan a sus mascotas mejor que a sus padres. Pero está muy bien veros en Soweto. Antes solo veníais a arrestarnos».

El profesor José Antonio Jáuregui contaba en sus clases en la facultad de Ciencias de la Información la historia de unos antropólogos que visitaron a unos monjes en las remotas montañas del Tíbet y de cómo estallaron en carcajadas cuando uno de los sacerdotes se tiró tan tranquilamente un pedo. Los monjes no entendían qué les hacía tanta gracia porque para ellos esto era un acto socialmente permitido. Nos reímos de lo prohibido, de aquello que desafía las leyes del código penal, las leyes de la moral o las leyes de la lógica: el absurdo.

Y Sudáfrica, un país que durante cuarenta años sufrió la discriminación racial y la segregación basada en los estereotipos étnicos y culturales del régimen del apartheid, tiene material de sobra para partirse de risa. Uno puede reírse prácticamente de todo cuando prácticamente todo está prohibido.

«Tenemos que ser consecuentes», decía el presentador sudafricano Loyiso Gola al New York Times. “¿Estamos o no riéndonos de nuestro trágico pasado? Y sin nos reímos de él, entonces riámonos todos sobre todos y cada uno de nosotros”.

El humor nos permite, aunque sólo sea por ese mínimo instante de desconexión neuronal de la carcajada, liberarnos de la opresión de las leyes. Pero nos revela también la verdadera naturaleza absurda de los estereotipos y nos muestra a nosotros mismos como en un espejo donde vemos nuestra propia mueca, y nos permite preguntarnos lo mismo que los monjes del Tíbet: «¿Qué es lo que te hace tanta gracia?».

Tras su elección como presentador de programa norteamericano, Trevor Noah fue blanco de las críticas por algunos tuits donde bromeaba sobre los judíos, las personas obesas o las mujeres. «Casi atropello a un niño judío. Cruzó la calle sin mirar, pero me hizo sentir culpable porque mi coche es alemán», publicó el cómico sudafricano en la red social.

El canal Comedy Central salió en defensa de su nueva estrella. «Como cualquier otro humorista, Trevor Noah, desafía los límites; es provocador y no perdona a nadie, ni siquiera a sí mismo».

Estos días en España se habla mucho de los chistes antisemitas del ya exconcejal de Cultura de Madrid, Guillermo Zapata. “¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un seiscientos? En el cenicero”. Dice que lo sacaron de contexto. No es cierto. Ningún chiste tiene gracia sin contexto. El contexto es que millones de judíos fueron incinerados por el régimen nazi en uno de los peores holocaustos de la historia de la humanidad.

Cómo dicen los cómicos sudafricanos, hay que reírse todos de todos. Lo malo es cuando los chistes se centran exclusivamente en una raza o colectivo; entonces los estereotipos dejan de serlo para convertirse en prejuicios. Y sobre todo, en el humor, hay que atenerse a la única ley vigente: que al menosel chiste tenga puñetera gracia.

Ver los comentarios