Libios velan a dos milicianos muertos durante un choque con grupos enemigos
Libios velan a dos milicianos muertos durante un choque con grupos enemigos - efe

Francia propició la caída de Gadafi y el vacío de poder en Libia

En este estado fallido africano, con dos gobiernos rivales, campan a sus anchas los yihadistas

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Libia se ha convertido en una referencia habitual en los medios de comunicación. Primero fue la guerra que tuvo su origen en la deposición del coronel Gadafi como jefe de Estado. Luego el fracaso de su peculiar versión de la Primavera Árabe, que dio paso a un estado fallido con dos gobiernos enfrentados y un gigantesco espacio en el que han encontrado cobijo las principales organizaciones yihadistas. Por último, y este es el hecho que hoy impacta a la opinión pública europea, por una riada humana dispuesta a poner en riesgo su vida con tal de tener la oportunidad de llegar a Europa en pos de una alternativa. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha ocurrido para que Libia se convierta en una nueva Somalia generando alarmas en la Unión Europea y en la propia sociedad?

Como otros estados árabes, Libia es un invento reciente de los europeos. Desde la Antigüedad tenemos copiosa información sobre Cirenaica y Tripolitania, así como de sus vecinos Cartago y Egipto. Allí se desarrollaron formidables ciudades, de las que dan testimonio algunas de las más esplendorosas ruinas del mundo antiguo. Tras la aparición del islam estas tierras pasaron a formar parte del califato, pero sin quedar recogidas en un único territorio. Italia logró hacerse con el control de la zona costera de lo que hoy llamamos Libia en 1912, aprovechando la debilidad del califato otomano que estaba a punto de entrar en su crisis final. La Europa de los nacionalismos, infundida de una mentalidad darwinista, aprovechaba la crisis del islam para ganar espacios, ignorante de que su propia crisis estaba a punto de estallar. El Reino Unido asumiría finalmente la administración de estos territorios y de aquellos otros que le daban profundidad sobre el Sáhara y el Sahel, instaurando una monarquía que debía dar sentido a un nuevo estado carente de raíces e identidad. La monarquía resultó ser tan frágil como cabía imaginar y un nuevo y estrambótico régimen se levantó en su lugar, bajo la hábil dirección del golpista coronel Gadafi.

La Libia de Gadafi ensayó políticas islamistas y socialistas, practicó el terrorismo contra Occidente y acabó enfrentado con la mayor parte de los estados árabes. En el plano interior evitó trasformar el país en un estado moderno, optando por mantener la estructura tribal y gobernar mediante el equilibrio y el enfrentamiento de unas tribus con otras. No era una democracia, en lo que coincidía con el resto de los estados árabes, ni siquiera era propiamente un estado. En sus últimos años y como consecuencia del aislamiento que había sufrido de Occidente y de su enfrentamiento con la mayoría árabe, Gadafi dio un giro a su política exterior acercándose al bloque occidental a través de la diplomacia española. Fruto de ese cambio de posición fue la aportación de valiosísima información sobre programas nucleares y financiación del islamismo en el entorno árabe.

Resultados contrarios

¿Por qué Occidente optó por derribar a Gadafi si era un elemento de estabilidad política y un valiosísimo aliado en la región? La respuesta no es fácil. La iniciativa fue francesa y se desarrolló en el marco de la Primavera Árabe. Francia creyó ver un movimiento democrático donde no lo había, intuyó una oportunidad de ampliar su área de influencia hacia el este, ocupando un espacio de histórica presencia italiana y británica, con valiosos recursos energéticos y, sobre todo, buscó dar cobertura de seguridad al área Magreb-Sahel, donde es la potencia de referencia. Francia lideró una operación militar cuyos resultados han sido exactamente los contrarios a los deseados, generando aún más inseguridad.

La guerra ha roto Libia, devolviendo el protagonismo a su estructura tribal. Hoy tenemos dos gobiernos enfrentados, el de Trípoli responde a un ideario islamista, vinculado a los Hermanos Musulmanes. El de Tobruk es más moderado y tradicional. El primero cuenta con el apoyo de Turquía y Qatar. El segundo de Egipto, cuya fuerza aérea actúa tratando de contener el avance de milicias islamistas y yihadistas. Entre ambos y en el interior campan por sus respetos las organizaciones yihadistas de referencia, que utilizan Libia como plataforma desde dónde actuar hacia el Sahel y el Magreb, conectando el Mediterráneo con el Golfo de Guinea. El no estado libio permite a los contingentes de Daesh, el Estado Islámico, recibir apoyo por mar para actuar en el conjunto de la región, una tierra por la que se ha dispersado buena parte del armamento guardado en los polvorines libios.

Con una media de edad de veinticuatro años, los jóvenes libios tienen que buscarse un futuro fuera de su tierra. Pero tras la guerra y la descomposición del país el problema ya no es sólo que no haya suficientes puestos de trabajo para los hijos del baby boom árabe. Es que además Libia sólo les ofrece participar en una guerra tribal y cultural de incierto resultado. Hemos facilitado el trabajo a la Yihad desestabilizando un Estado, por lo menos aprendamos la lección.

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