La tensa reunión en la que ETA decidió empezar a matar: «Hay que luchar metralleta en mano»

Un sector de la banda terrorista que asistió a la famosa V Asamblea de 1967, en la que Txabi Etxebarrieta se alzo como líder, defendía la vía política porque «no podemos aparentar ignorar que las tres cuartas partes de Euskal Herria están desnacionalizadas»

Montaje de una de las pocas imágenes que se conservan de Txabi Etxebarrieta, junto a una portada de ABC sobre uno de los antentados cometidos por ETA en 1978 ABC

Israel Viana

Hoy todo el mundo conoce a ETA a través de sus acciones armadas, sus 853 asesinatos, sus 3.500 atentados y sus más de 7.000 víctimas provocadas desde que fue fundada, el 31 de julio de 1959, por un grupo de estudiantes que formaban parte de EKIN, un colectivo de disidentes radicales de la dictadura. En los primeros años, la banda se dedicó ‘solo’ a colocar pequeños artefactos y hacer pintadas de «Gora Euskadi» (Viva el País Vasco), hasta que acabaron con la vida de un joven guardia civil, José Pardines , el 7 de junio de 1968.

Ese día, como consecuencia del tiroteo, también murió el etarra Txabi Etxebarrieta , el joven bilbaíno que se había convertido un año antes en el líder de la banda y que, precisamente, había impulsado el debate dentro de la organización sobre la necesidad de iniciar la lucha armada y sembrar sus aspiraciones independentistas de cadáveres. Fue durante conversaciones que se produjeron en la V Asamblea de ETA celebrada en dos sesiones diferentes, ambas acogidas por los jesuitas: la primera, en 1966, en la casa parroquial de Gaztelu (Guipúzcoa) y la segunda, en 1967, en la Casa de Ejercicios Espirituales de la Compañía en Guetaria (Guipúzcoa) conocida como ‘Villa San José’.

Esta segunda parte de la asamblea marcó el futuro ideológico y estratégico del grupo terrorista, así como la historia del País Vasco durante más de medio siglo. Hasta entonces habían convivido en la organización varias posturas, una más defensora del nacionalismo de Sabino Arana y otra que optaba por la lucha de clases. Pero Etxebarrieta, con su llegada a la organización con 23 años, consiguió reunir esfuerzos a su alrededor con un único fin: iniciar de una vez la lucha armada para liberar al pueblo vasco.

Desde el nacimiento

Como indica José María Garmendia en su ‘Historia de ETA’ (Haranburu, 1996), la violencia estuvo muy limitada a acciones esporádicas hasta 1972, pero ello no implica que la banda no viera la vía armada como uno de los medios más importantes para lograr los objetivos trazados. «La necesidad de practicar la violencia está presente desde el nacimiento mismo de la organización: puede decirse que es consustancial con la misma, a pesar de los altibajos que sufre», explica el historiador vasco.

Sin embargo, el debate sobre si hacer uso de la acción armada no estuvo exento de vacilaciones entre sus miembros, así como de disidentes que claramente optaban por otras vías, a pesar de estar en tiempos de Franco. Este se inició en las páginas de la revista ‘Zutik’, el órgano oficial de ETA, unos años antes de la reunión en ‘Villa San José’, y estuvo influido por dos fenómenos que se producían lejos del País Vasco: las revoluciones de liberación nacional de los países tercermundistas y la doctrina de la no-violencia de Ghandi.

Cada uno de estos episodios marcaba a cada una de las dos posturas. En el número de ‘Zutik’ publicado en abril de 1962, por ejemplo, los partidario de la primera argumentaba: «España obtiene demasiadas ventajas económicas de Euskadi como para que podamos creer que vendrá el día en que se resigne a perder su ‘colonia’, si nosotros no estamos dispuestos a conquistar nuestro derecho por la fuerza. Partiendo de esa premisa, es evidente que el camino que hemos de seguir es similar al de los argelinos o los angoleños».

La segunda postura, con Ghandi como referente, defendía así la vía política en un número posterior titulado ‘En torno a la no-violencia’: «La dictadura de Franco y, en general, la dominación de Euskadi por parte de España, se basa en la fuerza. Atacarla con medios violentos sería llevar la lucha a su terreno [...]. La acción no-violencia permite emplear gente que, por sus principios pacíficos, no trabajaría con ETA si esta tuviese un significado violento. Nuestro comunicado, sin embargo, está en las antípodas de los que no están dispuestos a arriesgar siquiera una temporada de cárcel por el ideal. Es decir, en las antípodas de los franquistas engañados a sí mismos».

La segunda parte de la V Asamblea

Así se llegó la citada V Asamblea, que será el inicio de un nuevo paradigma en la historia de ETA. Algunos expertos lo han considerado como «el principal acontecimiento político del nacionalismo desde la postguerra, y su repercusión histórica ha sido mayor que la del Congreso del PNV de 1977», explica el informe ‘Txabi Etxebarrieta y el 68 vasco’ , editado por la fundación Iratzar, que defiende que el joven líder fue una figura central de esta reunión dividida en dos partes y presididas ambas por él.

La segunda, la más importante de las dos, se celebró entre el martes 21 y el domingo 26 de marzo de 1967, con 40 delegados de ETA, de los que solo 18 habían asistido a la primera parte celebrada en diciembre del año anterior. Una vez en la Casa de Ejercicios Espirituales de los jesuitas en Getaria, Etxebarrieta fue elegido presidente de la Asamblea en la que se presentaron varios trabajos, entre ellos el ‘Informe verde revisado’ y las ponencias ‘Ideológica’ y ‘Sobre el Frente Nacional’ presentadas por los llamados ‘culturalistas’.

La intervención de estos últimos, que eran minoría, fue muy dura con la historia de ETA, por no haber tenido el valor de lanzarse por el camino de la violencia: «Hemos creado una rama militar pero no ha habido actos militares. ETA parece más un grupo que lanza bravuconadas que un grupo revolucionario. Nuestra violencia es puramente verbal», apuntó Federico Krutwig , el político y escritor que lideraba este grupo, de padre alemán y madre vizcaína de origen veneciano, que había aprendido el euskera de forma autodidacta.

Euskal Herria, desnacionalizada

Lo curioso de este sector es que su crítica a la organización no estaba exenta de una realidad difícil de ocultar- Así recoge Anjel Rekalde en su libro ‘Mugalaris. Memorias del bidasoa’ otras parte de la intervención de Krutwig: «No podemos aparentar ignorar que las tres cuartas partes de Euskal Herria están desnacionalizadas; que hay una enorme masa de población extranjera difícilmente sensibilizable a lo nacional, que hay fuerzas potentes como la Iglesia Católica, el carlismo español y el izquierdismo español, que se oponen al problema vasco; que hay una gran parte del proletariado vasco bastante aburguesada. La lucha armada de ETA y su demanda de justicia social son ejercicios irreales, imaginarios, que no se sabe dónde empieza ni dónde va a acabar».

Los culturalistas se dieron de baja al final de la Asamblea y es bien conocida la opción que ganó, con Etxebarria como líder de esta nueva ETA que iba a iniciar su largo historial de asesinatos con José Pardines menos de un año después, el 7 de junio de 1968. Cinco años después acabaron con el presidente franquista Carrero Blanco , uno de los atentados más famosos de la historia de la banda. En 1974, la violencia aumentó de manera significativa hasta que, en 1987, se produjo su acción más sangrienta: la bomba puesta en el Hipercor de Barcelona que acabó con la vida de 21 personas, entre ellas cuatro niños.

Años después, uno de aquellos miembros fundadores de ETA, el historiador José María Garmendia Urdangarín , que participó en los primeros posicionamientos del nacionalismo radical, pero que decidió abandonar pronto la banda terrorista por la deriva que estaba tomando, aseguró: «Estuve en el nacimiento de un monstruo».

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