Así fue la guerra y la paz de los temidos apaches con España que explican por qué Gerónimo hablaba castellano

La voz «apache» es una transcripción castellana de «apachu» y proviene de la lengua de los zuñis, etnia de los indios Pueblo, aliados de los españoles en el oeste de Nuevo México, y significa «enemigo»

Dragón de cuera, pintado por Augusto Ferrer Dalmau, que defendía frontera española en Norteamérica.
César Cervera

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Desde sus primeras incursiones más allá de Nueva España pudieron comprobar los españoles por qué los apaches y los comanches eran los guerreros más temidos del sur norteamericano. Estas dos etnias de carácter nómada habían llegado a la zona en tiempos recientes procedentes del más remoto norte. Los apaches de lengua na-dené procedían de Alaska y estaban considerados un pueblo depredador, rivales de todos sus vecinos incluidos los españoles, los indios pueblo y, más tarde, los texanos, los mexicanos y los estadounidenses. La guerra contra el mundo de los apaches no terminaría hasta la rendición de Gerónimo en 1886 .

La voz «apache» es una transcripción castellana de «apachu» y proviene de la lengua de los zuñis, etnia de los indios Pueblo, aliados de los españoles en el oeste de Nuevo México, y significa literalmente «enemigo». Por su parte, los apaches se referían a sí mismos como «diné» o «tindé», esto es, «hombre» o «el pueblo». El valor de sus guerreros estructuraba su sociedad, lo que no significaba que fueran unos suicidas o unos irracionales. En palabras de un capitán estadounidense siglos después, los apaches «preferían merodear como un coyote durante horas y después matar al enemigo, antes que, por exponerse, recibir una herida, fuese fatal o no. Las preocupaciones que toman demuestran que son soldados excepcionales». Era mejor esquivar a los apaches, de los que se decía que bastaba un hombre para formar una banda guerrera.

Expediciones españolas en Norteamérica.

Como explica Edward K. Flagler en su trabajo 'La política española para pacificar a los indios apaches a finales del siglo XVIII' (Revista Española de Antropología Americana, núm 30, año 2000), las tribus estaban subdivididas en bandas compuestas por grupos de familias extendidas, cada una con su propio hombre principal o jefe. A su vez los grupos familiares de una banda solían reconocer a uno de estos hombres como su jefe de guerra .

Los comanches, por su parte, procedían del norte de Canadá y por distintas migraciones acabaron desperdigados por todo el sur de lo que hoy son los Estados Unidos. Un animal inédito en el continente les ayudó a tal despliegue. La entrada del caballo en la escena prendió el Salvaje Oeste tal y como se conoce. Los caballos abandonados por los españoles en las praderas del Camino Real dieron lugar a la denominada raza mesteña, conocida en Estados Unidos como la raza mustangs, de pequeña alzada y apariencia robusta. A través del robo y del trueque, la cultura equina se extendió con rapidez entre tribus. Para 1630 no quedaban pueblos nativos que no montaran a caballo. Y en 1750, todas las tribus de las llanuras y la mayoría de indios de las Montañas Rocosas empleaban caballos con una destreza innata.

La entrada del caballo

La incorporación del caballo recrudeció la lucha contra los extranjeros blancos, pero también entre las tribus, ya que los guerreros eran ahora capaces de recorrer distancias inimaginables a pie. De entre todos estos pueblos, los apaches y los comanches fueron los que mejor uso hicieron del caballo. Estas etnias elevaron a la perfección la cinematográfica táctica de golpear y escapar. Se dedicaban a robar ganado a los colonos, cuando no a saquear sus casas. Su único comercio era a través de animales y mercancías robados.

A partir de 1746, los comanches empezaron a lanzar incursiones devastadoras contra la frontera española gracias al suministro de rifles y fusiles franceses, mismas armas de fuego que poco después también apuntarían hacia el resto de europeos. En Nuevo México, Arizona y Texas, la Corona de España se citaría con estas tribus depredadoras, armadas con pólvora y montadas a caballo. No obstante, la irrupción en aquellas latitudes de los comanches, primos lejanos de los apaches, revolucionó el orden tribal.

Estas etnias elevaron a la perfección la cinematográfica táctica de golpear y escapar

No está claro lo que andaban buscando con aquella brusca migración, tal vez más caballos españoles o alejarse del empuje francés y británico desde el norte. El caso es que los comanches cayeron como jinetes mongoles en el sur y arrasaron todo a su paso hasta alcanzar la red fronteriza del Imperio español. Entre los afectados estuvieron los propios apaches, cuyo choque con sus primos casi les costó la aniquilación en la batalla del Gran Cerro del Fiero. La facilidad con la que fueron derrotados se explica porque los apaches aún no dominaban los caballos tanto como los comanches, además de carecer de tantas armas de fuego.

Los españoles llamaron Comanchería a la inmensa tierra salvaje que se extendía justo al frente de su red de presidios, que a partir de 1772 quedó fijada en 13 fortificaciones y dos puestos de avanzada. Una enorme región baldía que ocupaba el actual estado de Oklahoma, el este de Nuevo México, el sudeste de Colorado y Kansas y el este de Texas y que estaba defendida por únicamente un millar de jinetes españoles. Desde las distintas misiones religiosas se trató de convertir a la fe católica a los indios y darles una educación para que se dedicaran a la ganadería y la agricultura, pero los avances fueron muy lentos.

Bernardo de Gálvez, virrey de Nueva España.

A partir de comienzos del siglo XVIII, los apaches se vieron obligados por los comanches a internarse en las montañas; una parte se quedó en el norte de Nuevo México bajo protección española, comerciando con los indios Pueblo y dedicados a la horticultura. Los apaches jicarillas se convirtieron así en leales aliados de los españoles luchando frecuentemente contra comanches e incluso con otras tribus de apaches. Mientras que al otro extremo, en el sur de Nuevo México y oeste de Texas los apaches faraones (llamados así porque, según los españoles, luchaban como los antiguos egipcios) se volvieron más agresivos y aumentaron sus ataques, en alianza con los mescaleros, contra los españoles conforme los comanches les privaban a ellos de cazar búfalos libremente en las llanuras.

Una cruzada entre la guerra y la paz

La amenaza apache terminó de esta manera por hacerse endémica en lo que hoy es la fronteras de EE.UU. con México. Entre 1771 y 1776, estos guerreros nómadas mataron a 1.676 personas solo en Nueva Vizcaya, lo que hoy ocupa los estados mexicanos de Durango, Chihuahua y parte del estado de Coahuila. Además, entre apaches y comanches llegaron a robar tantos caballos en Nuevo México que el gobernador Fermín de Mendinueta tuvo que escribir el 2 de mayo de 1777 al comandante general Teodoro de Croix pidiendo el envío urgente de más animales a su provincia, puesto que sus soldados sin caballos no tenían la posibilidad de tomar la ofensiva contra el enemigo. Croix respondió con el envío de mil quinientos caballos, pero después de la larga caminata los animales tuvieron que reponerse durante varias semanas antes de salir de campaña.

Aliados en el norte, enemigos en el sur, los españoles aplicaron una estrategia de alianzas según las necesidades y actitud de cada nación india. La firma en febrero de 1786 de un importante tratado español con los comanches rebajó la hostilidad de estas tribus en todo Nuevo México , aunque no al norte de Texas, y colocó a las tribus de apaches llaneros en una situación todavía más crítica. Durante setenta años habían sufrido la embestida comanche que les había causado fuertes pérdidas demográficas y territoriales, y ahora tenían que sumar que esos comanches contaban con la cobertura de los españoles .

Se buscaría a los indios hasta el más oscuro de sus escondrijos, se acosaría sin descanso a sus bandas de guerreros

Mientras los comanches continuaban atacando a los apaches cuando se atrevían a salir a las llanuras de Texas, los españoles desde Nuevo México, Coahuila y Texas realizaban campañas punitivas contra ellos en las que utilizaban auxiliares ceahuiltecos, navajos, utes, jicarillas e indios Pueblo. Las tribus apaches que aún vivían de la depredación se defendieron de la única manera que conocían: atacando.

Alertado por el incremento de ataques, el más legendario virrey de Nueva España, Bernardo de Gálvez , invocó casi una cruzada contra los apaches en esas fechas. Se buscaría a los indios hasta el más oscuro de sus escondrijos, se acosaría sin descanso a sus bandas de guerreros y las fuerzas fronterizas levantarían hasta la piedra más remota del más inhóspito de los desiertos para cercarlos. Una implacable política que contuvo la violencia solo en algunas regiones.

Todo esto fue acompañado de una estrategia de acogida desde los presidios para quienes quisieran asentarse cerca de la frontera española . En las comarcas de los presidios de El Paso, Janes (Chihuahua), Fronteras (Sonora) y Tucson (Arizona) se instalaron nutridos campamentos de apaches, «las rancherías», que recibían periódicamente raciones y suministros y la supervisión de los españoles, siempre vigilantes para animarles a que no dejasen de cuidar sus ganados y sus cultivos. Incluso algunos apaches aprendieron a leer y a escribir en castellano, como es el caso del emblemático líder apache Gerónimo.

Fernando de la Concha , gobernador de Nuevo México entre 1789 y 1794, estaba convencido de que esta era la única manera para lograr una larga paz en las provincias internas:

«La viveza natural de los apaches, auxiliada con los útiles necesarios para la labranza junto con ganado para establecer la cría, adelantarían mucho y experimentarían las ventajas de una vida uniforme, tranquila y llena de comodidad respecto a la que constantemente sufren».

Gerónimo como prisionero de guerra de los Estados Unidos en 1905.

Concha esperaba que los apaches que se hallaban en las sierras «desnudos y sin tener que comer otra cosa que las simples producciones del campo, o algo de los robos» viesen las ventajas de la vida sedentaria y así la Corona pudiera ahorrar los enormes gastos que suponía la vía militar, pero no todas las tribus comprendieron como positivos estos alicientes y no se decidieron, sino todo lo contrario, a enterrar un hacha de guerra que le seguía siendo muy lucrativo.

El día después a la salida de España

Los sucesos revolucionarios que precipitaron la emancipación de México de la Corona frenaron los avances para la integración de apaches y comanches en el sistema imperial español. «Aunque no se logró una total pacificación de la Apachería, se puede afirmar que se inició un cambio sustancial en las relaciones con dichos amerindios que permitió una convivencia entre ellos y los hispanos», señala Edward K. Flagler. La imposibilidad del nuevo estado republicano a continuar suministrando raciones y aperos agrícolas a los apaches resucitó de golpe el caos donde tan bien se zambullían los apaches. Sobre esta forma de guerrear comenta Gálvez con admiración: «No se puede explicar la rapidez con que atacan, ni el ruido con el que pelean, el terror que derraman en nuestra gente, ni la profundidad con que dan fin a todo ».

Apaches, comanches, navajos y el resto de tribus depredadoras siguieron luchando a pecho descubierto contra el progreso cuando España salió del plano. La escasez de tropas de la Corona Española permitió a estos guerreros ocupar franjas inmensas de tierras durante varios siglos. Sin embargo, las siguientes potencias que dominaron Norteamérica estuvieron menos dispuestas a compartir. Ninguna de las tribus que protagonizaron el Lejano Oeste era nativa de las Grandes Llanuras, sino la consecuencia directa de la migración provocada por los asentamientos blancos en el este.

Las crudas guerras indias que se reprodujeron a partir de la segunda mitad del siglo XIX fueron, en verdad, el enfrentamiento de pueblos emigrantes, que se habían refugiado en la última gran región salvaje del país. Pero también de allí les expulsaron los estadounidenses y sus rutas ferroviarias, «los caballos de hierro». El hombre blanco era insaciable y tenía el paso de los siglos de su parte.

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