El extraño batallón de los Sin Nombre que el Gobierno republicano abandonó en la Guerra Civil

Con 36 ametralladoras, 22 camiones y 150 cajas de granadas, esta unidad de voluntarios de 32 nacionalidades era la mejor equipada de las Brigadas Internacionales, pero sus 700 soldados apenas había disparado en su vida cuando fueron arrojados al frente

Dos soldados republicanos llevando a un herido en el frente de Segovia, en 1937 EFE
Israel Viana

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El primer ‘fascita’ muerto que vio Aleksandr Szurek estaba tirado en medio de la plaza de Villa del Río , en la noche del 23 al 24 de diciembre de 1936. Tenía un agujero de bala en la frente y se quedó desconcertado al descubrir lo joven y guapo que era. Posiblemente pertenecía a uno de los franquistas fusilados la noche anterior, a sangre fría, por los milicianos, mientras muchos otros lugareños huían al campo. Aquello le impresionó tanto que se preguntó si el cadáver tendría parientes vivos, una duda que era el ingenuo reflejo de un soldado que todavía no se había manchado las manos de sangre, a pesar de llevar semanas en España y de haberse recorrido media Andalucía con el fusil en mano.

Era la primera vez que este soldado polaco, pero residente en Francia, se encontraba con estampas típicas de la guerra. En otra plaza de este pequeño pueblo cordobés vio también, horrorizado, cómo algunos vecinos quemaban los cuadros de la iglesia y destrozaban el altar. Se imaginó lo impactante que sería ver una escena así en un país como el suyo, tan profundamente católico. Y empezó a dudar, entonces, de si la decisión de venir a España a luchar contra el fascismo había sido la más acertada. Pronto lo descubrirá, tras haberse marchado de casa absolutamente convencido y entusiasmado, tras escuchar por la radio el transcurso de las primeras batallas en julio de 1936 .

Pocas personas Ruan, capital de Normandía, compartían su entusiasmo por la contienda española, aparte de su esposa Berta. De hecho, ninguno de sus compatriotas polacos residentes en aquella misma ciudad eran miembros del Partido Comunista , y la mayoría consideraba a dicha ideología una amenaza a su fe católica. Aleksandr, sin embargo, buscaba aventuras y estaba hechizado por el ideal de la revolución. Y era obrero, como el 92% de los voluntarios de origen polaco que habían volado a España para combatir a Franco, según detalla Gilles Tremlett en su libro de ‘Las brigadas internacionales’ .

Fiesta de Despedida

Szurek decidió finalmente que había llegado el momento de acudir al llamamiento de su formación y empuñar las armas de una vez, aunque no supiera lo que eso significa. Su mujer no le discutió la decisión, ya que también era una activista convencida del comunismo, y hasta se preguntó si debía acompañarle, pero su hija Helena se lo impidió. Su marido se marchó en compañía de un letón, un armenio y dos refugiados alemanes de Ruan, a los que hicieron una pequeña fiesta de despedida en la que Berta pronunció un pequeño discurso conteniendo las lágrimas: «Id a luchar por la humanidad y por nuestros hijos. ¡Volved!».

El grupo de Szurek siguió el itinerario habitual a través de la frontera, deteniéndose primero en la fortaleza de Sant Ferran, en Figueras, hasta que hubo suficientes voluntarios para llenar un tren que los llevó a Albacete. Allí, en su plaza de toros, los separaron en grupos de antiguos oficiales, suboficiales y soldados rasos. Nuestro protagonista, por supuesto, estaba entre los últimos, donde comenzó una precaria y acelerada instrucción para incorporarse a la XIV Brigada Internacional . Cuando esta terminó y se tuvo que marchar con el resto del batallón al frente de Andalucía, se percató de que nunca había disparado un tiro con munición real. A sus compañeros más afortunados, unas seis balas con un puñado de fusiles viejos.

Los primeros extranjeros habían llegado a España inmediatamente después de producirse el golpe de Estado. Eran solo unos cientos que fueron agrupados en pequeñas unidades que no tardaron en desaparecer. Les acompañó medio millar de oficiales, asesores, pilotos, carristas y técnicos soviéticos que no formaron grupos individuales, sino que colaboraron de forma independiente con la Segunda República. Para poner un poco de orden, el presidente Francisco Largo Caballero creó el Ejército Popular el 30 de septiembre y lo reorganizó, a su vez, en Brigadas Mixtas. Un cambio que no fue muy bien recibido por algunas milicias anarquistas poco proclives a ser sometidas a la disciplina castrense. Por último, a este caos inicial se sumaron las diferencias ideológicas entre comunistas, socialistas y el resto de partidos y sindicatos, todos ellos con sus propias tropas en las calles de las principales ciudades españolas.

En mitad de esta tensión surgieron las Brigadas Internacionales, unidades de voluntarios extranjeros organizadas, al menos en principio, por la Internacional Comunista y por los grupos franceses de la misma ideología. Largo Caballero receló de su llegada a España, porque si se configuraban en torno a sus propios mandos y oficiales, podrían generar un problema severo en el seno del Ejército republicano. Aún así, el 12 de octubre de 1936 pisaron la base de Albacete los primeros, entre los cuales se encontraba Aleksandr Szurek.

A los meses siguientes se unieron varios miles de brigadistas más llegados de un buen número de países. En total, media docena de brigadas que funcionaban como unidades distintas, en las que a veces se desgajaban algunos de los batallones que las constituían –entre tres y seis– y las compañías más pequeñas, para incorporarlas temporalmente a otras brigadas o divisiones españolas. Dicho de otro modo, las Brigadas Internacionales constituían una unidad de reclutamiento, instrucción y administración que a veces luchaban juntas, pero siempre a las órdenes de la Segunda República.

Brigadistas internacionales, en 1936 ABC

Entre 35.000 y 160.000

Cifrar la cantidad exacta de voluntarios extranjeros resulta casi imposible. El historiador Manuel Requena Gallego afirma que el número oscila entre los 35.000 y los 160.000, siendo esta última cantidad la aportada por los historiadores pro-franquistas y la prensa del régimen, para justificar la llegada de los soldados alemanes e italianos en su bando. Las más bajas han sido ofrecidas por Kiva Lvóvich Maidanik, Jacques Delperrié de Bayac o Hught Thomas, que hablan de 35.000. Gilles Tremlett asegura que, en su punto álgido, contaban con más de 42.000 hombres, según consta en la documentación de los pagadores de diciembre de 1937. El general franquista Federico Gómez de Salazar, por su parte, los elevaba a 52.000, mientras que Andreu Castells, hasta 59.380.

Aunque la XIV Brigada Internacional era mayoritariamente de lengua francesa, uno de sus cuatro batallones, el eslavo de Szurek, estaba formado por soldados de 32 nacionalidades diferentes. De ahí que lo bautizaran como los ‘Sin Nombre’, aunque su denominación oficial fuera la de IX Batallón. Su creación fue tan rápida que ni siquiera pudo unirse a los otros tres batallones que desfilaron por primera vez ante sus comandantes. Nuestro protagonista descubrió pronto que su nuevo comandante, Karol Świerczewski, al que todos llamaban general Walter, había sobrevivido a varias guerras y era muy hábil con las armas. Probablemente, el mejor preparado y más duro de todos, pues hablaba a la perfección el ruso y el polaco, además de dominar el español y el francés.

Su rasgo más característico, sin embargo, era la poca piedad que mostraba cuando se trataba de fusilar a un prisionero. «Siempre fui incapaz de predecir sus reacciones. Su impacto era siempre contundente, tanto en reposo como en acción. Creo que nunca dejé de tenerle miedo», contaba años después Len Crome, un voluntario nacido en Letonia y residente en Edimburgo, que recordaba cómo en varias ocasiones Walter había ordenado ejecutar a varios de sus propios hombres y oficiales por mostrar cobardía en primera línea de combate.

La orden que formalizó la creación de esta brigada se emitió el 23 de diciembre de 1936 y, esa misma tarde, partió hacia el frente sur de Andalucía. A pesar de las prisas, era la unidad mejor preparada de las que habían salido de Albacete, a donde habían llegado nada menos que 14.000 hombres en solo diez semanas . El batallón de los Sin Nombre contaba con 36 ametralladoras, lo que le daba potencia de fuego que las otras unidades no podían ni soñar. Aunque de todas formas, nada de eso importaba, porque no suplía la nula instrucción que habían recibido ni convertía a los malos oficiales en buenos.

La cosecha de aceitunas

La misión de la XIV Brigada era ayudar a detener la ofensiva de los franquistas, que avanzaban hacia el este desde Córdoba, porque querían apoderarse de la abundante cosecha de aceitunas, además de porque esa carretera conducía hasta Madrid. El primer batallón en llegar fue precisamente el de los Sin Nombre, que se anticipó en un día a los demás. Tan pronto como Szurek y sus compañeros se apearon en Andújar (Jaén) del tren, pintado de camuflaje y con las ventanas rotas, el comandante de la guarnición local les ordenó que ocuparan la cima de una colina cercana llamada el cerro del Telégrafo, a medio camino entre dos pueblos de casas encaladas, Villa del Río y Montoro, ambos a orillas del Guadalquivir.

Con sus 700 hombres, 36 ametralladoras, 22 camiones y 150 cajas de granadas, este batallón era, posiblemente, el mejor equipado para el combate de todos cuantos formaban las Brigadas Internacionales. Sin embargo, el arsenal estaba en tan mal estado que solo cuatro de las ametralladoras funcionaban correctamente. Un mecánico y un relojero se presentaron voluntarios para repararlas a la carrera, pero luego descubrieron que los cinturones de balas estaban vacíos y que solo disponían de una máquina para cargarlos. Por suerte para ellos, las tropas franquistas contra las que iban a enfrentarse tenían sus propios problemas. Por ejemplo, contaban con tan pocos vehículos que casi siempre tenían que desplazarse a pie.

La columna de sublevados que se aproximaba llevaba ya cinco meses luchando en el sur de España y muchos de ellos, además, habían combatido en la Guerra de Marruecos . Una experiencia muy diferente a los cinco días de instrucción y seis disparos de prueba que habían realizado Szurek y los suyos, por no hablar de los pocos mapas que tenían para moverse con seguridad por el terreno. «No podían decir nada concreto: ni donde estaba el enemigo, ni a qué distancia, ni lo fuerte que era», recordaba Dusan Petrovitch, comisario político serbio de aquel grupo de voluntarios extranjeros.

Así estaban las cosas cuando se enzarzaron en el primer tiroteo el 24 de diciembre por la mañana, durante las primeras Navidades que se iban a celebrar en la Guerra Civil . Varias compañías del batallón de los Sin Nombre se toparan con una columna franquista por sorpresa. Los camiones republicanos estaban llenos de municiones y latas de comida rusa que todavía no habían comenzado a descargar, pero tuvieron que abandonarlo todo y salir corriendo, cuando vieron a un número indeterminado de biplanos italianos Fiat CR-32 y a unos doscientos soldados moros de caballería que empezaban a ametrallar sus posiciones.

Muchos de los voluntarios fueron capturados, otros se ahogaron en el Guadalquivir, mientras intentaban cruzarlo a la desesperada, y el resto encontró un puente en el último momento por el que logró huir. Entre estos últimos se encontraba Szurek. El comandante del batallón, Atanas Georgiev Dolaptchiev, pasó al otro lado en una balsa improvisada, dejando abandonados a sus hombres en la orilla del río que estaba siendo ocupada por los franquistas. Como consecuencia de ello, los Sin Nombre comenzaron a separarse en grupos cada vez más pequeños, cada uno de los cuales buscaba por su cuenta el modo de salir de aquel infierno. Algunos intentaron construir barcas sin éxito y otros continuaron el cauce hasta regresar a Villa del Río, sin saber que esta localidad y las circundantes habían sido ya conquistadas por el enemigo, que les recibió con ráfagas de ametralladora, mientras la caballería mora galopaba entre los árboles cazando voluntarios. Un grupo de estos fue engañado por un grupo de sublevados, que los saludó a grito de «¡salud, camaradas!» justo antes de acribillarlos.

La última noche de Szurek

Cuando cayó la noche del 24 de diciembre, algunos de los supervivientes del batallón de los Sin Nombre aprovecharon para dormir en los matorrales de la orilla del río, agotados, hambrientos y tiritando. Era la madrugada del día de Navidad y ni en sus peores pesadillas pensaron que lo pasarían así, porque el respiro duró muy poco. La caballería marroquí continuó patrullando y cazando a los brigadistas uno por uno. Varios brigadistas encontraron refugio en un cortijo y acabaron bebiéndose parte del vino. Acabaron tan borrachos que fueron capturados sin la más mínima resistencia. Otros caminaron durante días hasta dar con uno de los muchos edificios agrícolas dispersos por la zona donde los vecinos les alimentaron.

De los 700 hombres del batallón de los Sin Nombre, solo la mitad consiguió regresar a la zona republicana. Los franquistas aseguraron haber localizado en los alrededores de Valle del Río un buen montón de armas y trescientos cadáveres que, según cuentan, arrojaron al río. Los supervivientes del mencionado batallón no estaban en condiciones de luchar en ningún frente. Un informe secreto escrito por un comisario soviético informó a sus superiores de que estos tenían la moral por los suelos, que culpaban a sus oficiales de lo ocurrido y que se negaban a volver a pelear tras haber sido arrojados al frente sin la instrucción necesaria.

A Walter no le sorprendió la masacre cuando llegó con el resto de batallones con la intención de ayudar a los Sin Nombre, pero ya no había nada que hacer: «Todas estas personas no se conocían en absoluto, no estaban acostumbradas unas a otras y, de pronto, se encontraron en plena batalla», explicó más tarde. A los supervivientes los enviaron a un hostal del pueblo de Marmolejo, donde se pusieron la ropa que encontraron en las habitaciones abandonadas. «Algunos solo encontramos ropa de mujer, que nos pusimos para bailar. Nuestras risas por las payasadas disiparon el mal humor», recuerda Szurek.

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