Cuando los Reyes de León se proclamaron Emperadores de España por encima de Castilla

El título de 'imperator totius Hispaniae' fue usado esporádicamente a partir del siglo X por parte de los reyes asturianos y luego leoneses para destacar la supremacía de su casa sobre el resto de reinos cristianos

Alfonso VII de León y Castilla.
César Cervera

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La palabra latina imperator en tiempos de la República romana significaba no un título ni una corona, sino la manera de designar al magistrado portador del imperium, el poder de mando militar durante las campañas militares y en las provincias conquistadas. La palabra nació así con otro significado, pero pronto adquirió un prestigio tan brillante que le convirtió en el objeto de deseo de todos los grandes soberanos de la historia. La grandeza de lo que se vino a llamar Imperio romano hizo que durante toda la Edad Media surgieran reinos y gobernantes de toda Europa que trataron de entroncar con esta entidad política y titularse, como fuera, emperadores, zares o césares…

Muchos lo consiguieron , aunque su imperio solo lo fuera de nombre y en nada se diferenciaba, ni para mejor ni para peor, de otros reinos. Los reyes españoles tampoco fueron ajenos al poderoso atractivo de la palabra, el camino más corto para mostrar su supremacía sobre el resto de los cristianos que buscaban restaurar el antiguo reino visigodo de Toledo.

De reino a imperio

Tras la invasión musulmana del año 711 y el rápido colapso del Reino visigodo de Toledo, sobrevivieron pequeños núcleos cristianos en la Península, que desde lo que hoy es Asturias se extendieron por la cornisa cantábrica y lograron hacerse fuertes en regiones que estaban protegidas por una geografía abrupta. Se suele atribuir a Alfonso I, supuesto yerno de Don Pelayo , ser el primer responsable de la expansión territorial del pequeño reino de Asturias desde su primer solar de los Picos de Europa hacia el oeste gallego y hacia el sur que marcaba el valle del Duero tomando ciudades y pueblos a base de espadazos.

El reino de León en el año 910.

El título de imperator totius Hispaniae —traducido del latín por ‘emperador de toda España’— fue usado esporádicamente a partir del siglo X por parte de estos reyes asturianos y luego leoneses para destacar la supremacía de su casa sobre el resto de reinos cristianos de la Península. Alfonso III el Magno apareció ya en las crónicas titulado como ‘Adefonsus totius Hispaniae imperator’ y como ‘Hispaniae rex’.

El Magno repartió entre sus hijos su reino : García I recibió los territorios de León, Álava y Castilla; Ordoño II, Galicia, que al calor de Santiago de Compostela había cobrado gran importancia; y Fruela II obtuvo Asturias. No en vano, aunque autónomos todos los reinos quedaron supeditados al primogénito, García, quien trasladó a principios del siglo X el poder cristiano de Oviedo, urbe muy aislada, a la vieja ciudad romana de León, nacida del campamento de la legión VII Gemina y situada en el camino que en tiempos del Imperio romano llevaba de Burdeos a Astorga.

Miniatura de Alfonso III en el Tumbo A

A partir de entonces, los reyes de León se consideraron cabezas del resto de reinos astures. Recuperando la idea gótica de sus ancestros, Alfonso VI se valió del título de emperador como equivalente de «rey superior a los demás reyes» para proclamarse en 1077 'Imperator totius Hispaniae' ('Emperador de toda España').

Su nieto quiso ir más lejos. En la época de Alfonso VII 'El Emperador' (1126-1157), reyes de todo el país y del sur de Francia se declararon vasallos de un emperador, coronado como tal en una solemne ceremonia, que llegó a mandar directamente sobre más de un cuarto de la Península. Entre sus vasallos se encontraron los reyes de Navarra y de Aragón, los condes de Barcelona, varios reyes musulmanes y el conde de Portugal.

Bajo la batuta de los emperadores de León , el avance cristiano se extendió a Portugal (territorio que se convirtió en un reino independiente en el siglo XII), Extremadura y a la región de Castilla la Vieja, tierra de frontera con los musulmanes. Precisamente esta última zona, primero organizada como condado y luego reino, registró un incremento territorial, económico y demográfico que la convirtió en el poder más relevante de toda la Península y que le puso en la lanzadera para convertirse en un auténtico poder feudal con capacidad de devorar al padre. Gran parte de los reyes de León lo fueron durante generaciones también de Castilla, hasta que se produjo la inevitable unión dinástica en el siglo XIII.

La unificación de los reinos cristianos del noroeste bajo un mismo Rey, Fernando el Santo, puso fin a los continuos choques fronterizos entre León y Castilla, pero tardó en eclosionar en una misma entidad unificada. En un principio, León mantuvo sus costumbres, moneda e incluso los símbolos representativos. Fernando se enfrascó en la pacificación y organización de su nueva corona para dotarla de más unidad, lo que a nivel de administración se tradujo originalmente en la división en tres unidades gestionadas por un merino mayor: Castilla, León y Galicia. Punto de partida para cimentar lo que se conoció para la posteridad como Corona castellana.

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