Cinco errores históricos habituales sobre la Antigüedad: ni César fue emperador, ni Cleopatra era egipcia

La propia idea de que fueron 300 espartanos los que frenaron en el paso de las Termópilas a un ejército de más de 80.000 persas forma parte de un mito

Vercingétorix depone sus armas a los pies de César
César Cervera

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La historia es un lugar repleto de recovecos, donde algunos personajes y hechos históricos se esconden detrás de mitos, leyendas y relatos simplificados. La necesidad de adaptar el pasado a las necesidades del presente obliga, en muchos casos, a retorcer los hechos a conveniencia . Encajarlos en unos términos que todos podamos comprender y que se adapten a las necesidades políticas. Por no hablar de los meros errores clavados en el imaginario... Esos que alimentan las preguntas más traicioneras del Trivial y los juegos de preguntas. ¿Cuál es la capital de Australia? ¿Cuál fue el primer emperador de Roma? ¿De dónde era la dinastía de Cleopatra?

El mito de las Termópilas

El cine ha contribuido a popularizar en los últimos años a los espartanos, la más belicoso de las ciudades estado de la Antigua grecia, a través de la batalla de las Termópilas . Este combate mitificado a lo largo de los siglos entre un pequeño grupo de espartanos y un multitudinario número de persas ha sido objeto de diversas modificaciones para encajarlo en las necesidades políticas de cada época. Occidente contra Oriente . La inteligencia frente a la fuerza bruta. El hombre libre y la democracia contra los bárbaros esclavizados…

Leónidas en las Termópilas, por Jacques-Louis David

Reinvenciones del pasado que, para empezar, ignoran la presencia de 300 ilotas masacrados junto a sus 300 amos espartanos. La sociedad espartana poco podía reprochar al rey persa en cuanto al tema de la libertad. Los esclavos ilotas sustentaban la economía espartana y los acompañaban a la batalla en calidad de asistentes. Plantaban las tiendas, cargaban los equipos, cocinaban, buscaban el agua e incluso cuidaban de las armas de los espartanos. La democracia, en realidad, era una rara costumbre ateniense.

La propia idea de que fueron 300 espartanos los que frenaron en el paso de las Termópilas a un ejército de más de 80.000 persas forma parte de la exageración. Los espartanos del Rey Leónidas no fueron los únicos que se saltaron las restricciones que marcaban las festividades religiosas y que impidieron una movilización mayor de hoplitas para luchar contra Jerjes. Además de sus respectivos esclavos ilotas, los espartanos contaban en sus filas con 2.120 arcadios, 400 corintios, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 700 tespios, 400 tebanos, 1.000 focenses y 1.000 locrios opuntios.

El poeta tebano Píndaro comentó que en Artemisio fue «donde los hijos de Atenas colocaron la primera piedra de la libertad» y no con el sacrificio de los 300.

Las Termópilas tuvo un escaso valor estratégico dentro de aquel intento de invasión persa. Lejos de convertirse en un sacrificio que conmovió a los griegos e impulsó el contraataque, como afirma la leyenda, en realidad los propios helenos comentan en sus textos que fue una derrota demasiado rápida e inesperada. La resistencia de Leónidas solo retrasó dos días el avance persa, a pesar de que la idea original era hacerlo durante varias semanas como mínimo.

Algo parecido ocurrió con la batalla naval de Artemisio, donde la resistencia griega apenas duró tres días, aunque en este caso los persas perdieron cientos de barcos. El poeta tebano Píndaro comentó que en Artemisio fue «donde los hijos de Atenas colocaron la primera piedra de la libertad» y no con el sacrificio de los 300. Al día siguiente de las Termópilas, la Grecia central quedó a merced de los persas. El plan de la Liga Helénica había fracasado casi antes de empezar, por lo que los helenos procedieron a evacuar Ática y Beocia. Un ejército griego se concentró en el ismo de Corinto bajo el mando del hermano de Leónidas, Cleómbroto , y empezaron a construir un muro fortificado para contener al enemigo en su avance. El fracaso de Leónidas obligaba a asumir decisiones drásticas y a mirar al mar como única esperanza.

Alejandro no era griego (para los atenienses)

Lo que hoy conocemos como Antigua Grecia fue, en realidad, un conjunto de ciudades estado con distintas particularidades y estructuras políticas, desde democracias a monarquías duales como la espartana, que dieron lugar a la cultura que conocemos como helenística . La legislación, la forma de gobierno y la concepción social podía variar profundamente en cuestión de pocos kilómetros, de modo que la visión que hoy interpretamos como puramente griega era solo la de Atena, de la que se conservan la mayoría de fuentes.

Alejandro y Aristóteles. El notable filósofo se ocupó de la formación intelectual del macedonio.

El reino de Macedonia , donde nació el griego más universal, Alejandro Magno , era considerado en la Antigüedad un territorio de bárbaros y extranjeros. Atenas, Esparta, Tebas y otras ciudades estado helenas se negaban a aceptar que lo que hoy forma parte de la Grecia histórica estuviera habitado por pueblos hermanos. Bajo el ideal griego impuesto por Atenas, que tenía una democracia e incluso su propio variante del griego, los macedonios estaban lejos de ser parte de la pandilla... A pesar de que la dinastía Argéada presumió de tener un origen tebano y abrió su corte a la presencia de artistas e intelectuales de influencia ateniense, jamás fueron completamente aceptados como helenos. La acusación de bárbaros nunca abandonó del todo a Filipo II y a su hijo Alejandro, quienes más hicieron por perpetuar en Asia la cultura griega.

El propio Aristóteles , tutor de Alejandro Magno, se vio privado de acceder a la dirección de la Academia de Atenas por su condición de macedonio y, a la muerte de su discípulo, en el año 323, fue llevado a los tribunales atenienses acusado de impiedad contra los dioses durante una oleada de odio hacia los «bárbaros» del norte . Temiendo acabar igual que Sócrates, Aristóteles huyó a la vecina isla de Eubea y allí murió un año más tarde de muerte natural.

A falta de fuentes directas sobre este aspecto, es imposible determinar cuál fue la naturaleza exacta de la vinculación del macedonio con estos supuestos amantes

Otro dato de Alejandro que incurre en un gran número de errores y leyendas es su condición sexual. En la película que Oliver Stone realizó en 2004 sobre el conquistador macedonio se presenta a Alejandro como alguien abiertamente bisexual (sobre todo en la versión extendida). De su biografía conocida se desprende que se casó con varias princesas de los territorios persas que conquistó (Roxana, Barsine-Estatira y Parysatis) y fue padre de al menos dos niños. Los relatos históricos que describen las relaciones sexuales de Alejandro con Hefestión –amigo de la infancia del macedonio– y Bagoas –un eunuco con el cual Darío III había intimado y que luego pasó a propiedad del conquistador– fueron escritos siglos después de su muerte.

A falta de fuentes directas sobre este aspecto, es imposible determinar cuál fue la naturaleza exacta de la vinculación del macedonio con estos supuestos amantes, pero, de haberse producido con Hefestión, hubiera sido obligatoria mantenerla con discreción puesto que se trataba del tipo de homosexualidad entre adultos que estaba estigmatizada en Grecia. No así la mantenida con un esclavo como Bagoas . Las relaciones entre hombres adultos de estatus social comparable, no así con esclavos o con menores (en un tipo de relación muy concreta de discípulo-maestro), iban acompañadas de estigmatización social dada la importancia de la masculinidad en las sociedades griegas. La única excepción de normalidad social en estos casos se daba en antiguas relaciones pederastas que habían alcanzado la edad adulta.

¿Era democrática la democracia ateniense?

Se suele atribuir a los atenienses que inventaran el concepto de la Democracia (aunque la investigación antropológica sugiere que las formas democráticas probablemente eran común en las sociedades sin estado antes del surgimiento de Atenas) y que incluso intentaran exportarlo a otras ciudades durante su edad dorada, pero las singularidades e imperfecciones de este precario sistema político hacen que hoy en día sea imposible considerarlo una democracia plena o algo compatible con lo que hoy entendemos como democracia representativa. Lo de Atenas era, en realidad, una oligarquía que marginaba de la toma de decisiones a la gran mayoría de la población.

La escuela de Atenas, fresco de Rafael (1509-1510

Si bien la palabra griega «democracia» significa literalmente «el gobierno del pueblo», este gobierno era una asamblea de unos pocos ciudadanos. Quedaban excluidos las mujeres, los esclavos, los menores y los extranjeros (considerándose un extranjero, sin ir más lejos, a alguien procedente de otra ciudad-estado griego). Y dado que la mayor parte de la población estaba formada por esclavos y mujeres, la democracia ateniense guardaba pocas similitudes con la democracia moderna, íntimamente vinculada a la abolición de la esclavitud y a la lucha por lograr la igualdad de todos los ciudadanos.

Pero incluso asumiendo que se trataban de unos pocos quienes tenía derecho a asistir a esta asamblea del pueblo, la Ekklesía , la inmensa mayoría de éstos no tomaba la palabra jamás o directamente no asistía. Como en cualquier reunión multitudinaria, una minoría hiperparticipativa era finalmente quien determinaba la agenda y el rumbo del proceso político. Creer, además, que los ciudadanos atenienses hablaban y votaban pensando en el bien común, en lugar de defender intereses personales o grupales como sus modernos equivalentes, pertenece al terreno de la ingenuidad más absoluta.

La capacidad de decidir de estos líderes electos, organizados en una especie de senado o consejo, era muy limitada, dado que los atenienses consideraban que dar el poder a los representantes era retirárselo al pueblo

Otra de las peculiaridades de la democracia ateniense, que puede resultar especialmente chocante hoy en día, es que la selección de representantes públicos se tomaba por sorteo. No obstante, la capacidad de decidir de estos líderes electos, organizados en una especie de senado o consejo, era muy limitada, dado que los atenienses consideraban que dar el poder a los representantes era retirárselo al pueblo. Asimismo, existían pocos mecanismos de control del poder sobre esta asamblea, con la notable excepción de un recurso legal llamado «graphe paranomon» (también votado por la asamblea), que hacía ilegal aprobar una ley que era contraria a otra.

Posteriormente, la República Romana también adoptó algunos de los elementos típicos de una democracia. Elegía a sus dirigentes y aprobaba leyes mediante asambleas populares. Sin embargo, el sistema estaba manipulado de base para que las grandes familias de la aristocracia romana se repartieran los puestos de poder y las ventajas políticas.

Cleopatra, gran símbolo del Egipto Antiguo

Resulta bastante habitual escuchar que Cleopatra no sería hoy considerada una persona atractiva físicamente debido a que su belleza egipcia, con una enorme nariz, no se adecua a los cánones modernos. Y es muy posible, como le ocurre a tantos personajes históricos que sea cierto, pero el fallo de base es considerar a Cleopatra como representativa del mundo egipcio . La egipcia más famosa de la historia era, como su familia, de sangre macedonia y suponía en el país africano una minoría racial y cuultural.

Escultura romana de Cleopatra con una diadema real, de mediados del siglo I a. C.

Lejos de los gloriosos siglos en los que se construyeron las pirámides, Alejandro Magno arrebató Egipto a los persas en el año 331 a. C y uno de sus generales predilectos, Ptolomeo, nacido en Macedonia, logró implantar aquí su propio imperio a la muerte del conquistador. Durante la llamada Guerra de los Diádocos (o los Sucesores), se enfrentaron entre sí los generales del conquistadores en un brutal conflicto, donde tres dinastías lograron perpetuarse en el tiempo: la fundada por Ptolomeo en Egipto, la que estableció Antígono y su hijo en Grecia, y la que Seleuco sembró en el corazón de Asia hasta su destrucción por los romanos siglos después.

La dinastía de los Ptolomeos gobernó Egipto durante casi tres siglos. Cuando Julio César llegó a la tierra de los faraones se vio inmerso en la pelea por el trono entre Cleopatra VII y Ptolomeo XIII, a la vez hermanos y esposos. Cleopatra era una mujer de enorme atractivo, pero sobre todo inteligente y de gran encanto. Supo atraer a su lecho al romano y pudo recuperar con su ayuda el trono, de manera que Ptolomeo XIII fue eliminado de la ecuación. Así y todo, Cleopatra, que vivía a medio camino entre Oriente y Occidente, supo también sobrevivir al asesinato de su protector. Con Marco Antonio, uno de los generales de Julio César , viviría una nueva historia de amor que derivaría en otra tragedia griega.

A su muerte, Egipto pasaría a ser una provincia más de Roma.

Julio César no fue el primer emperador

Es una de esas preguntas del trivial que más falla la gente que no está familiarizada con la Antigüedad. Julio César no fue el primer emperador de Roma. El político romano tuvo una carrera pública bastante convencional. Tras la muerte del dictador Sila , que recelaba de Julio César por sus lazos familiares con Cayo Mario, el joven patricio ejerció por un tiempo la abogacía y fue pasando por distintos cargos políticos.

En 70 a.C., César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y luego como edil curul en Roma. Dado a endeudarse para ganarse la simpatías del pueblo, la generosidad de Julio César se hizo famosa en la ciudad y le permitió en 63 a.C. ser elegido praetor urbanus al obtener más votos que el resto de candidatos a la pretura. Valiéndose de su amistad con Marco Licinio Craso y su creciente prestigio, formó parte en el 60 a. C. del Primer Triunvirato y ejerció como cónsul. Durante siete años, el carismático Julio César, el millonario Craso y el prestigioso Pompeyo se alternaron en los principales puestos de poder de la República romana. El pacto funcionó razonablemente bien hasta que las ambiciones de César y la muerte de Craso en una demencial incursión contra los partos rompió el equilibrio.

Muerte de César, de Carl Theodor von Piloty.

Los partidarios de Julio César , convertido en un héroe de la República tras la conquista de las Galias, y los de Pompeyo El Grande se enfrentaron en la segunda de las tres guerras civiles que sellaron el periodo republicano Con su victoria sobre Pompeyo , Julio César se convirtió en dictator rei publicae constituendae («dictador para el restablecimiento de la República»), un cargo que se ejercía tradicionalmente por tiempo limitado en situaciones en las que Roma debía enfrentarse a una situación extrema. César, sin embargo, no estaba dispuesto a soltar el poder tan fácilmente como tantas veces criticó a Sila.

Octavio pasó a titularse con el paso de los años Augusto (traducido en algo aproximado a consagrado), que sin llevar aparejada ninguna magistratura concreta se refería al carácter sagrado del hijo del divino César.

La benevolencia mostrada por el dictador, que no solo perdonó la vida a la mayoría de los senadores que se habían enfrentado contra él durante la guerra sino que incluso les otorgó puestos políticos, se reveló con el tiempo como un error político de bulto . La mayoría de los 60 senadores implicados en su asesinato en el año 44 a.C. habían sido amnistiados previamente por el dictador. Ni la gratitud ni la amistad disuadieron a los conspiradores de sus intenciones en los Idus de Marzo, que afirmaron haber matado al tirano por salvaguardar la República y evitar que César la convirtiera en una monarquía. Y, sin embargo, solo consiguieron acelerar la caída de una institución que llevaba un siglo tambaleándose.

Desde que se hizo público el testamento, el sobrino nieto de Julio César, Octavio, de 18 años, asumió el papel de hijo adoptivo del dictador y cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octaviano. Al principio, combatió junto al Senado y varios de los conspiradores contra Marco Antonio, que no tardó en atraer a su bando a las legiones que todavía eran fieles a la memoria de Julio César. No en vano, Cayo Julio César Octaviano terminó uniéndose a Antonio y a Lépido, otro de los fieles de Julio César, para formar el segundo Triunvirato y dar caza a los asesinos de los idus de marzo. En el plazo de tres años, prácticamente todos los conspiradores fueron ajusticiados sin que observaran ni la más leve sombra de la famosa clemencia del tirano al que tanto se habían afanado en eliminar.

Octaviano pasó a titularse con el paso de los años Augusto (traducido en algo aproximado a consagrado), que sin llevar aparejada ninguna magistratura concreta se refería al carácter sagrado del hijo del divino César, adquiriendo ambos una consideración que iba más allá de lo mortal. En ningún momento se nombró Emperador (Imperator era un título dado a un general victorioso), ni tampoco lo necesitó, Augusto creó un sistema que cambió profundamente la historia de Europa a través de un programa de obras públicas, plasmado en su mítica de frase de «encontré una ciudad de ladrillo y dejé una de mármol». El princeps estabilizó la política local , financió el arte y la literatura y estableció una estrategia defensiva en las fronteras del imperio que permitieron casi dos siglos de calma.

Con buena parte del ejército bajo su control directo, con una gran fortuna y hasta consideración sagrada, Augusto legó a sus descendiente la cabeza del Imperio romano. Él, y no su tío, fue el verdadero primer emperador.

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