Los achaques de Julio Iglesias

Lo que pasa con Julio es que ya carga muchos años, setenta y ocho

Julio Iglesias GTRES
Ángel Antonio Herrera

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Lunes

Ha muerto el arquitecto Ricardo Bofill Leví , un genio nómada, arquitecto de gloria. En algún momento le llegamos a conocer como el padre de Ricardo Bofill, aquel muchacho entretenidísimo que iba a ‘Tómbola’ de anfitrión del guateque de sus aventuras. La muerte del arquitecto nos trae, a orillas de su obituario suntuoso, el presente de Ricardo hijo, que al fin lleva un vivir oculto, según el consejo del sabio, que su padre siempre prefirió. Para él, y para cualquiera. Boffil hijo gastó, como su padre ilustre, cierta elegancia del desaliño, pero justo al contrario que el padre distrajo algunos años la carrera. A nuestro Bofill le faltó tiempo para casarse con esa ociosa de celulitis porcelanosa que llama Chábeli Iglesias Preysler, y, naturalmente, le faltó luego tiempo para separarse por el rito de la urgencia. El desliz no le evitó filmar un vídeo de ambos, tipo la felicidad en los tiempos de los niños bien, que se puso a la venta unas navidades, ya remotas, y que solo tuvo clientela entre la familia. Cosas del amor. Luego, entró Ricardo en amores con la tal Paulina Rubio , de profesión cantante, monísima como una fiera, que le regañaba con acento mexicano. De todos estos avatares nos vinieron dando puntual cuenta las revistas del corazón, que fueron, por épocas, el Boletín Oficial de la vida del chico. Luego, él se encargaba de torcer lo dicho, o enredarlo, en el trono de plató de televisión que tuvo en ‘Tómbola’, donde cumplió de incendiario con tono pijo. Fue un cara y una cara. Un golferas con email. Un pasota con novia sargento. Ni nosotros, ni él, los de entonces, somos los mismos.

Muguruza, durante la entrevista con Fran RiverA

Martes

Garbiñe Muguruza le ha confesado a Francisco Rivera que solo ha pisado dos veces una discoteca. Y que no le gusta nada el sitio. El torero, que ha estado un rato con ella, en el sur, trae admiración por el estado físico, tan clamoroso, de Garbiñe, y es cierto que la tenista impone, porque yo la traté un rato, en una tele, y es como una giganta pasada por la esbeltez. Va y viene dentro de una burbuja de equipo, porque si no, no hay manera de ganar nada en condiciones. Eso también se lo dijo a Fran, y a mí, en su día. Ahora, el equipo entero pilló coronavirus, menos ella, y ha perdido brío, reprís, apoteosis. Enseguida vuelve la que es.

Miércoles

Olivia Culpo es una Miss Universo, zona norteamericanas, a la que casi bajan de un avión, porque en su atavío incluía el ombligo. Y el ombligo no puede viajar al aire. Más allá de la noticia pintoresca, está la noticia de que la miss, Universo o no, aún existe. Hace ya años que me olvidé de toda miss, y hasta me dio un susto la noticia en su momento de que en el BOE salía que «se declara en concurso voluntario a Certamen Miss España S.L». O sea, que no quedaba un euro para el tinglado. La miss siempre ha ido a más, pero de pronto se había quedado en menos. En nada. Ser miss, cuando el título era pujante, constaba de corona que se cae, lagrimón porque has ganado, y dejar el novio en el pueblo, para venirse a Madrid a conocer gente. Creo que la mujer resulta un género literario, y no pocas temporadas me apliqué de cronista, a pie de miss, cuando el certamen era un convoy de monadas que duraba una semana y se emitía por la tele. Se pasaba ameno y te traías al periódico un poema en prosa que siempre era el mismo, aunque cambiando el nombre de la ganadora. Sinceramente, creo que no perdimos gran cosa con que un concurso de guapas pasara un día a ser un concurso de acreedores, porque misses habrá siempre , con título o sin él, y porque «la belleza es frecuente, como la verdad», según la máxima sagrada de Borges. Sí pierden, claro, todas esas soñadoras muchachas en flor de provincias, que quieren un futuro en las variedades, y a ver cómo te lo apañas ahora sin un atajo de reina de la hermosura, diploma incluido, y un ramo de interflora, que se suele quedar la madre. Pero misses aún hay, y se suben al avión para que les censuren el ombligo.

Jueves

Ágatha Ruiz de la Prada viene a resumir en su estilo la noticia de la semana: «Él me cae fatal. Todos estamos con Cristina».

Viernes

La salud floja de Julio Iglesias es un tema guadiana. Y él, bajo novedad, ha asomado de pronto para decir que está bien. Yo no sé si preocupa más que no diga nada, o que salga desde sus doradas lejanías más o menos tropicales a soltar el párrafo tranquilizador que no suele tranquilizar. Dice que sufrió una operación en la pierna, pero que enseguida está en el tajo. Lo que pasa con Julio es que ya carga muchos años, setenta y ocho. en concreto. Julio, con los años, tiene ya la cabeza del padre, el inolvidable Iglesias Puga, astuto como el látigo, que me dejó una frase de verano para todos los inviernos: «Herrera, el proyecto de un hombre es llegar a morir entre mujeres guapas». Por ahí anda ya el lema vital de Julio hijo, naturalmente. Puga, al que la prensa vacilona abrevió en Papuchi, me fue dando, durante años, los números de móvil de sus guardaespaldas sucesivos, además del suyo, porque así estábamos «muy comunicados» según él. Era surrealista y pícaro, entre el abuelo golfillo y un imitador de sí mismo. Estaba siempre de gira, con Julio, solo que de gira sin cantar. Dice Julio que va bien, que es como decir que ahí vivo sigue. Con los achaques propios de su quinta.

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