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El lujo de comer con cubertería de plata en el primer restaurante que dejó entrar solas a las mujeres en España

El restaurante recupera su utillería del siglo XIX para transportar a sus clientes al Madrid de Isabel II, Azorín o Mata Hari

Característico croquetero y samovar de Lhardy Tania Sieria / Vídeo: Victoria Simón

Andrea del Valle

Entre las paredes de los tres salones históricos de Lhardy ha pasado de todo: confabulaciones, reuniones y pactos. El resurgir del restaurante recuerda al Madrid de 1800 e invita a imaginar a Azorín bebiendo una taza de su tradicional consomé en el salón isabelino, a las bandejas de plata y exuberantes faisanes en los banquetes de la reina Isabel II, o a la bailarina –y espía– Mata Hari disfrutando de su última 'media combinación' antes de ser arrestada a la salida del local. Tras la toma de sus riendas por Pescaderías Coruñesas , Lhardy ha recuperado parte de su identidad, vajilla y cubertería originales, desempolvando un gran legado que estaba oculto y haciéndolo accesible a todo el que lo quiera ver y disfrutar.

Vuelta a los orígenes

Sus paredes han sido testigo de momentos clave como la Transición, de romances y reuniones secretas. El salón isabelino ha recibido a todos los reyes de España desde su apertura: Isabel II –a la que debe su nombre–, Alfonso XII, Alfonso XIII, Don Juan Carlos, Doña Sofía o el Rey Felipe VI. Un imponente gueridón del año 1800 preside la sala junto a otro de los característicos samovares, una de las piezas más célebres del restaurante, además del singular croquetero y la cubertería de oro , utilizada ahora en ocasiones muy especiales.

En sus grandes espejos se han reflejado políticos, literatos y toreros, entre muchos otros, y siguen luciendo el luto por el fallecimiento de la reina Isabel II, cuando sus marcos fueron pintados de negro. «El comedor se llenaba de candelabros, faisanes, lubinas, fruteros y centros de mesa en los eventos institucionales mientras la reina presidía la mesa», explica Pascual Fernández a ABC, gerente del restaurante. La lista de piezas históricas es tan extensa que hace dudar al comensal: ¿restaurante o museo? Quizá Lhardy sea un poco de ambos. Muchas de estas piezas originales aguardaban su momento para volver a lucir en mesas y salones. No falta detalle, incluso se han recuperado los comanderos de 1841 en los que, siguiendo la tradición, aún se escribe a mano con letra afrancesada las recomendaciones del día.

El lugar más fotografiado

Primer teléfono público de Madrid, en Lhardy Tania Sieria

Puede parecer extraño, pero todo pormenor está pensado para una época en la que los clientes no portaban chaquetas, sino capas, y en el que las cabinas aún no habían llegado a la capital. Casi en el centro del pequeño y estrecho pasillo, a medio camino entre el salón blanco y el isabelino, está el primer teléfono que hubo en Madrid. Una pequeño rincón, con una única luz en el techo, en la que apenas cabe una persona alberga el aparato número 20 de España , recuperado en la reforma. Fue instalado allí por orden de Alfonso XII, y hoy es un llamativo elemento para los más jóvenes, y un viaje al pasado para los clientes más longevos, que ven en él una ventana a su niñez.

Todo parece haberse detenido en el tiempo, sin que nada resulte obsoleto. Cada rincón del restaurante trae hasta nuestros días una anécdota o un logro para el Madrid de la época: por ejemplo, ser el primer establecimiento público en el que se permitió entrar a las mujeres sin un hombre , algo que ocurrió en 1858. Los espacios Sarasate, Gayarre y Tamberlick conservan la esencia del restaurante y permiten ampliar los rincones en los que grandes personalidades y turistas pueden disfrutar de platos icónicos como la lubina Bellavista –fría– o su pato Canetón de las Landas a la naranja .

Valor incalculable

El salón japonés y blanco no tienen nada que envidiar al isabelino. Emilio Lhardy se inspiró en los tan de moda salones del té de Francia por aquella época para diseñar el primero de ellos, que a pesar de ser nombrado así, bebe de países como Vietnam, China o Japón. El papel de la pared, de 1839, tiene filo de oro. Tal es su valor, que la Biblioteca Nacional alberga una muestra de este material. Dos jarrones chinos de una de las dinastías más importantes que hubo enmarcan la habitación, y las lámparas –también originales–, son protagonistas de otro de los hitos del restaurante: Lhardy fue el primer establecimiento público de Madrid que tuvo luz por gas. De las tres que alumbran la estancia, la central es la estrella de la sala. Tan solo hay una más como ella en el mundo, y fue regalo de Víctor Hugo. Tiene unos dibujos que, según los expertos, hacen de ella una pieza de lo más singular.

Pascual Fernández en el salón japonés Tania Sieria

Finalmente, el salón blanco ha servido de cobijo para incontables pactos políticos, empresariales y monárquicos. Parte de la plantilla afirma haber sido testigo de los acuerdos entre Santiago Carrillo y Manuel Fraga antes y después de haber ido al Congreso, además de los fortuitos encuentros entre Isabel II y sus acompañantes, para los que escogía este pequeño espacio, al que llegaba atravesando uno de los tantos pasadizos que, según los rumores, recorren Madrid. Este corredor partía del Teatro Real, y dejaba a la reina en la bodega de Lhardy, donde a día de hoy es fácil apreciar, según el personal, una entrada tapiada. En una de estas ocasiones, se dice que la reina perdió el corsé, sobre lo que existen dos versiones. La más inocente afirma que, tras comer demasiado, decidió quitárselo en búsqueda de una mayor comodidad, mientras que la segunda asegura que esto fue fruto de un momento de pasión junto a su compañero.

Todas las obras expuestas al público no cuentan con ningún tipo de protección, y son susceptibles de sufrir caídas, daños o percances. «Mucha gente se sorprende de que tengamos las piezas así de expuestas, pero al final, esa es la esencia de Lhardy », opina Pascual Fernández. Una vez más, la historia y el arte se fusionan en el icónico restaurante en el corazón de Madrid.

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