Los primos alemanes de Trump ignoran el recuento de votos

Freinsheim, el pueblo alemán del presidente, vivió con indiferencia la larga noche electoral

Ursula Trump posa frente a su panadería Fotos: AFP

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Mientras el mundo entero contenía la respiración ante el recuento del voto por correo , Ursula Trump horneaba afanosamente panecillos. Tiene 73 años, todavía regenta una panadería en Freinsheim, un pueblo de unos cinco mil habitantes cerca de Kaiserlautern, y es prima tercera política del todavía presidente de Estados Unidos. «En las elecciones de 2016 inventé el “Donald Droomb”, un bollo de manteca relleno de crema, y se agotaba todos los días», recuerda, dando muestras del instinto para los negocios que parece persistir en los genes. «Pero este año los saco del horno… y me los tengo que comer yo», protesta, airada, sin hacer más alarde de valoración de las elecciones estadounidenses que la directamente relacionada con la cotización de sus pastelillos.

Tanto Freinsheim como Kallstadt, las dos poblaciones alemanas en las que viven parientes lejanos de Donald Trump , han disfrutado cuatro años de relativa bonanza gracias a un turismo trumpista que llegaba de Europa y América, en busca de los orígenes. «Ha habido bastantes malentendidos porque aquí, en el pueblo, no hablamos muy bien inglés y los americanos que vienen no hablan nada de alemán», confiesa el alcalde de Kallstadt, Thomas Jaworek . Los vecinos recuerdan con cierto bochorno, propio y ajeno, que tardaron todo un fin de semana en entender que aquella insistente pareja de Minesota había llegado con la esperanza de conocer a los ancestros del presidente, la familia von Trapp, la de «Sonrisas y Lágrimas», y que esa confusión fonética-ortográfica era el motivo de su evidente decepción. Los mandaron a Salzburgo, entre lamentos. Si hubiera más gente joven en el pueblo, no pasarían esas cosas. Pero son precisamente los jóvenes del pueblo los que afearon la conducta de la señora Ursula cuando triunfó con sus pasteles, en los que plantaba la bandera de las barras y las estrellas y sobre los que escribía, con pasta de azúcar, las frases más populares del presidente. «Decían ‘‘¿por qué está haciendo publicidad de ese loco?’’. Yo les respondía: ‘‘No estoy haciendo publicidad de él, hago publicidad de mí. Yo tengo su nombre, ¿por qué no puedo utilizarlo?’’», recuerda.

El presidente, con sus padres, Fred y Mary

Ahora, sin embargo, no muestra ya tanto entusiasmo. «A mí me ha gustado mucho que venga gente de fuera, le ha dado mucha vida al pueblo, pero ya no me gusta tanto Donald», explica Ursula, usando el nombre de pila del mandatario con notoria familiaridad y girando la cabeza hacia los lados, «no me gusta ser yo quien lo diga, pero mi sobrina me ha contado que es muy machista ».

Frederick, el abuelo alemán de Trump

Cuatro generaciones

Ursula se casó con Harald Trump , cuya conexión con Donald Trump se remonta a un ancestro común cuatro generaciones atrás. Asegura que hay un cierto aire de familia, sobre todo cuando su marido se enfada. «Pone la misma cara que Donald», imita, arrugando el ceño, «y mi hijo también lo hace». Es evidente que siente cierto orgullo cuando relacionan su apellido con el de Trump, que en el dialecto regional del Palatinado se pronuncia «Droomb», aunque no supo de esa relación hasta que Trump presentó por primera vez su candidatura a la Casa Blanca. Fue entonces cuando se aireó, para sorpresa de los propios vecinos, que desde este pueblo vitivinícola emigró a América Frederick Trump, el abuelo, que embarcó en el puerto de Bremen en 1885, a sus 16 años. «En 1901 regresó, ya con una modesta fortuna, para casarse con la hija de los vecinos y llevársela a Nueva York. Pero Elisabeth , embarazada de seis meses, quería que sus hijos nacieran en Alemania y la pareja regresó a Kallstadt. No por mucho tiempo. Fueron expulsados por el reino de Baviera, al que por entonces pertenecía Renania-Palatinado, porque Frederick había abandonado Alemania sin hacer el servicio militar, un delito que le costó la retirada de la nacionalidad», explica el director del Instituto de Historia de Palatinado, Roland Raul.

Quizá sea por venganza que Trump haya decidido evacuar las bases militares americanas de Alemania, de las que esta región se ha beneficiado desde la II Guerra Mundial hasta su traslado a Polonia en ciernes. Esta medida terminó de sentenciar el desapego popular, muy afectado previamente «por lo del órgano». El párroco de San Salvador, Oliver Herzog , escribió a las familias Heinz y Trump pidiéndoles una aportación para arreglar el viejo órgano de la iglesia. Los Heinz, los del kétchup, enviaron 40.000 euros. Los Trump ni siquiera respondieron.

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