Fuera de sitio

El placer de escribir a mano

«La letra de teclado resta transparencia y tampoco deja ver lo mucho que te pareces a tu madre, a tu tío o incluso aquella maestra de EGB que te enseñó a escribir»

Lola Sampedro

Lola Sampedro

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No recuerdo la última vez que escribí a mano. Esta columna la tecleo en un ordenador portátil, aunque a menudo lo hago desde el móvil. Hace años que la comodidad de la tecnología ganó al placer de coger un lápiz y un papel y reconocerme así en cada letra.

Ningún teclado ni aplicación se puede comparar al ejercicio de la escritura a mano . Quizá te facilitan la vida y, sobre todo, el trabajo, pero a cambio te privan de esa parte romántica y casi terapéutica de ligar las letras en una libreta. Ahí te dibujas entera y cualquiera que te lea con un poco más de atención de la habitual podrá descubrir que hay ansiedad en cómo trazas las eles, algo de mentira en algunas emes, y un poco de amor en ciertas vocales.

La letra de teclado resta transparencia y tampoco deja ver lo mucho que te pareces a tu madre, a tu tío o incluso aquella maestra de EGB que te enseñó a escribir. Mi caligrafía es igual que la de mi padre; una cursiva tan ininteligible, tan retorcida , que cuando me examinaba tenía que cambiarla por otra redonda que no me representaba. Infantilizar mi letra era la única forma de que los profesores pudieran entender mis respuestas.

Intento que mis hijos escriban a mano , aunque la mayoría de deberes los tengan desde hace tiempo en el ordenador. Mi niña tiene un cuaderno lleno con su letra primorosa en el que se inventa historias que me cuentan la adolescente en la que se ha convertido. Mi niño lo hace todo en su portátil, pero es incapaz de estudiar un examen sin escribir antes lo importante con un bolígrafo. A veces cojo esos folios y me maravilla descubrir que su letra es igual que la de mi hermano.

Sobre los beneficios de la escritura a mano hay estudios como el de las universidades del Mediterráneo, en Marsella, y la de Stavenger, en Noruega. Aseguran que ejercita el cerebro , estimula las capacidades neuronales, mucho más que si lo hacemos con un teclado: desarrollamos más las habilidades motoras y cognitivas y el área visual. Quizá por eso muchos grandes escritores aún lo hacen sobre un papel. Vargas Llosa es uno de ellos, para él, el ritmo de su mano es el de su pensamiento.

Pablo Neruda se pasó a la máquina de escribir hasta que se rompió un dedo y tuvo que recurrir a la pluma: «Volví a hacerlo a mano, como en mi juventud. Cuando pude volver a usar el teclado, descubrí que mi poesía era más sensible cuando escribía a mano. La poesía debería escribirse a mano. La máquina de escribir me separó de una intimidad más profunda con la poesía y mi mano me acercó de nuevo a ella».

Paul Auster escribe el primer borrador de sus novelas a mano y después lo pasa a máquina, igual que la Nobel Toni Morrison . En 'Historia de mi máquina de escribir', Auster explica su proceso, su apego a su Olympia, y también cómo le intimidan los teclados: «Nunca consigo pensar con claridad con los dedos en esa posición. Un lápiz o un boli son instrumentos mucho más primitivos; sientes cómo las palabras salen de tu cuerpo y luego las entierras en cada página».

Hace poco una amiga me enseñó un pósit con la letra de su padre. Hace tiempo que murió y ella tiene enmarcado ese trozo de papel amarillo. Cuando lo vi, me sobrecogió la fuerza de ese recuerdo y corrí a buscar entre mis cajas de fotos, di por sentado que si aún había alguna hoja perdida con alguna anotación, estaría ahí. Tardé un buen rato hasta encontrar una libreta con la tapa granate rota. Su primera página estaba llena de líneas con fechas de visitas al oncólogo. Hacía 15 años que no la veía. Ahí estaba esa caligrafía pequeña y ladeada que me devolvió a mi madre.

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