El primer poemario de Lucrecia Hernández, una octogenaria con síndrome de Stendhal

Durante 81 años no se atrevió a compartir sus sentimientos, pero hoy se publica su libro «El perfil de las dunas»

La poetisa Lucrecia Hernández, en el salón de su casa, en Moratalaz ISABEL PERMUY

Cris de Quiroga

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Llueve, al otro lado del cristal, con la misma parsimonia con la que ella habla. Lucrecia Hernández inspira, se yergue sobre el sofá (aún más) y recita algunos versos de su primer libro. Durante 81 años siempre se negó a hacerlo. Pero el cumpleaños de su hijo, un poema dedicado a su «tata» —la hermana de su madre— y unas cervezas fueron los culpables de que cambiara de idea. Hoy se publica la primera edición, con un millar de ejemplares, de «El perfil de las dunas» (Editorial Vitruvio, 2020).

Nunca antes quiso exponerse. «La palabra la uso para expresar mis sentimientos» , cuenta Lucrecia. Aunque no solo tiene talento para la pluma: cuadros de cosecha propia adornan las paredes de su salón, en un bajo de Moratalaz. En la estantería descansan sus bienes más preciados, los libros que ha devorado desde niña, entre ellos, las colecciones de Georges Simenon y Agatha Christie; también enormes tomos de medicina y física de hace un par de siglos, el legado de sus antepasados. Y adora a Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre.

Es hipersensible a la música, a los amaneceres y atardeceres, a las nubes. Añora el mar de su tierra natal, Águilas, un pueblo de la costa murciana donde despertaba con los cantos de los auroros. Dice que padece el síndrome de Stendhal : «Si veo algo excesivamente bello, lo somatizo. Es como un impacto, como algo que te llega y te hiere», confiesa. Cuando eso ocurre, el diafragma y el intestino se detienen, y «cascadas» inundan sus ojos. Entonces, lo vuelca en su libreta. «Es como cuando te dan ganas de dar un beso, escribir es eso: de pronto, sientes necesidad de expresar lo que estás sintiendo», asegura.

Pasó en Córdoba, al observar los rayos del sol sobre las columnas de mármol de la Mezquita. «Me imaginaba quién lo había imaginado, construido, visitado, quién había llorado y reído ahí; todos esos estaban ahí conmigo», relata.

«No sé que lengua / me gritó el sollozo / que me quemó la frente / adormecida»

Tuvo que sentarse en un banco. La emoción le provocó un cólico . Las palabras soeces también le infligen «daño físico».

— ¿Has estado enamorada?

— Estoy enamorada.

Su marido Luis ha sido el único hombre de su vida, quien inspira «todos» sus poemas, fallecido el 30 de diciembre de 1989, tras 29 años de matrimonio. «Fui feliz porque él sabía entenderme, respetaba esa parcela mía de singularidad », recuerda.

Dedica parte de su primer libro, que apenas compila un puñado de sus versos, a las dunas; más bien, a lo que ella percibe que simbolizan sus miles de partículas, que pueden proceder de «partes distintas de la Tierra, de épocas distintas». La «historia de la humanidad» en una montaña de arena , que «dura lo que dura el viento que sopla sobre ella». Según Lucrecia, representan «la brevedad de nuestro hoy, pero, al mismo tiempo, la permanencia de nuestro ser».

«La poesía, si es poesía, tiene algo debajo», asevera. Lo mismo habla de estrofas que de teorías de física cuántica. Ella es de ciencias y de letras . «Me encanta que, por fin, hayan admitido que la dispersión de la luz es en ondas y no lineal», comenta, como si el común de los mortales compartieran su curiosidad insaciable.

Su editor ya le ha advertido de que no será su único libro . «Serán los que tengan que ser», sostiene ella. Al abandonar su domicilio, el cielo está despejado; lo mismo que el alma, después de disfrutar de una hora con Lucrecia.

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