Urbano Arza, el poeta de 90 años y un millar de oficios

Comenzó a escribir y esculpir para superar la muerte de su esposa. Hoy, con un museo y dos libros de poemas publicados, planea sus últimas obras en la sierra de O Courel

El poeta y escultor, en la lucense sierra del Courel, donde ha transcurrido su vida MIGUEL MUÑIZ

Eila R. Filgueiras

«Yo quería ver amanecer, así que hice una ventana». Podría ser una poesía, pero son las palabras improvisadas de Urbano Arza sobre la obra que dio comienzo al primero de los muchos oficios que domina. De sus manos nonagenarias han brotado ya dos libros de poemas llenos de sensibilidad y amor por la naturaleza de la sierra de O Courel (Lugo), en la que ha transcurrido su larga vida.

Nació casi de milagro; es el último de once hermanos y su madre lo tuvo a los 50. Empezó siendo pastor de cabras de los cuatro a los quince años, peleando a veces contra los lobos que le habían arrebatado el ganado. Cuenta que a los nueve quiso ver el amanecer desde su habitación cerrada, así que se las ingenió para construir una ventana de cristal que aún conserva. Consciente de su especial sensibilidad desde niño, Urbano reconoce que se rieron de él muchas veces en su infancia. «Yo tenía un camino a seguir, y lo seguí , aunque la gente no me entienda. La naturaleza me hizo así y tengo que respetarla», reflexiona.

El de poeta es el último de los incontables oficios que domina . Aunque apenas fue a la escuela, —su vida era «treinta días de pastor y uno de colegio»— y apenas sabía sumar cuando empezó en los negocios, llegó a dominar las profesiones de ebanista, fontanero, armero, carpintero, constructor y hasta banquero. Pero no comenzó a escribir hasta llegar a anciano, tras la muerte de su esposa. «Empecé cuando Lola se fue, no llevo cuenta de los años que han pasado desde su muerte porque no puedo ni pensarlo. Yo necesitaba algo en lo que sumergirme y para curarme, de ahí surgió la poesía». Y con esa ausencia nació el primer verso de los cientos de poemas que cantan a la vida, a la creación, la naturaleza y lo divino con una sensibilidad excepcional.

Y es que la sierra de O Courel es un lugar inmejorable para dar rienda suelta a esta habilidad. Urbano compartió amistad y juventud con el poeta Uxío Novoneyra , sin plantearse nunca que él también era un maestro de versos. «Novoneyra y yo fuimos juntos al servicio militar, servimos en Santiago con Manuel María. Dormíamos en literas de tres pisos; yo en la de arriba, Novoneyra en medio y María abajo. Yo de aquella aún no era poeta, pero ellos ya escribían. ¡Qué coincidencias tiene la vida!», recuerda riendo.

El museo, su proyecto de vida

Pero la poesía no fue lo único en lo que se refugió Urbano tras la muerte de Lola. La escultura también se le presentó como vía de escape a todo el dolor que sentía. Tanto es así, que el artista creó cientos de obras que expone cuidadosamente en un museo construido y mantenido por él mismo, y a las puertas del cual se erigen esculpidas en metal las manos de su difunta compañera de vida.

Urbano Arza construyó el museo que él mismo mantiene MUÑIZ

Urbano invita a entrar al edificio con orgullo y modestia. A su alrededor corretean sus nietos, Uxío y Lúa , que no se despegan un minuto de él, le toman las manos y le miran con admiración, conscientes del incalculable valor que tiene su abuelo. En la planta baja se muestra una exposición sobre todos los oficios que ha aprendido «por necesidad» a lo largo de los años, incluyendo la ventana que construyó de niño. En la de arriba se extienden casi un centenar de esculturas de madera noble, talladas con una destreza pasmosa. Cargadas de simbolismo, sus piezas evocan momentos vitales, la creación, la vida y los ciclos de esta. «Yo lloro mucho, enseguida se me vienen las lágrimas. Me pasa mucho cuando estoy esculpiendo», se disculpa emocionado, explicando sus obras. El museo es su gran proyecto de vida.

Fabricará su propio ataúd

Urbano Arza es consciente de todo, también del final. «Yo pienso a veces en la muerte, lo tengo todo planeado. Voy a hacer mi propia caja con madera de álamo , y va a ser muy sencilla. Haré una almohada con madera de uz, y pediré que me incineren». Y tras esto, recita de memoria sus versos: «Con la madera de los árboles que yo planté, mi caja confeccioné, y con mis cenizas, mis huellas tapé». Se muestra infinitamente tranquilo con el final de la vida, sobre el que tiene una visión especial: «No tengo ningún miedo a la muerte, me gustaría que fuese sin dolor, un adiós». Y habla sobre su marcha de la misma manera que sobre la de su esposa: «No he muerto, me he ido». «La muerte es bonita, hay que saber vivirla, y yo la llevo conmigo», remata.

Antes de irse quiere dejar dos últimos proyectos de literatura y escultura, sus grandes pilares artísticos. El primero es una novela que versará, en sus palabras, «sobre el hijo de la nieve y las estrellas», y estará inspirado en la sierra de O Courel. El segundo es una escultura de su madre dándole a luz. «El museo y mis esculturas encierran toda mi vida, así que esta última obra es una manera de cerrar el círculo». Teme no conseguirlo a tiempo, porque a pesar de los cientos de piezas de enorme valor artístico que ha confeccionado, su modestia le lleva a rechazar la etiqueta: «No soy escultor, soy imaginario».

Cuando llegue ese final, que seguro aún queda lejos, sus versos y sus esculturas dormirán con él en el bosque que le vio crecer.

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