Alberto Varela - CRÓNICA ATLÁNTICAS

Sic transit gloria mundi

Salvo honrosas excepciones nadie es imprescindible en ningún cargo

Alberto Varela
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En días como hoy, en los que estamos llamados a acudir a los colegios electorales a votar, uno toma consciencia de lo efímero que es todo. En un santiamén podemos pasar de arriba a abajo, de ser el centro de todas las miradas a que de repente te eliminen de los grupos de Whatsapp y nadie se acuerde ni del día de tu cumpleaños. Hay que tenerlo en cuenta siempre y no apostar todas las fichas a la política.

Me viene a la memoria aquel domingo de 2009 en el que Emilio Pérez Touriño se levantó creyendo que tenía por delante cuatro años más en la Xunta y se acostó sabiendo que sus días como político estaban contados. Ni sus compañeros lo saludaban en los pasillos del Parlamento ¡Qué planchazo! Pero peor le fue incluso al BNG, que pasó de estar en la Vicepresidencia de la Xunta a perder progresivamente su representación institucional.

La vida es una tómbola, pero que no se preocupen los candidatos que queden fuera hoy de las Cortes Generales porque no hay mal que por bien no venga y cuando uno deja la primera línea de la política las críticas se diluyen, e incluso se pueden escuchar alabanzas de los antes eran adversarios políticos. El exdiputado deja de estar en el centro de la diana y eso siempre es un alivio.

Conviene recordar, además, que salvo honrosas excepciones históricas nadie es imprescindible en ningún cargo. Tendemos a pensar que las cosas se van a derrumbar cuando faltemos, pero no es así. Desaparecemos y continúa funcionando todo con normalidad, mejor incluso en muchos casos. Solo nuestras familias nos echan de menos. Mal van los políticos que se creen el centro de todo —o los que se fían demasiado de las encuestas— porque son candidatos al planchazo del mañana.

A los 23 diputados que salgan hoy de las urnas en Galicia solo les vamos a pedir por lo tanto humildad, ganas de trabajar y que estén a la altura de las circunstancias. Sic transit gloria mundi, que decían nuestros antepasados romanos. Y qué razón tenían.

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