Juan Soto - El garabato del torreón

Semblanza de fray Julio

El sentido de su vocación como servicio al prójimo «mínimo» era incompatible con el oropel de los candelabros pulidos con netol

En el convento franciscano de Ponteareas acaba de morir, como del rayo, fray Julio Gómez . Todavía joven, plenamente activo, siempre eficiente y sacrificado en el desempeño de cuantas responsabilidades le fueron asignadas, es ahora cuando cobra pleno alcance aquello que se proclama en las Escrituras: «Los caminos del Señor no son nuestros caminos», aunque tal certeza sirva más para la esperanza que para el consuelo.

Aunque nacido en Madrid, los ancestros gallegos de fray Julio permanecían en él fuertemente arraigados . Entre otras cosas, era esa raíz la que proporcionaba a su interpretación del carisma franciscano una dimensión en la que se entrelazaban, sin estorbarse, la reflexión intelectual y la laboriosidad pragmática. Por lo demás, su manera de entender el compromiso evangélico hacían de fray Julio una persona especialmente valiosa para una Iglesia que vive años convulsos, en los que parecen tambalearse pilares que aguantaron firmes más de dos milenios.

De rigurosa formación universitaria, en observancia inconmovible a su voto de obediencia había pasado de las tareas misioneras en Albania y en Venezuela a las ocupaciones académicas en Roma , donde elaboró y defendió su tesis sobre san Buenaventura, de cuya obra teológica preparó para la BAC una edición de las charlas agrupadas en su «Breviloquio», espléndida por su originalidad exploratoria y rigor exegético.

O Cebreiro, Compostela, Herbón y Ponteareas jalonan la huella de fray Julio en Galicia, imborrable tanto en sus tareas docentes como en los cometidos más subsidiarios , a los que siempre sirvió con humildad de lego. En mayo hará un año de su elección como uno de los cuatro definidores de la provincia franciscana de Santiago.

Quienes le queríamos y sabíamos de su valía, solíamos bromear adjudicándole la mitra para un futuro cercano . No estaba fray Julio por esas. El sentido de su vocación como servicio al prójimo «mínimo» era incompatible con el oropel de los candelabros pulidos con netol. Tan ajeno estaba al catolicismo triunfalista como próximo al sacrificio personal que exige el compromiso con Jesús de Nazaret. Evitemos la textualidad de la manoseada locución latina, pero bien seguros estamos de que la tierra le será leve.

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