Juan Soto - El garabato del torreón

La fiesta de los cofrades

Vivimos hoy las vísperas de la celebración del Día das Letras Galegas

Juan Soto
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Mojigangas culturales. Arcos triunfales y pólvora de salvas. Vivimos hoy las vísperas del Día das Letras Galegas, aquella iniciativa alumbrada por Fernández del Riego y puesta en marcha en tiempos hostiles. Mañana (fecha feriada en el calendario laboral y en el escolar) toca misa de pontifical, con adoración al santo ombligo, discursos del sacro colegio cardenalicio e incensación ad maiorem gloriam del santo patrón. Este año no podemos quejarnos: Manuel María. Menos mal. El tácito convenio del decenio post mortem nos permite turiferar a un poeta que le saca muchos codos de ventaja a la inmensa mayoría de sus turiferantes, y ya nada digamos de casi todos los que le precedieron en el proceso de canonización. Uno recuerda aquellas petardadas lanzadas en nombre de la corrección política (ora una mujerina por ser tal, ora un colgado porque pobrecillo, ora un idiota al rape porque no hay otro) y no puede evitar alegrarse de que este año sea el turno de Manuel María: un gigante en comparación a tanto enano precedente.

La Real Academia Galega (que colligit, expurgat e innovat, vaya por Dios) mantiene, eso sí, sus vetos viscerales. Hay uno que ha devenido costumbre irrevocable: Carballo Calero. Todos los académicos son deudores de Carballo (o Carvalho) Calero. Pero lo mantienen en la hoguera purgante: consta implícitamente en los estatutos. No se sabe si porque no le perdonan su sabiduría, su ortografia o sus escasas dotes empáticas. No es el único apestado. Atizan también la pira contra Ben-Cho-Shey, el autor de O Catón galego, un resistente a prueba de represalias. No debe extrañarnos, porque no estamos hablando de una institución sino de una cofradía. No cuentan los méritos sino la adhesión dogmática. Mientras se abren las puertas al compadre incompetente se le cierran a quienes (Pilar García Negro, Rodríguez Baixeras) carecen de más padrinazgo que el que les confiere una trayectoria incuestionable, una obra sobresaliente y un currículum admirable. El desprestigio no es para los vetados, sino para los vetantes. No para los censurados, sino para los censores.

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