Maruxa Duart

Día de difuntos

«Por aquel entonces, en los partos las mujeres morían como sus hijos a porrillo»

No quise morir en la trastienda fría de un hospital, escapé apremiando mi poco ánimo y la flaqueza de un doliente cuerpo enfermo al que le aguardaba la ausencia de la nada. Me pareció un día gris y vulgar, único, delirante por ser el último. La fiesta estaba a punto de extinguirse . Mi falta de juicio en estas horas casi postreras evocó sucesos y escenarios fuera de lugar: el óbito de tres gallegos de la mano de etarras, acaecido en San Juan de Luz, una noche de borrachera por la mala eventualidad de hallarse presentes donde no debían según juicio y dictamen de los desalmados matadores que en la equivocada creencia de que los gallegos eran policías, les sacaron los ojos a golpe de destornillador quejándose de que gritaran como cerdos, enterrándolos después en zulos como a tantos otros, huérfanos de nombre, sepelio y familia que condoliera su recuerdo.

Mi muerte iba a ser mucho más plácida . A parturientas con y sin buen término médicos piadosos suministraban opiáceos durante el parto o en las terminales horas, antes de morir, por la muy mala posición de los atravesados embriones a punto de nacer que las parteras bregaban dificultosamente con ganchos de carnicero, aun siendo práctica perseguida y prohibida por las autoridades allá por el medioevo. Por aquel entonces, en los partos las mujeres morían como sus hijos a porrillo, cuando podían las vestían con su ropa de novia y flores olorosas radiantes; los dientes los fregaban con brotes de avellano. Conmemoré la veneración de la muerte y su cortejo cuestionando los misterios, deseé sollozos y lloros de familiares y viejas, sepelios de luces y tinieblas, desvalidas velas y paños negros, plañideras, cirios y tristezas, figuras yertas y toques de campanas en señal de duelo lastimero, identidad y partida. Escuché la muerte, el tañer de campanas que anunciaba el nacimiento y la muerte sin diferencia ni circunstancia, Fucsias, rosa, suaves lilas envuelven y tapan el cielo donde un lucero brilla. Ya voy…

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