Ferran Garrido - Una pica en Flandes

La ausencia habitada

«Ha fallecido Ricardo Bellveser y me niego a despedirme de él»

No me gustan las despedidas. Las detesto. Tal vez porque me he pasado la vida llegando y marchándome sé que las despedidas son dolorosas, muy tramposas, a veces engañosas. Sus promesas de futuro, a menudo, nos engañan para disolverse con el paso del tiempo. No me gustan las despedidas .

Hay lugares donde me habría gustado quedarme. Tal vez, más que lugares, momentos en los que me habría gustado quedarme, porque al volver ya nada es igual y, aunque el sitio sea el mismo, el paisaje ya es muy diferente.

Hay personas en las que me he quedado para siempre . En otras no, porque permanecer en las personas es mucho más difícil que quedarse en los lugares o que conservar los momentos. Por eso, con el tiempo, he descubierto que me puedo despedir de las ciudades, pero no de mi gente. No son los sitios, son las personas.

Ha fallecido Ricardo Bellveser y me niego a despedirme de él. Se va un amigo y vivo esto en la distancia de los muchos quilómetros que me separan de la que ha sido mi cuidad durante tantos años. Y seguirá siéndolo porque, aunque ahora la viva de lejos, no son los lugares… son las personas.

Así que estas líneas que tanto me están constando escribir, no son una despedida. Son un recuerdo de quien me abrió los ojos al periodismo y, tal vez también a la vida, porque mi vida se ha construido con las piezas de las horas vividas en las redacciones y en la calle, pegadito a las noticias, como él me enseño.

Ricardo era un hombre pulcro, preciso en el lenguaje, exacto en las palabras. Un hombre de letras y de palabra. Se ha dicho de él que abandonó poco a poco el periodismo para dedicarse a la literatura y no estoy del todo de acuerdo. Si algo heredé de él fue el concepto del periodismo como género literario . A veces la frontera es difícil de trazar si el periodista ama tanto la verdad como el lenguaje. Y así era Ricardo.

También me empapó, claro, de su amor por la literatura. Les voy a contar un secreto. Esa frase que suelo usar cuando digo que “el periodismo ahoga muchas vocaciones literarias” no es del todo mía. Me la soltó un día a quemarropa, en los ya muy lejanos años 80, cuando le hablé de mis miedos como escritor y del pánico que sentía ante la posibilidad de publicar mis poemas. Al final, lo hice.

Ricardo era escritor. Era poeta y su obra forma parte para siempre del entramado cultural de su ciudad . De nuestra ciudad, la de todos. No la de unos pocos, como él intentó dejar patente en sus artículos. Un amigo me decía ayer mismo que habría que volver a publicar muchos de esos escritos y volver a leerlos.

Ricardo era todo eso. Periodista, maestro de periodistas, poeta, escritor y, si me lo permiten, más que gestor cultural era un agitador cultural.

A estas alturas muchos sólo le recordaran por sus cargos como vicepresidente del Consell Valencià de Cultura o director de la Institución Alfons el Magnànim. Y no me extraña porque su trabajo allí ha sido tremendo . Muchos no olvidarán su pasión por recuperar la memoria de Max Aub. Muchos vivimos con él, codo con codo, la pasión por hacer muchas cosas en el Ateneo Mercantil de Valencia y compartimos actividad en la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios, porque Ricardo era todo eso y mucho más. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, nos deja más de treinta títulos publicados. Porque Ricardo era un literato. Era un poeta al que debo el título de mi primera obra “La ausencia habitada” que ahora cobra especial significado tras su marcha.

Pero yo, más allá de ese poeta al que adoro, quiero recordarle siempre como redactor-jefe del periódico en el que me permitió publicar muchas de las entrevistas más intensas que he hecho en mi vida. Lo he dicho muchas veces y lo repito. Le debo mucho. Mucho. Especialmente ese recuerdo plasmado en las páginas del Almanaque de Las Provincias del año 1992. La última entrevista que se le hizo al Cardenal Tarancón llevará mi firma para siempre. Cuatro horas de conversación que cambiaron mi vida para siempre. Y se las debo a Ricardo.

Mi última conversación con él fue para recordar a un gran amigo que había muerto. El día que falleció el pintor Alex Alemany hablé mucho con Ricardo. Entonces escribí que no me gusta marcharme sin una despedida. Hoy, que el muerto es él, ya sé que lo que detesto es despedirme.

Cuando vuelva a Valencia la ciudad será igual, pero el paisaje no será el mismo porque él se habrá ido de ese lugar al que tanto amamos los dos. Pero no son los lugares que son las personas…

Les confieso que estas líneas son, en realidad, un encargo escrito con los pelos de punta. Que putada de encargo, Ricardo. Aquí las tienes.

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