Joaquín Guzmán - Crítica

Un escollo salvado con nota

«"I Vespri Siciliani" tiende a complejidad y huye del minimalismo y ello sin distraer al espectador»

Joaquín Guzmán
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Ya tenemos aquí la nueva temporada de ópera del Palau de Les Arts y llega con Verdi, uno de los compositores más programados en el teatro, y con una obra que no se ve habitualmente en los carteles de los coliseos: I Vespri Siciliani. Pude percibir una sensación de satisfacción general tras la función, en una obra que no es nada fácil sacar adelante con calidad. Después de haber ya asistido a un buen puñado de producciones firmadas por el atareadísimo Livermore, debo decir que en términos generales suelo conectar con sus propuestas. No se cae en el tedio al que arrastran sin remedio otras producciones, no abunda en el oscuro simbolismo que es algo que no digiero con facilidad sin manual de instrucciones, no hay disparates y son producciones trabajadas desde el punto de vista dramático.

Tras haber asistido a un buen puñado lo largo de los últimos años, podemos empezar a extraer una serie de características que se repiten en la escena del turinés: sitúa la acción en un tiempo más moderno respecto del libreto, con la finalidad de dar actualidad al trasfondo del mismo, con clara intención de dotar de trascendencia a lo que nos relata, tiende a complejidad y huye del minimalismo, y ello sin distraer al espectador respecto a dónde está la acción, finalmente, el trabajo actoral es siempre cuidado y convincente (eso sí, no me gusta nada cuando el coro baila en un estilo discotequero moderno la música de Verdi). Escenas las de Livermore, reflejo de su hiperactiva y extrovertida personalidad. Se puede discrepar, pero es difícil aburrirse con Livermore. Aquí la acción la sitúa en la Sicilia de principios de los años 90, en unos años dramáticos en la lucha contra la Mafia de la isla.. La Mafia acaba de asesinar al juez Falcone en aquel tristemente brutal atentado de Capaci en el que la autopista saltó por los aires (una de las escenas visualmente más potentes precisamente recoge este fatal suceso) y los invasores franceses del libreto original son aquí mafiosos.

Abbado se aleja un tanto de versiones plagadas de acentos verdianos como la referencial, en este sentido, de Riccardo Muti, y trata musicalmente esta ópera con la monumentalidad y el drama de la grand opera francesa. Es una opción que encuentro bastante acertada en esta obra y que se adecúa al contexto histórico y épico, tratándose de un capítulo en la biografía musical verdiana un tanto “a parte”. Abbado en ese sentido hace un trabajo excelente. Los tempi son algo lentos, sin exceso, y el sonido es denso y grande, tal como se observa de la inicial obertura, quizás en perjuicio de cierta transparencia. La partitura exige gran concentración puesto que se sucede una variada amalgama de situaciones con las que hay que lidiar sin descanso: una obertura de entidad, grandes masas corales alternadas con otras más íntimas y reducidas, un atento acompañamiento de unas voces a las que Verdi les exige un verdadero esfuerzo, cuartetos o pasajes instrumentales como el baile de máscaras de la parte final.

En cuanto a los cantantes, una vez más, Kunde se lleva la palma porque, si bien es cierto que para dar todas las notas de la temible partitura precisa cambiar el color de la voz con cierta frecuencia, sin embargo lo hace con gran credibilidad junto con una belleza y elegancia de fraseo, que lo convierten en un tenor difícilmente batible en estos roles. Valiente y bravo se muestra, una vez más, transmitiendo una enorme seguridad que permite a uno se ponerse cómodo y se dedicarse a disfrutar, que es a lo que vamos a la ópera. Se ha hablado mucho del falsete en “La brezza elegia intorno” en el quinto acto, que yo considero un recurso de técnica de canto y de honestidad para salvar con seguridad la temible tesitura de ese momento. Si Kunde estuviera plenamente seguro de no producir un percance, que en este caso sería estrepitoso, ya que se trata de un instante de gran desnudez, al ser durante un par de compases a capella, y a poco de acabar la ópera, con cientos de notas ya pesando sobre esas cuerdas vocales, no se preocupen que lo haría a plena voz. Solovyi tiene una voz bastante dúctil y hace una notable Elena. Sin tener un gran volumen cuando se mueve en las medias voces sí que proyecta lo suficiente para sobreponerse a una orquesta y coros que en algunos casos dejan poco espacio. En las agilidades estuvo correcta aunque falló clamorosamente alguna nota al perder el control del canto.

Muy aplaudido fue el bajo ruso Aléxander Vinogradov, que se ganó los primeros bravos en una demoledora “O patria, o cara patria”, más por el impresionante instrumento y la entrega, que por un canto no todo lo elegante que uno desearía. Aun así se disfruta mucho. Sí que canta con más clase y refinamiento el barítono español Juan Jesús Rodríguez, que tuvo una feliz velada y así se le recompensó en los saludos.

Deslumbrante el Cor de la Generalitat, muy presente en esta ópera, en un difícil cometido de transformismo vocal, cantando desde las más diversas posiciones, en ocasiones algo perjudicado al estar demasiado retranqueado respecto a la boca del escenario. Una vez más fantástica la orquesta lució un sonido rotundo y gran precisión a las claras indicaciones de Abbado.

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